La locura, que siempre consideramos remota y ajena, es como un clavo inevitable esperándote en algún punto de la carretera. Lleva ahí desde siempre. Da lo mismo cuántas veces hayas pasado a su lado con la vista al frente, ignorando felizmente su existencia. Está ahí para ti. Permanece olvidado en un margen de la calzada hasta que un día, cuando menos te lo imaginas, se te hunde sin remedio hasta lo más hondo de la razón.
El buen juicio de Mark David Chapman reventó en septiembre de 1980, tres meses antes de disparar a John Lennon cinco veces por la espalda en plena calle. Hasta ese momento había sido una persona de lo más normal. O lo que es lo mismo, rara como ella sola y con una vida repleta de altibajos.
Su infancia había sido cruel. Varios episodios de acoso escolar y el maltrato físico al que lo sometía su padre lo habían conducido al consumo compulsivo de estupefacientes. Una situación triste e inestable que, sin embargo, dio un vuelco diametral cuando en 1971, a los dieciséis años, se refugió en el cristianismo. Comenzó a trabajar para la Young Men's Christian Association, se desplazó hasta el Líbano para realizar actividades de asistencia humanitaria, llevó a cabo labores de coordinación en un campo de asentamiento para refugiados vietnamitas en Arkansas y hasta empezó a tocar la guitarra en la iglesia los fines de semana. Se había convertido en un hombre centrado en trabajar para la comunidad.
Mientras tanto cursaba sus estudios superiores en el Covenant College de Georgia, pero un bache emocional provocó el deterioro de su relación sentimental, desencadenando la ruptura con su pareja y una profunda depresión. En 1977 fue ingresado en un hospital psiquiátrico debido a un intento de suicidio, pero, una vez recuperado, fue contratado como animador y asesor de los pacientes en ese mismo hospital. Todo volvía a la normalidad. O casi.
"La mayor parte de mí es Holden Caulfield"
En aquella época, Chapman había comenzado a obsesionarse con Holden Caulfield, célebre protagonista de El guardián entre el centeno de J.D. Salinger. Algunos años más tarde, unas horas antes de asesinar a Lennon, salió de su hotel y compró un ejemplar de la novela en el que escribió: “Esta es mi declaración. Holden Caulfield”. Cuando la policía lo detuvo, manifestó: “Estoy seguro de que la mayor parte de mí es Holden Caulfield. La parte pequeña debe de ser el diablo”.
"Él sabía dónde van los patos en invierno y yo quería saberlo", explicó Chapman
Chapman disparó a John alrededor de las once de la noche, pero había logrado hablar con él frente a su casa a las cinco de la tarde. El músico le firmó una copia del disco Double Fantasy, le dio un apretón de manos y se marchó al estudio de grabación. "En ese momento mi parte buena ganó y quería volver al hotel, pero no podía. Esperé hasta que regresó. Él sabía dónde van los patos en invierno y yo quería saberlo", explicó poco después haciendo una nueva referencia al personaje creado por Salinger.
Lynda Irish recibió una carta de su amigo Mark David Chapman en septiembre de 1980 que decía: “Me estoy volviendo loco. El guardián entre el centeno”. Es difícil predecir la reacción de un ser humano cuando su cordura estalla en mil pedazos. Algunos desarrollan pequeñas neurosis extrañas y privadas. Otros adoptan rutinas delirantes difícilmente compatibles con cualquier clase de convivencia. Mark David Chapman cometió la más monstruosa de las acciones: le quitó la vida a otro ser humano.
La lista de famosos que quería eliminar
Su víctima fue John Lennon porque era un blanco factible. Había elaborado una lista con personas a las que quería asesinar, entre las que se encontraban Elizabeth Taylor, Marlon Brando, Jacqueline Kennedy o Johnny Carson, pero el hecho de que John viviese en el edificio Dakota, en pleno Upper West Side de Manhattan, lo convertía en el objetivo más asequible. Siempre había sentido cierta animadversión hacia el artista británico. Algunos amigos de la infancia declararon que Chapman lo detestaba por haber dicho que los Beatles eran más grandes que Jesucristo.
Chapman detestaba a Lennon por haber dicho que los Beatles eran más grandes que Jesucristo
Él mismo manifestó que estaba enfadado con él por haber proclamado que no creía en Dios ni en los Beatles -en alusión a la letra de la canción God- y por haberle pedido a la gente que imaginase un mundo sin posesiones en Imagine cuando él tenía “millones de dólares y yates y fincas y mansiones, riéndose de gente como yo que se creyó sus mentiras y compró sus discos y construyó una gran parte de su vida alrededor de su música”. Sin embargo, cuando le preguntaron por qué había asesinado a Lennon, contestó: “Porque era el más fácil de encontrar”.
Chapman llegó temprano a la avenida Central Park West. La noche anterior había estado merodeando por la zona y se había encontrado con el cantante James Taylor, quien dijo de él que “brillaba en un sudor maníaco y decía cosas raras sobre cómo a John le iba a interesar su material y que se iba a poner en contacto con John Lennon”. Por la mañana, mientras estaba distraído frente al portal, vio a Lennon salir de un taxi y meterse en el edificio Dakota. Poco después la niñera salió a dar un paseo con Sean, a quien Chapman se acercó y susurró “beautiful boy”, como la canción que le había compuesto su padre.
