La nostalgia vende. Mucho. Recordar los viejos tiempos es una operación de marketing cada vez más de moda. Ahí está Stranger Things, el reencuenteo de Operación Triunfo y el revivir de sagas como Star Wars o Jurassic Park. Todos miran con cariño al pasado, con añoranza y una mirada condescendiente. La nostalgia noventera llegó ayer a Madrid y arrasó una ciudad que estaba dividida en tres: los que estaban en la pradera celebrando San Isidro, los que hacían sangre de la actuación de nuestro representante en Eurovisión y los 16.000 que se reunieron en el Wizink Center (antiguo Palacio de los Deportes), para disfrutar del concierto I love 90's.
La idea era clara, reunir a las estrellas que quemaron las pistas de baile en los años noventa para reventar la taquilla del concierto. No pudo salir mejor. En diez días se vendieron todas las entradas de un acto que juntó a lo más granado de aquella década. Gente que después de sus éxitos pasaron sin pena ni gloria. Corona, Tina Cousins, Whigfield, Rebeca… hasta que llegó él: Chimo Bayo. Hu-Ha.
El músico de Valencia ha vivido este año un renacer con la reivindicación que se ha hecho de la ruta del bakalao y su defensa por encima de otros movimientos como la movida madrileña en importancia social de nuestro país. Bayo ha vuelto a la escena, se ha paseado por los platós, ha dado entrevistas y hasta ha sacado un disco. Ahora ha vuelto a los conciertos. Él cerró la noche y lo hizo a lo grande, con sus tres grandes hits. Las 16.000 personas que abarrotaban el estadio se dejaron la garganta y los pies -a pesar de llevar cinco horas bailando- con La tía Enriqueta, Bombas y Así me gusta a mí. Grandes hits que cerraban una noche que fue como viajar al pasado. Así lo mostraban también las pantallas del imponente escenario, que traían motivos noventeros constantemente, y también los DJs que amenizaban la noche entre artista y artista. Ellos se encargaron de poner a aquellos músicos que no pisaron el escenario: como esa Gala que sonó una y otra vez con pelotazos como Come into my life o Suddenly.
El público era presa fácil. Casi todos pasaban de largo los 30 años y estaban recordando en una sola noche todos los éxitos con los que crecieron y empezaron a salir de fiesta. Desde los primeros acordes de OBK la gente se vino arriba y ya no había quien los parara. El grupo español dejó claro que eso no era un concierto: “es una fiesta”. Y la gente se lo tomó al pie de la letra. Cayeron todos los himnos de la década. Habían venido de todos los sitios. De Valladolid fletaron dos autobuses, y alguno hasta viajó desde Hamburgo para no perderse a 2Unlimited y Ace of Base (sólo una de ellas) entre otros. Tan a favor de obra estaba el público que le dieron igual los comentarios autoparódicos de un Fernandisco resucitado para la ocasión o la tontería de batir el récord Guiness de gente bailando el Saturday night.
Lo que el concierto demostró es que los noventa nunca volverán y que la mitad de sus artistas son estrellas de una sola canción (como mucho dos). Uno no puede dejar de imaginarse a todas esas señoras recauchutadas siendo las María Jesús y su acordeón de sus pueblos y ciudades. La morena de Ace of Base no atinaba con el tono, Technotronic tampoco se lucieron mucho y tuvieron que llegar las divas para solucionarlo. Rebeca se entregó con Duro de pelar y una especie de corsé imposible, Tina Cousins cumplió con Mysterious times y Corona se convirtió en la reina de la noche con su gracejo brasileño, también ayuda tener en tu poder un himno generacional como The rythm of the night.
Todo esto entre una batería de flashes, luces y grabaciones incesantes de los miles de móviles que grabaron todo y que demuestran que aquellos chavales de los 90, que crecieron sin teléfonos portátiles y sin las grandes tecnologías, han cambiado el mechero por publicar en las redes sociales que se encontraban bailando con otras 15.000 personas las Bombas de Chimo Bayo: ¡Hu-Ha!.