Las niñas de hace veinte veranos querían ser flacas y enseñar el ombligo, ponerse tops de colores y coletitas altas, sacar la lengua y crecer muy deprisa. Había una fraternidad rara en esos ejércitos de crías uniformadas para ser pop, agarradas del brazo de sus amigas como dignas ancianas de pueblo, ensayando en habitaciones despejadas coreografías imposibles y pegando patadas al aire como Jackie Chan. Julio de 1996: la vida era un baile en el césped, una mirada furtiva a un niño en la piscina, elegir una Spice Girl para mutar en ella y reproducir ese Wannabe al que se adoraba sin entenderlo. Asíwachuwawachuwiniwiniwá, como una danza tribal del demonio. Abanahá, abanahá. Emoción coral ante el producto perfecto.
Ahora se celebra el cumpleaños de aquella negra hermosa y salvaje, de aquella deportista de vientre pétreo que no cedía a la feminidad, de aquella pelirroja explosiva, de aquella pija agria, de aquel querubín rubio bañado en picante. Una no elegía, en realidad, a la que más se parecía: señalaba a la que se quería parecer. Cinco modelos de mujer que pretendían abarcar la gama británica, cinco amazonas enérgicas sin mucho discurso. Girl power y a volar: no molestaba su feminismo simplón, era un juego inofensivo y musical, una transgresión dulce y alegre.
Emancipación femenina
Su mítico single de presentación se convirtió muy pronto en el sencillo más vendido de la historia en una banda de chicas. Ahí el lema que llevaban por bandera: si quieres estar conmigo, tendrás que juntarte también con mis amigas. Es una ruptura con el modelo de pareja de manita sudada, como dicen en México: hombre y mujer aislados del mundo, mirándose el uno al otro hasta devenir en cáscara. No. Las Spice Girls reivindicaban la amistad por encima de la dependencia emocional del noviazgo con esa estelita suya de pandilleras, de niñas traviesas que montaban el cirio por donde pasaban. Hermanadas, compinches.
Ellas son campechanas, como el emérito Rey; amigas de la clase obrera. Segregan un "cómo mola el pueblo, aunque nosotras seamos una obra prodigiosa del capitalismo"
El resto de sus intenciones las dejaron claras en el videoclip. Se plantan a salto limpio en la fachada del St. Pancras London Hotel y Mel B besa en la mejilla a un indigente que se arropa en la puerta. Emma, divertida, le toma prestada la gorra a otro sintecho. Ellas son campechanas, como el emérito Rey; amigas de la clase obrera. Segregan un "cómo mola el pueblo, aunque nosotras seamos una obra prodigiosa del capitalismo". En esta misma línea, se cuelan en el sofisticado edificio, toquetean las estancias, menean las alfombras y las lámparas , vacilan a los pudientes huéspedes y descorchan botellas de champán como si fueran suyas.
Aunque le forman la de Dios es padre a todo el mundo -desde la burla cariñosa-, resulta curioso que la interacción más brusca la tengan con una suerte de cardenal: Victoria Adams se le sienta en las piernas, Geri le arranca el birrete y entre las dos le quitan el mantel, echándole los vasos al suelo. Aquí las señoritas gamberras guiñando con intención a la institución patriarcal más poderosa del mundo. Y venga pezoncito marcado bajo el elástico de la camiseta. Y venga piernas sugerentes y revolución a golpe de coxis. Como diciendo "prueben de esto y amén". Después se marchan en autobús, porque son chicas urbanitas, la noche es joven y el taxi no ofrece las mismas sorpresas mundanas que el transporte público.
Heroínas de barrio
Eran un vendaval de pircings y rodillas huesudas, de provocación y liviandad. Tan pueril era su espontaneidad que a ratos las rodeaba el aura de las chiquillas cándidas que acaban en una orgía pero como si la cosa no fuera con ellas. Tenían conciencia del cuerpo y del deseo: por fin una canción que era himno a lo que una mujer "realmente" quería. De repente el feminismo era un producto de masas que inspiraba a un público muy joven, ¡y sin ínfulas ni intelectualidad! La tradición británica feminista siempre había vinculado el movimiento a perfiles de mujeres blancas y con un alto nivel cultural, pero las Spice Girls eran heroínas de barrio, chavalas sin mucha formación académica, show e instinto puro. Es de aplaudirles que desde su ideario cojo revolvieran -al menos, mientras duró la moda- las conciencias de millones de jovencitas y las pusieran a reflexionar sobre la propia identidad, el erotismo, la política, la conciencia de clase -aunque Geri, más tarde, confesara su pasión por la Thatcher-, la amistad entre mujeres y la revolución urbana.
La tradición británica feminista siempre había vinculado el movimiento a perfiles de mujeres blancas y con un alto nivel cultural, pero las Spice Girls eran chavalas sin mucha formación académica, instinto y show puro
La burbuja de las Spice Girls estalló cuando la pelirroja abandonó el grupo. Hay cierta imagen poética -y premonitoria- en eso, ya que la desertora acostumbraba a vestir diminutos vestidos de la bandera de Reino Unido: ahí la buena de Geri, presagiando el 'brexit'. En cualquier caso, fue hermoso mientras duró. La banda se desintegró, pero Wannabe será siempre la Macarena británica. Nunca nos aprendimos bien la letra y no por ello nos fascina menos; la guardamos en una recachita de la memoria cerca del walkman y el chándal de felpa. El chaval que nos gustaba se fue con el verano. Las niñas -ya ven- también nos hicimos mayores.