El presagio ya es una realidad. Por primera vez en 10 años de rivalidad, Novak Djokovic domina en el cara a cara a Rafael Nadal (24-23), una remontada increíble (llegó a estar 4-14) que fotografía el camino recorrido por ambos jugadores hasta crear una serie de enfrentamientos sin parangón, la más larga de la historia, ahora claramente controlada por el serbio.
La aplastante victoria del número uno en la final del torneo de Doha (6-1 y 6-2 al mallorquín, el resultado más abultado de siempre entre los dos) llegó acompañada de un puñado de reveladoras consecuencias y un mensaje bien nítido: a Nole no le vale con ganar a Nadal.
Tiene que hacerlo trizas, reducirlo a la nada, abrirlo en canal, ser el titiritero que mueve a placer los hilos de la marioneta. En consecuencia, necesita demostrar que la distancia con su némesis ya no se mide en pequeños detalles. Hoy se calcula en millones de kilómetros.
Djokovic, que sumó el primer trofeo de la temporada (60 de su carrera, cerca de los 67 que tiene el español), borró de un plumazo el mal recuerdo del curso pasado (cayó ante Ivo Karlovic en cuartos, su única derrota lejos de una final), estiró su racha (31 de los últimos 32 partidos abrochados y cinco triunfos seguidos contra Nadal) y comenzó 2016 de la misma forma que terminó 2015: ganando con una superioridad lacerante, inabordable días antes de asaltar el Abierto de Australia (desde el próximo 18 de enero), donde buscará una sexta copa de récord que le catapulte hacia la leyenda.
La derrota dejó a Nadal descompuesto, roto tras ver cómo el serbio engullía todas sus buenas intenciones, un puñado de méritos alimentados durante los días anteriores. Al principio, el mallorquín arrancó decidido a tirarse a la yugular de su contrario, posicionado encima de la línea y encontrando profundidad en sus tiros. Esa decisión se tradujo en una interesante pelota de rotura en el primer juego del partido que Djokovic anuló sin pestañear.
Fue la despedida de Nadal del encuentro y el inicio de un calvario. Bienvenido al infierno, le dijo el número uno con pelotazos endiablados, restos imposibles (ganó el 53% de los puntos sobre el saque del español) y unos cambios de dirección que le permitieron llevar siempre el dictado de la final.
Torturado en cada intercambio, con la obligación de ir al límite continuamente para arañarle un punto a Djokovic, el mallorquín aulló desesperado. Su contrario, guiado por una firme autoexigencia, se quejó tras fallar un revés cuando hacía tiempo que la copa le pertenecía. Así de alto está el listón que Nole se ha impuesto, la explicación a su invulnerabilidad, la desesperación de su oponente.
“¡Despierta!”, le gritaron a Nadal desde la grada cuando el partido ya no tenía solución. “¿Quieres ser tú mi entrenador?”, contestó el mallorquín, siempre hermético frente a esas situaciones. Pocas reacciones definen mejor cómo Djokovic ha invadido la cabeza del español, sentándose cómodamente en el fondo de ella, un lugar del que será complicado sacarle.
“Es difícil imaginar que a día de hoy pueda haber alguien que juegue a este nivel”, acertó a decir el español con el trofeo de finalista en las manos mientras seguramente reflexionaba sobre una idea imposible de ocultar: aunque posiblemente compitió mejor que en sus últimos cruces frente al serbio, su juego no le hace ningún daño a Djokovic.
Nadal acepta el reto
La semana en Doha, sin embargo, despide a Nadal con cierta calma entre los truenos de la tormenta. El mallorquín comenzó la temporada en 2015 como un jugador oxidado. Sin ritmo y sin dinamismo. Con presión y con tensión. Todo eso derivó en el peor año de su carrera, uno que le vio tropezar contra rivales que antes no le habían hecho ni cosquillas.
2016 recibió a un tenista en línea ascendente que apura los últimos metros de su recuperación. Después de emplear los últimos tres meses del curso pasado como una pretemporada (con cambio de rostro a partir del torneo de Pekín), el campeón de 14 grandes se marcha de Catar tras recuperar una de sus señas de identidad más importantes (analizar los partidos sobre la marcha y buscar soluciones para darles la vuelta), con el nivel de juego a la altura de los mejores y listo para retar a Djokovic con un plan bien sensato.
