Es un cliché, puede que uno de los peores, el de "el trabajo más personal hasta la fecha". Una etiqueta que puede sentenciar carreras, haciéndolas caer en lo soporífero. No es de extrañar que sonasen algunas alarmas cuando Adele utilizó esa misma expresión en una reciente entrevista con Vogue para separar sus anteriores álbumes de su referencia más reciente, 30. La cantante ha sabido dotar a su música de la independencia creativa suficiente como para encandilar al público mundial con tan solo tres discos, aunque ¿qué precio tiene 'lo personal'?
Trece años distan de 19, el álbum debut que la cantante editó con XL en 2008. La escena británica del soul acabaría sentenciado a dos de sus máximos exponentes, Amy Winehouse y Duffy, víctimas ambas de la presión, abusos y soledad que acompañó su rápido ascenso a la fama. Adele consiguió abrirse paso hasta 2021, rechazando muchos de los convencionalismos habituales de los grandes festivales y galas, optando por un perfil más bajo que le alejase del foco mediático y sus terribles consecuencias.
Este nuevo trabajo se estrena tras una etapa traumática en la vida personal de la cantante con su correspondiente nota de prensa y agenda de marketing, mostrándonos una faceta íntima, aunque chocando la misma idea que el álbum trata de desarrollar. No faltan las baladas de piano, aunque son mucho más escasas en favor de un sonido más cercano al pop pegadizo. Temas nuevos como Woman like me o To be loved comparten lazos con el adelanto que pudimos escuchar hace unas semanas, Easy on me, compuestas junto a Dean Josiah Cover, colaborador del cantautor Michael Kiwanuka.
La producción corre a cargo de los suecos Max Martin y Shellback, aunque la presencia de Ludwig Göransson brilla desde la onírica apertura del disco, Strangers by nature. Göransson consiguió equilibrar elegantemente influencias clásicas de la Motown con sonidos modernos en Awaken, My Love! de Childish Gambino. Un trabajo que le valió tres nominaciones al Grammy en 2017 y que vuelve a aplicar brillantemente en 30, con detalles e ideas frescas, incluso samplers tomados de otras canciones, técnicas más cercanas al hip-hop que revitalizan el resultado final.
Deja incluso una reinterpretación de Misty, la célebre pieza del pianista Erroll Garner. All night parking sirve al músico para reencarnarse con aires nuevos en 2021 junto a la potente voz de Adele. La composición original desvanece entre los sonidos de las cajas de ritmos. Una colaboración prodigiosa teniendo en cuenta que su autor falleció en 1977, aunque su nombre aparezca junto al título.
Hace pocos días, la cantante sentaba con Oprah para hablar de su cambio de imagen y el impacto que la pandemia ha tenido sobre su delicado estado emocional tras la separación de Simon Koneck . Una situación a la que resulta difícil aproximarse con empatía, al menos sin que el vértigo de los 170 millones de dólares que costó la separación nos devuelva a una realidad propia, muy alejada de ese tipo de cifras.
El divorcio multimillonario con el que fue su marido su relación posterior con Skepta aparecen reflejadas en muchas de las canciones. Aunque es My little love la que se lleva la palma en cuanto a exposición hasta cotas absurdas, con conversaciones con el pequeño intercaladas en los puentes instrumentales. El efecto final es el de una telenovela extraña. Un espectáculo que ha conseguido generar una expectación que ha convertido durante 29 días su primer single en el número uno global de Spotify.
El sonido de 30 no se escapa de anteriores propuestas, aunque eso no es un impedimento en la carrera de una artista que juega en una liga muy distinta a la del resto de superestrellas de la música. Lo que termina por distraer al oyente es la constante cascada de referencias y frases que nos permiten introducirnos en su vida personal. Un propósito que casa con la intención artística de quien ha basado su discografía en etapas vitales —19, 21, 25 y ahora 30—, pero que termina superando la propuesta estética del propio disco.
30 es un álbum magistral, perfectamente ejecutado y compuesto, con un sonido que sitúa a la artista en un lenguaje de intenciones modernas, aunque conservando toda la personalidad de referencias anteriores. Sin embargo, termina por resultar poco creíble en el exceso de información, poniendo demasiado esfuerzo en darle credibilidad a quien no debería exigirla.