“¿Esto es siempre así?”. La noche del miércoles, mientras Rafael Nadal y Andreas Seppi discutían el pase a la tercera ronda del Abierto de los Estados Unidos, una espectadora se llevó las manos a la cabeza en su primera experiencia en la pista central del último Grand Slam de la temporada. Sentada en una de las primeras filas, con unas vistas privilegiadas, la aficionada no escuchaba el sonido de la pelota, los gritos de los jueces de línea o el rechinar de las zapatillas contra el cemento. Solo oía un inagotable ruido llegado de todas partes y concentrado de forma permanente en el aire.
Habitual en Flushing Meadows, el bullicio se ha multiplicado varias veces con la instalación del techo retráctil (de cinco toneladas) que el torneo estrena en esta edición, utilizado por primera vez en el encuentro entre Nadal y Seppi. Casi da igual que la cubierta esté abierta o cerrada: aunque la sensación es peor bajo techo, la amplificación del jaleo ha llegado para quedarse de la mano de la gigantesca estructura de acero.
“Ha sido un poco extraño”, explicó Nadal tras ganar el primer partido a cubierto en la historia del torneo. “Por momentos, había demasiado ruido durante los puntos. Te acostumbras, pero hay bastante más ruido de lo habitual”, insistió el mallorquín, que este viernes buscará el pase a octavos ante Andrey Kuznetsov. “A mí me encanta la energía del público de Nueva York. Me gusta sentirme cerca de ellos porque juego con mucha pasión y ellos me dan esa electricidad y pasión extra, pero es cierto que el ruido a veces es demasiado”.
El ruido no es algo nuevo en el Abierto de los Estados Unidos. Si algo ha distinguido al último grande del año, si algo ha marcado las diferencias con el resto de torneos del Grand Slam, ha sido la apuesta por el espectáculo. En Nueva York todo se hace a lo grande. La Arthur Ashe, de forma octogonal, es la pista más grande de todo el circuito (23.771 personas). Por las zonas más altas de la grada, donde para ver el juego vendrían bien unos prismáticos, la gente entra, camina y sale en mitad de los puntos, pero eso lleva ocurriendo desde toda la vida. Abajo, en los mejores sitios, los aficionados no se mueven con esa frecuencia, pero no dejan de hablar con la bola en juego, gritan de un lado a otro e incluso mantienen conversaciones por teléfono mientras beben refrescos gigante y comen perritos calientes. La estructura del techo amplifica todos esos sonidos, convirtiendo la pista en una caja de truenos.
“Es un tema del que se está hablando mucho en el vestuario”, desveló Juan Martín Del Potro, que superó 7-6, 6-3 y 6-2 a Steve Johnson. “Cerrado es aún peor el ruido. Abierto, si la gente se calla un poco… Murray y Lendl estaban hablando de eso hoy, pero los organizadores lo saben”, declaró el argentino. “Tienen mucho por mejorar. Han hecho un techo magnifico, pero es difícil que quede perfecto a la primera”, cerró el 142 del mundo.
“El ambiente es extremadamente ruidoso”, aseguró Serena Williams, vencedora 6-3 y 6-3 de Vania King. “Es diferente porque todos los otros lugares donde jugamos son muy tranquilos y aquí no. Espero acostumbrarme a los ruidos”, se despidió la número uno del mundo. “Yo disfruto de la tranquilidad”, dijo su hermana Venus, que superó 6-2 y 6-3 a la alemana Georges en la misma pista. “El silencio del tenis es algo muy especial. Hay esa tensión que todo el mundo se siente, el sonido de la pelota, el sonido del juego de pies.… En los momentos más importantes el silencio lo dice todo. No creo que deba desaparecer”, zanjó la estadounidense.
El tenis es un deporte que se juega en silencio y los jugadores necesitan que sea así. Escuchar el impacto de la pelota con las cuerdas de la raqueta es tan importante como golpear una buena derecha. En Wimbledon, por ejemplo, los tenistas oyen los botes de la bola antes de sacar y algunos incluso los latidos del corazón, tal es el silencio. Nadie se mueve. Nadie habla. Nadie tose. El Abierto de los Estados Unidos es lo completamente opuesto, más ahora con el nuevo techo.
“Nosotros usamos nuestro oído al jugar y no solo los ojos”, apuntó Andy Murray, que llegó a tercera ronda tras batir 6-4, 6-1 y 6-4 a Marcel Granollers bajo el techo de la central. “El sonido te ayuda a interpretar la velocidad de la bola, lo duro que golpeas o el efecto que el rival le esté dando”, prosiguió el británico. “Por ejemplo, si jugáramos con auriculares o con las orejas tapadas, sería una gran ventaja si el rival no las llevase”, cerró el número dos del mundo.
“El ruido es muchísimo más notable y con la lluvia ya es de locos porque cuando le pegas a la bola no sientes que la estás pegando”, le siguió Granollers tras la derrota. “¡Es que casi no oyes al árbitro! Ha habido un cambio en el que me ha dicho: ‘He cantado tiempo ya’. Ni me había enterado. Por un momento no era fácil concentrarse”.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) asegura que el oído humano pude tolerar 55 decibelios sin ningún problema. A partir de los 60 ya es diferente: la exposición a más de 85 durante ocho horas o 100 durante 15 minutos puede provocar daños en el oído. En la Arthur Ashe, con la nueva estructura, se superan constantemente los 80 decibelios y se alcanzan picos de más de 100 en los momentos de mayor emoción. Como jugar al tenis en un concierto de rock and roll.