“Hay un jugador que es mejor que los demás”, reconoció el español tras caer en la final. “Solo hay dos opciones aquí: o frustrarte y no querer encarar la lucha o saber que uno es mejor que tú y esperar”, prosiguió el balear, dispuesto a aceptar el desafío. “Pero esperar trabajando para cuando llegue tu oportunidad. Si uno la espera y la busca, la oportunidad suele llegar. No entiendo el deporte de otra manera que no sea así. El año pasado no podía estar en esa situación, pero ahora sí lo estoy”, repitió Nadal.
Durante todo el torneo insistió en aparcar sus problemas de 2015, intentando enterrarlos para siempre. “Si juega como hoy, no creo que Djokovic pierda ningún partido en todo el año. Pero normalmente, y por muy bueno que seas, siempre hay un momento en el que puedes bajar un poco. Y voy a intentar estar ahí. Tengo que vivir con la esperanza de que hay soluciones. Lo importante es darme las oportunidades para aprovechar esas ocasiones que van a venir seguro”, reiteró ilusionado el número cinco.
Rumbo a Melbourne
A diferencia de 2015, cuando llegó al Abierto de Australia con un partido como única preparación (derrota ante el alemán Berrer en su estreno en Doha), Nadal viajará a Melbourne para jugar el primer Grand Slam del año con cinco encuentros en las piernas, cuatro de ellos coronados con la victoria. Eso no es cualquier cosa. Pese a la superioridad de Djokovic, inalcanzable a día de hoy, el mallorquín sabe perfectamente dónde está y cómo se encuentra antes de asaltar la primera gran cita del calendario.
Sin enigmas que resolver, todo lo contrario que la temporada pasada cuando navegaba entre las dudas, y con el colchón que le otorgan los cinco sets de los eventos grandes, Nadal entra en el terreno que más le gusta: un torneo para cabezas fuertes. “Mis dudas aparecen cuando no estoy jugando bien”, explicó el campeón de 14 grandes, que en Doha mantuvo una línea regular hasta el frenazo de la final.
“Cuando sí lo hago, tengo menos dudas. Más o menos, sé en qué momento estoy bien y en qué momento no lo estoy. Ahora mismo siento que estoy haciendo las cosas de la forma correcta”, añadió. “Es diferente al volver tras una lesión, después de períodos largos sin competir. Ahí sí que tengo dudas. Si uno prácticamente no ha parado y siente que está jugando bien… claro que tienes dudas, pero evidentemente son menores”, se despidió el número cinco, al que le esperan más de 13 horas de vuelo para llegar a Melbourne y comenzar a afinar su preparación.
“El final del año pasado le ayudó mucho”, confirmó Francis Roig, uno de los entrenadores del mallorquín. “Él vio que realmente lo que le estábamos pidiendo podía funcionar, ha ayudado bastante para seguir trabajando en pretemporada y para empezar de esta forma 2016”, prosiguió el técnico catalán, uno de los que más insistió en la necesidad de que Nadal jugase metido dentro de la pista, siendo más agresivo, buscando dominar a sus rivales. “Estos días hemos competido y encima tenemos tiempo para entrenar en Melbourne. Creo que vamos a llegar a Australia bastante bien”.
Así, y después del golpe de autoridad del serbio en Doha, la pregunta parece clara. ¿Puede ganar Djokovic los cuatro grandes seguidos? ¿Está listo para romper la historia de esa forma? “No voy a contestar que no, pero es muy complicado para cualquier jugador ganar el Grand Slam”, respondió Nadal, consciente como el resto de que el serbio se quedó a un triunfo de lograrlo en 2015 (perdió la final de Roland Garros ante el suizo Wawrinka). “Es algo que no ha pasado desde hace muchos años. ¿Es posible? Sí. ¿Es improbable? También, pero si alguien está capacitado a día de hoy para hacerlo es él”.