"No me he encontrado en la vida un cuadro como este. Es más que una restauración", dice Teresa Fernández, conservadora veterana del Instituto del Patrimonio Cultural de España (IPCE), mientras muestra un lienzo desgastadísimo, con la pintura cuarteada y los bordes carcomidos. Es una obra del italiano Luca Giordano, del siglo XVII; una joya del Barroco adquirida por el Estado en los años 60 y que se exhibía en el Museo de Santa Cruz de Toledo. Su pésima preservación —se asemejaba a una mancha de oscuridad— la ha empujado a pasar por el taller.
Dos años lleva Teresa limpiando El descendimiento de la cruz. Dos años años retirando el betún de Judea que le aplicaron al cuadro en una restauración previa acometida en Francia, donde es probable que también se les cayese. El objetivo era brindarle un estilo más tenebrista a la obra que, sin embargo, terminó por difuminar las facciones de un Cristo magnífico, "a lo bestia". La restauradora, gracias a sus compañeras del área de radiografía, también ha podido descubrir que sobre ese mismo lienzo se bocetó una escena totalmente diferente protagonizada por dos mujeres.
Valiéndose de la ayuda de un grabado y de los años de experiencia, la misión ahora es devolver a la pintura el esplendor que le confirió Giordano. Y el primer hallazgo ya es sorprendente: el fondo conocido, negro intenso, nada tiene que ver con el original que también se ha tragado la cruz; es "azul, azul", destaca Teresa. "Tengo que estar reflexionando todo el rato sobre lo que voy haciendo", añade. Cuando concluya su labor, parecerá un cuadro totalmente nuevo.
"Una intervención así solo se puede realizar en una institución como esta", asegura Cristina Villar, jefa del Área de intervención en bienes muebles. Se refiere al IPCE, organismo dependiente del Ministerio de Cultura y encargado de la conservación, restauración e investigación de los infinitos tesoros del patrimonio español. De velar por que no se pierdan piezas concretas, como este giordano que hasta el siglo pasado estuvo atribuido a su maestro José de Ribera; hasta las incontables fortalezas e iglesias que se encadenan por toda la Península —véase el castillo de Morella, donde sus técnicos están acometiendo obras de emergencia—, pasando por el patrimonio inmaterial.
Cada año el IPCE diseña, ejecuta y sigue más de 200 proyectos propios sobre bienes culturales de titularidad estatal y ofrece asesoramiento en otros 500 que intervienen propiedades de otras administraciones públicas. El último caso, las recomendaciones al Ayuntamiento de Madrid sobre la forma más adecuada de proteger el Templo de Debod. "Lo que nos diferencia de otras instituciones es la dimensión, la escala: intervenimos en todo tipo de bienes culturales en España", destaca María Domingo, subdirectora general adjunta. También los de la Iglesia debido a una serie de acuerdos que firmaron el Estado español y el Vaticano en 1979.
El eje principal de actuación se vertebra a través de los catorce Planes Nacionales, unas "herramientas de gestión de tipos problemáticos concretos del patrimonio que proponen análisis y actuaciones de conservación y sirven para coordinarse con los titulares de los bienes", explica Domingo. Para acometer todas estas medidas, el IPCE dispone de una inversión pública de 20 millones de euros más las subvenciones que obtenga por concurso. Desde la institución esperan que los nuevos Presupuestos Generales sean más generosos para aumentar los recursos de otras iniciativas como los proyectos de investigación arqueológica en el exterior.
Trabajo multidisciplinar
Mientras Teresa Fernández continúa con la restauración del cuadro de Luca Giordano, su compañera Ángeles Pérez limpia la abundante suciedad de un sagrario renacentista del siglo XVI tallado por el escultor Juan de Juni. La obra, procedente del Museo Catedralicio de León, "es muy buena pero estaba muy mal conservada, con la madera carcomida espectacularmente". Su labor consiste recuperar la tonalidad de la policromía original, en devolverle todo su esplendor al tesoro religioso.
Antes del proceso de limpieza, la pieza es sometida a distintos análisis en los laboratorios del Área de investigación para discernir los deterioros que sufre. "En esta fase se lleva a cabo una aplicación de las ciencias experimentales a los bienes materiales", detalla María Martínez, jefa del departamento. "Analizamos los materiales de los que está hecha la obra, los daños que presenta y asesoramos en el proceso de restauración".
