El día que Franco lanzó al estrellato a L'estaca, en el Palau de la Música de Barcelona no había una butaca libre. Todo vendido para el primer gran concierto de una figura de la nova cançó que emergía de los círculos universitarios, con letras contra la represión franquista. Esa noche Lluís Llach se presenta ante el público que abarrota la sede del que terminaría siendo el chiringuito de Fèlix Millet, que ejecutó el mayor expolio jamás conocido en una entidad cultural europea.
Antes de que desaparecieran 34 millones de euros de las arcas públicas, en el Palau, el 13 de diciembre de 1969, nació un mito, una leyenda y un himno, gracias a la dictadura. Hacía días que se habían agotado las entradas y Laura Almerich tampoco tenía una. Acompañaba al crítico musical Enric Gispert y su esposa Anna: “Nos dejaron entrar gratis”.
“Nos situamos detrás de los palcos, y el concierto fue transcurriendo. De pronto, Lluís dijo que no podía cantar L'estaca, porque se lo habían prohibido. Y empezó a tocar la guitarra, acompañado de Burrul al piano. Enric, Anna y yo fuimos los primeros que empezamos a cantar, y la gente se fue añadiendo. Fue muy emocionante”, recuerda la guitarrista -que acabaría siendo una parte esencial de los directos de Llach-, en el libro Lluis Llach: siempre más lejos (2007), de Omar Jurado y Juan Miguel Morales.
También para la derecha
Llach evitó la censura con una versión instrumental, a la que el público le puso la letra cantándola en pie. Así nació un himno para la libertad, que se convirtió aquella noche en una canción-símbolo que invita a luchar por las libertades personales e identitarias. Es un canto contra los uniformes, era un canto contra las banderas. A favor de un mundo mejor, sin ejércitos, policías, guerras, armas, enfrentamientos. Así fue cómo el franquismo elevó a los cielos una canción que ha sido adaptada en más de veinte idiomas y adoptada hasta por la derecha.
“Es curioso que, con el tiempo, esta canción se ha cantado en varios países y en varios idiomas, siempre como símbolo de rebeldía de los pueblos. Lo más raro y lo más bonito que me ha pasado con ella ocurrió a mediados de los años noventa, durante un viaje que hice a Polonia. Casi todo el mundo allí pensaba que L'estaca era una canción popular polaca, porque el sindicato de Lech Walesa, Solidaridad, utilizó durante los años ochenta una adaptación que de ella hizo Jacek Kaczmarski, a la que tituló Mury”, recuerda Llach en el libro citado.
Al parecer, cuando les explicó que era “una canción de izquierdas y anticapitalista”, al menos esa era la interpretación que Llach quería darle, aún se enfadaron más, porque en Polonia, “desgraciadamente, el post comunismo ha hecho de ella una sociedad muy enraizada en valores de derechas”. El propio Walesa se ha mostrado como un homófobo ultracatólico.
Los orígenes de la canción
El propio Llach tuvo que cruzar las filas franquistas en su familia y abandonar la influencia de su padre, alcalde franquista de Verges (Girona). Fue, precisamente, el barbero republicano catalanista Narcís Llansa Tubau quien lo liberó a los 15 años de aquel yugo, a la postre protagonista de L'estaca. Las charlas de dos veranos con quien fue el abuelo de uno de sus mejores amigos cuajaron y cinco años después firmaba La columna, que es como se iba a llamar en origen L'estaca.
“A veces, Josep Maria Espinàs me corregía letras de canciones -cuenta el cantautor en el libro Lluis Llach: siempre más lejos-, y un día le llevé la letra de L'estaca y me dijo que no se sentía con fuerzas de arreglármela. Me quedé parado, porque era el comienzo de nuestra relación. Espinàs ya era un intelectual con cabello medio cano, que fumaba en pipa… Era un hombre de mucho peso y yo me sentía avergonzado y acojonado delante de él”.
Espinàs le recomendó que cambiara el título, pero que fuera a hablarlo con Maria Aurèlia Capmany (1918-1991), novelista, dramaturga, ensayista, crítica, feminista y socialista que no recibió con buenos ojos al joven Llach. Había escrito de él que “si toda la juventud catalana pensara como Lluís Llach, el país estaría perdido”. La cuestión es que forjaron una buena amistad y ella le sugirió que cambiara el título de La columna por L'estaca, “que tenía un sonido más turbio...”
Llach asegura con frecuencia que fue muy mal recibido por la intelectualidad de izquierdas del país, “pues venía de una burguesía rural escolástica muy clásica y nunca me había planteado una especie de revolución interior”.
Franco, su mejor propaganda
L'estaca se incluyó en el último minuto en el tercer EP, editado en 1968 por Concèntric, junto a Cançó sense fi, Pero un tros del teu cos y Cop de destral. No era la canción estrella, sino la segunda de la cara B. La grabaron todos los músicos a la vez y en una sola toma, porque la economía de la discográfica no era muy boyante.
Pero aquel día el franquismo la hizo poderosa. La tenía tanto miedo que trató de callarla. Y mostraron su debilidad y la convirtieron en algo mucho más grande que un descarte. El público se había apropiado de la canción y la censura aprendió a temer la música en directo: cuando Llach vuelve a actuar en Cataluña, en 1975, tras un exilio de cuatro años, el gobernador civil de Barcelona, Rodolfo Martín Villa, justificó la decisión porque el músico había cometido varias infracciones al reglamento de espectáculos, “que prohíbe expresamente a los artistas dirigirse al público y hablar con él”. “Prohibición que el señor Llach ha transgredido varias veces”.
El concierto del Palau fue grabado. El disco se titula Ara i Aquí y es un disco maldito. A los tres años de su publicación sufrió una reedición que acabó con lo que Franco no pudo: la discográfica sustituyó Irene, Respon-me y la versión instrumental cantada por el público de L'estaca. Fueron reemplazadas por canciones grabadas en estudio, a las que se les añadió aplausos para disimularlas… La grabación de aquel magnífico directo con L'estaca sólo puede escucharse en vinilo, si lo encuentras en el mercado de segunda mano.
Prohibir la libertad
Aquella canción que nació para acabar con la censura y la represión, aquel tema que había dejado de ser de su autor para convertirse en un himno universal chocó con las reclamaciones laborales y salariales de la Policía Nacional. En marzo de 2002, las fuerzas del Estado se manifestaron en Barcelona, mientras se preparaba la eurocumbre. ¿Adivinan que canción eligió la Policía Nacional para reclamar lo suyo? Correcto.
En respuesta, Lluís Llach organizó una rueda de prensa en la que desautorizó públicamente, como autor y padre de la criatura, el uso de su canción a todas las fuerzas del orden. Fue tildado de antidemócrata por los portavoces policiales. “Yo no puedo prohibir que la canten, pero como autor les desautoricé. Hombre, que cante L'estaca un cuerpo represivo… Por aquellos días había en Barcelona una reunión de jefes de Estado, y la policía iba por la tarde a pegar a los grupos antiglobalización y después cantaba L'estaca. Les negué mi permiso intelectual y mis derechos de autor, para que no la vuelvan a utilizar jamás. Hubo mucha gente que se enfadó por mis declaraciones, incluso intelectuales de izquierdas. Es curioso”.