A las cinco de la tarde John salió de su casa junto a su mujer de camino al estudio y le firmó un disco a su asesino. La pareja regresó casi seis horas después. Chapman se acercó a John y, tímidamente, murmuró: “Mr. Lennon...”. John no se giró. Chapman abrió fuego sobre él, hiriéndole en el hombro izquierdo, el pulmón izquierdo y la arteria subclavia izquierda. Dejó la pistola en el suelo, se sentó, sacó de su bolsillo un ejemplar de El guardián entre el centeno y esperó leyendo a que llegase la policía. Lennon falleció veinticinco minutos después en el hospital St. Luke's-Roosevelt.
Una condena de entre 20 años y toda la vida
Mark David Chapman fue condenado en 1981 a cumplir una pena de prisión de entre 20 años y toda la vida. Lleva pudriéndose en la cárcel treinta y cinco años. En el año 2000 se le sometió por primera vez a reconocimiento para determinar si se le concedía la libertad condicional. Yoko Ono envió una carta oponiéndose a la liberación de Chapman en la que alegaba temer por su propia seguridad y la de sus hijos. El tribunal determinó que poner en libertad al asesino de Lennon “sería menospreciar la gravedad del crimen y socavar el respeto por la ley”.
El asesino ha llegado a decir que le gustaría pedir perdón a Yoko Ono en persona y que ha encontrado la paz en Jesús
Esta escena se ha repetido cada dos años desde entonces. La evaluación del asesino, la carta de la viuda, la negativa de la institución. Ante el tribunal, Chapman, que ahora tiene 61 años, ha declarado en más de una ocasión que ya no es un peligro para la sociedad. Que se arrepiente de lo que hizo. Que en aquel entonces atravesaba un momento en el que necesitaba “mucha atención”. Ha llegado a decir que le gustaría pedir perdón a Yoko Ono en persona y que ha encontrado la paz en Jesús.
La próxima vez que Chapman sea evaluado por el tribunal habrá pasado en prisión cerca de cuarenta años. En España, habiendo cometido un crimen de idénticas características, habría salido a mediados de los años 90. Piensen en cuánto tiempo ha transcurrido desde entonces. Entró en una cárcel de máxima seguridad con veinticinco años. Si le conceden la libertad condicional la próxima vez que lo evalúen, lo hará con sesenta y cuatro.
Un asesinato, nueve condenas
Como es natural, yo no sé si cumple las condiciones necesarias para ser libre de nuevo. Ignoro si todavía es o no un hombre perturbado. Herman Melville lo explica muy bien en Moby Dick cuando describe la contracción y profundidad del trastorno de Ahab al bordear el cabo de Hornos: “La locura humana es a menudo una cosa astuta y felina. Cuando se piensa que ha huido, quizá no ha hecho sino transfigurarse en alguna forma silenciosa y más sutil”. Si Mark David Chapman continúa entre rejas será porque sigue siendo un hombre desquiciado. Si no es así, si el motivo es “la gravedad del crimen y el respeto por la ley”, cuatro décadas encarcelado me parece demasiado tiempo.
Hace unas semanas le ha sido denegada la libertad condicional por novena vez. Yo no se qué es matar a un hombre, aunque sospecho que es uno de esos actos que, cada vez que se apaga la luz, uno continúa haciendo durante el resto de su vida, todos los días, hasta la hora de su muerte. En cierto modo, cada una de las nueve ocasiones en que el tribunal ha enviado a Chapman de vuelta a prisión ha debido de ser como cometer el crimen de nuevo. Una vez tras otra hasta llegar a diez. No sé hasta qué punto un hombre cuerdo podría soportarlo.
Hay una escena en Cadena perpetua en la que Red, el personaje de Morgan Freeman, quien también ha cumplido cuarenta años de condena, debe responder al presidente del tribunal de evaluación si cree que está rehabilitado. "Rehabilitado -comienza diciendo-. Pues déjeme pensar. Para serle sincero, no tengo ni idea de lo que significa eso". El presidente del tribunal le explica que su significado es si está listo para reinsertarse en la sociedad. Red contesta: "Sé lo que usted cree que significa, hijo, Para mí, solo es una palabra inventada. Inventada por políticos para que jóvenes como usted tengan trabajo y puedan llevar corbata. Qué quiere saber en realidad. ¿Si lamento lo que hice?
-¿Es así?
-No hay día que pase sin que me arrepienta. No porque esté preso ni porque usted crea que tendría que hacerlo. Pienso en cómo era yo entonces. Un chico joven y estúpido que cometió un terrible crimen. Y quisiera hablar con él. Me gustaría que entrase en razón. Decirle cómo son las cosas. Pero no puedo. El chico se fue hace años y este viejo es lo único que queda. He de vivir con eso. Rehabilitado. Es sólo una palabra de mierda".
¿Qué pensaría el propio Lennon de todo esto?
Con los años he aprendido que no conviene chapotear en el charco de los conceptos jurídicos indeterminados porque puede uno pringarse hasta las rodillas de barro, pero en el fondo coincido con Red. Y me pregunto qué pensaría el propio Lennon de todo esto. El primer single que John publicó en solitario, todavía siendo miembro de The Beatles, fue Give Peace a Chance. Su estribillo constaba de un solo verso: "Todo lo que decimos es: dad una oportunidad a la paz". Diez años después se lo cargaron a balazos.