Para ello, por ejemplo, se realizan estudios físicos como la toma de imágenes con reflectografía inflarroja o ultravioleta—dos técnicas aplicadas fundamentalmente a los cuadros y que rastrean la historia de la ejecución del lienzo—, radiografías o análisis químicos de los materiales a través de tomas de muestras microscópicas. Esta última actuación puede arrojar resultados sorprendentes: expertos del IPCE han documentado recientemente la composición de un estuche de maquillaje romano del siglo I hallado en Mérida.
"Lo que aquí se hace es un trabajo científico, no artesanal", recalca María Domingo, subdirectora general adjunta del IPCE. Todos los proyectos son multidisciplinares y el resultado de combinar técnicas especializadas desempeñadas por personas con la preparación adecuada. Y llama la atención el predominio de mujeres restauradoras empleadas in situ en el Instituto: 36 por solo dos hombres. Ellas son las encargadas de recuperar y conservar el rico patrimonio español.
Porque todos los bienes que resulta viable transportar son estudiados con detalle y restaurados en la sede del IPCE. El llamativo edificio, inscrito en un círculo de 40 metros de radio dividido en 30 gajos principales y localizado en la Ciudad Universitaria de Madrid, se proyectó en 1965 por los arquitectos Fernando Higueras y Antonio Miró. Pero no sería hasta 1985 cuando se convirtió en la sede del entonces Instituto de Conservación y Restauración de Bienes Culturales.
Su curiosa arquitectura, de estilo expresionista, ha sido motivo de atracción para el cine: aquí está ambientada la última película del recientemente fallecido José Luis Cuerda, Tiempo después, en la que el personaje de Roberto Álamo se desloma subiendo su carro por unas características escaleras para vender limonada en la última construcción que pervive en el mundo.
Patrimonio documental
Las labores de restauración no se circunscriben exclusivamente a las obras de arte. El IPCE también tiene un taller dedicado a la conservación del patrimonio documental, bibliográfico y obra gráfica. Ascensión Fernández, investigadora de este departamento, tiene sobre su mesa la partitura original de la zarzuela Luisa Fernanda, del director Federico Moreno Torroba, estrenada en el Teatro Calderón el 26 de marzo de 1932. El texto fue donado en 1976 a la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, momento en que se encuadernó.
"Cuando llega al IPCE la partitura presenta un estado de conservación regular", explica la restauradora. "Con el visto bueno del bibliotecario Víctor Nieto Alcaide procedemos a su desmontaje para estudiar el sistema original de los cuadernillos, realizar una limpieza superficial, reparar las roturas y los desgarros propios de su uso con papel japonés, corregir las deformaciones y reencuadernarla".
El objetivo de la intervención es conservar la integridad de la obra en su contexto actual, manteniendo las huellas del pasado —como las anotaciones personales del director hechas a lápiz que incluyen correcciones o chascarrillos relacionados con sus músicos: "Entran los pollos con la voz elevada", se lee en una de las páginas— para su preservación futura, asegura Ascensión.
Desde esta misma Área de libros, documentos y obra gráfica también se asesora en la preparación de exposiciones, como la organizada por el Ministerio de Justicia sobre el exilio republicano en La Arquería de Nuevos Ministerios. Los expertos del IPCE aconsejan y se encargan de comprobar que las obras están en un estado de conservación óptimo antes, durante y después de ser mostradas al público.
Además de laboratorio, el Instituto del Patrimonio Cultural de España alberga unos fondos documentales y gráficos sobresalientes. Cuenta con la mayor biblioteca en español sobre el estudio de bienes patrimoniales con unos 40.000 volúmenes y más de 1.600 títulos de revistas. La fototeca, según la subdirectora general adjunta, es "la joya de la corona": está integrada por más de 700.000 documentos fotográficos de dos decenas de archivos y colecciones que se remontan a la década de 1860, con trabajos de Jean Laurent, y abarcan hasta la actualidad.
Uno de los tesoros documentales más fascinantes que esconde el IPCE —que también sistematiza y permite consultar todos los trabajos realizados por sus profesionales— es el denominado Archivo de la Guerra. Ahí se recoge el papeleo generado por la republicana Junta Delegada de Incautación de Madrid y el Servicio de Recuperación Artística, creado por el bando franquista, para proteger el patrimonio histórico español durante la Guerra Civil.
Fue un intento por que la barbarie y las bombas no destruyesen la excepcionalidad de los bienes culturales de nuestro país, un momento de lucidez en esos años en los que se impuso la locura, los extremismos. El fondo del IPCE contribuye a poner en valor esa operación de salvaguarda, a preguntarse qué hubiera pasado sin estas dos instituciones; y lo hace desde un edificio curiosamente situado en la misma zona donde se asentó uno de los frentes más icónicos de la guerra: el de Ciudad Universitaria.