Trap, drogas y azotes en el culo: así es 'El perreo de la muerte', la fiesta favorita de los jóvenes
La generación del feminismo es la misma que aplaude el machismo de un estilo musical que, pese a la evidente contradicción que esto genera, no es incompatible.
14 septiembre, 2019 03:30Noticias relacionadas
"La primera vez que lo escuchas es un mojón pero después es adictivo". Cigarrillo, chándal negro y cerveza en mano, un joven de 20 años comparte su visión acerca de Yung Beef, el principal referente del trap español. El patrón de los asistentes es parecido; la media de edad, vestimenta e incluso la forma de hablar. Lo callejero triunfa en la capital y no hay cabida para el postureo o los pretenciosos —la mayoría conoce a su ídolo desde 2015, cuando PXXR GVNG empezaba a despuntar en el panorama—. La Sala Cool, en pleno centro de Madrid, ofrece un espectáculo, más que un concierto, difícil de comprender para quien no conozca esta música que surgió en España a partir de la crisis económica de hace ya una década.
No es una novedad la existencia de una brecha musical entre jóvenes y adultos. Siempre la ha habido y siempre la habrá. Sin embargo, estos sonidos urbanos trascienden lo musical, y se extienden a la moda, a la política y a la conformación de una generación entera que muchos critican sin siquiera tratar de comprenderla. Lo hace el filósofo Ernesto Castro en el primer intento de analizar este mundo hedonista con su libro El trap. Filosofía millennial para la crisis en España (Errata Naturae).
Tampoco las actitudes de estos artistas ayudan al acercamiento entre el ambiguo género urbano y la masa. Fernando Gálvez Gómez, conocido como Yung Beef, volvió cuatro años después con la secuela de su gira Perreo de la muerte. Barcelona, Madrid y Granada han sido los elegidos de presenciar la performance del cantante de 29 años. Todas-las-entradas-agotadas. Este 12 de septiembre, el mismo día que Felipe II fue proclamado rey de Portugal en 1581, Yung Beef se coronaba junto a su reina, La Zowi, frente a un público entregado que le esperó durante hora y media fielmente hasta que finalmente se dignó a aparecer dentro de una jaula. Abajo la esperaba ella, quien no paraba de animar al fandom gritando la palabra "puta" cada vez que empuñaba el micrófono.
Autotune, playback, perreo sucio y unas coreografías sin trabajar fueron los pilares fundamentales de un concierto grotesco que sobrepasaba los límites de la obscenidad. Si uno, por un casual, quería disfrutar de los temas de Yung Beef, definitivamente este no era su sitio. Tal y como demostró sobre el escenario, la intención del granadino se alejaba de la representación de su repertorio para acercarse a una experiencia irreproducible sobre cualquier otro formato. Era la máxima expresión de la 'legendariedad'. Él era parte del público y el público era parte de él. Es más, cualquiera de estas palabras serían incapaces de plasmar el horror vacui que se vivió en la céntrica sala madrileña.
Horror delicioso
Corren tiempos de corrección política. El feminismo o el rechazo a las drogas son temas cruciales que por fin se han puesto sobre la mesa, y principalmente gracias a la llamada generación Z. No obstante, el Perreo de la muerte presenta un lado opuesto de la sociedad veinteañera. Las mismas que critican cualquier cosificación de la mujer sucumbían ante la actuación abiertamente machista de Yung Beef. Los mismos aliados que defienden a las mujeres en redes sociales grababan a las féminas semidesnudas humilladas por el cantante —y que, por otra parte, se exponían a tal actuación bajo el estandarte del empoderamiento—. Es contradictorio y debe serlo.
En concreto, la polémica llegó con el baile de dos mujeres gordas que, lejos de reivindicar cualquier movimiento body positive o de aceptación, eran despreciadas por el cantante a base de golpes en sus desnudos traseros. Las mujeres danzaban al son de los berridos de Yung Beef mientras el público, lejos de horrorizarse con lo que sus ojos contemplaban, aplaudían un show cercano a lo sublime. El "horror delicioso", que diría Edmund Burke. Era imperfecto, estéticamente hiperbolizado y una aberración desde una perspectiva musicológica. Pero, volviendo a las palabras del chaval de la cola, era "adictivo".
"Yo sé que hago muchas cosas mal", canta en Empezar de cero. El concierto de Yung Beef no pretende educar ni ser un modelo a seguir. No busca culpables ni víctimas. No juzga. En este ambiente rutinario tan aparentemente ascético llamado vida, en el que nadie parece actuar incorrectamente, El perreo de la muerte se convierte una Sodoma liderada por Yung Beef. "¿Qué hace un joven célibe y abstemio como yo, que hace años que no folla y que no ha probado ninguna droga dura en su vida, tarareando estas canciones lujuriosas y politoxicómanas?", se preguntaba el filósofo Ernesto Castro en su libro. Es una forma de escapar de la corrección, como un amish que aprovecha su Rumspringa para desmelenarse durante un año antes de volver a su vida tradicional.
Pese a todo, el machismo existe, la gordofobia es un problema más que vigente y el consumo de drogas se deja ver en todas las clases sociales. Lo que ha dinamitado el éxito de Yung Beef y atrae a gente que hasta el momento no coqueteaba con un estilo urbano tan crudo, desde Omar Montes a Carlotta Cosials en la zona vip, es el reflejo literal de la sociedad llevado al extremo.
Quizá analizar y juzgar filosóficamente a una generación que no tiene un rumbo fijado y que cuestiona sus actos en cada movimiento que realiza no sea la solución. Quizá tener un mensaje caótico, ocioso y contradictorio sea la esencia de los que reemplazarán a los millennials en los años futuros. Quizá aquella chica morena de 19 años que conocí en el concierto tenía razón acerca de buscarle una explicación a la deriva de sus coetáneos. "Se están flipando". Al fin y al cabo, a las 23:30 las luces se encendieron y las gentes volvieron a sus monótonas, politizadas y racionales vidas.