Alejandro Blanco (Orense, 1950) acaba de estrenar su cuarto mandato al frente del Comité Olímpico Español, donde goza de un respaldo amplio del deporte nacional tras haber encabezado el tercer (pero probablemente no último) intento de Madrid por organizar unos Juegos. Defensor acérrimo del Comité Olímpico Internacional (COI) y de su presidente (Thomas Bach) en un momento particularmente complicado para el olimpismo, Blanco hace balance del cuarto de siglo transcurrido entre el esplendor de Barcelona 1992 y el regusto agridulce de Río 2016, cuyas instalaciones deportivas se pudren en medio de dudas generalizadas sobre los beneficios del ‘legado olímpico’, la negativa de ciudades occidentales a celebrar unos Juegos y el rechazo a los escándalos de corrupción y dopaje que han robado protagonismo al deporte en los últimos años.
Todo el mundo parece estar organizando actos de conmemoración de Barcelona 1992 en su 25º aniversario. ¿El pasado de los Juegos es más atractivo que su futuro?
No… Se trata de revivir el espíritu de Barcelona. Han pasado 25 años, pero el espíritu es el mismo. Lo importante no fueron las 22 medallas, las 13 de oro, sino que España se movilizó, y a través de unos Juegos cambió la mentalidad de la gente de este país. Sirvieron de puesta de largo de España en el mundo. Esa es una lección para los tiempos que estamos viviendo: cuando nos ponemos a trabajar todos juntos, España es siempre un país número uno. Ese es el gran ejemplo de Barcelona.
Un cuarto de siglo después, ¿estamos menos unidos que entonces?
La situación política es diferente, no la deportiva. En el tema deportivo estamos haciendo un trabajo conjunto, todos, y por eso los resultados en Río han sido formidables, como lo fueron en Londres y en Pekín. El deporte español sigue siendo el mayor factor de integración y sigue siendo visto por la sociedad de una forma diferente.
¿La falta de consensos básicos que se percibe ahora en la política española impediría la hipotética organización de otros Juegos?
El consenso nacional es obligatorio. Si no, los Juegos son un desastre. Pasados 25 años, pasados Atlanta, Sidney, Atenas, Pekín, Londres y Río, la gente sigue hablando de los Juegos de Barcelona. Y no porque tuviera las mejores instalaciones (que no es verdad), sino por el espíritu que se vivió. Barcelona sigue siendo recordada por el movimiento olímpico. Fue el mejor ejemplo de la España que queremos, la España unida, la España trabajadora, con ideales y con valores.
El esfuerzo olímpico se puede hacer de muchas formas, pero para conseguir el resultado es imprescindible la unidad. Ayuntamiento, Comunidad Autónoma y Gobierno de España han de trabajar unidos y en la misma dirección para tener una candidatura respetable. Si no hay unidad, no hay que jugar ni siquiera el partido.
Madrid lo perdió tres veces, teniendo una buena candidatura y consenso político.
Perdimos con grandes candidaturas las tres veces, pero la que yo presidí, 2020, fue la base un año después del modelo que estableció el Comité Olímpico Internacional. No nos dieron los votos, pero nos dieron la razón un año más tarde. En esta nueva dinámica del COI, Madrid es la ciudad más preparada del mundo para hacer unos juegos. Pero sólo se pueden hacer desde el consenso, no sólo del mundo político, sino del mundo empresarial y de la sociedad. Si la sociedad no quiere, no se pueden hacer unos Juegos, como se ha visto en Alemania o Hungría.
¿Cuáles son las tres cosas principales que, en su opinión, aprendió el COI de Madrid 2020?
Lo resumiría en uno: adaptar los Juegos a la realidad social y económica que vive el mundo. Lo otro es que hay adaptar los Juegos a la ciudad, no la ciudad a los Juegos. Eso es lo más importante. Ahora mismo, desde este propio edificio [la entrevista se celebra en la sede del COE], si miras por la ventana, puedes organizar en un entorno de 3 minutos 15 deportes y llegar al aeropuerto. No se puede hacer una ciudad para adaptarla a los Juegos. Los Juegos duran quince días. ¿Y después cuál es el legado? ¿Instalaciones que no se van a usar?
Creo que tenemos que racionalizar, y eso es lo que ha hecho el COI. Hay que adaptar los Juegos a la sociedad actual. ¿Y qué pide hoy la sociedad? Control del gasto, control de la inversión, que sean proyectos entendibles, que la gente los quiera... No puede haber un proyecto separado de la sociedad. Y creo que eso, que nosotros defendimos y luego nos dieron la razón, es para todo, no sólo para el deporte. Creo que las cosas hoy no son como hace 20 años, y la sociedad quiere participar más, tener más poder de decisión, que le expliquen mejor las cosas.
El famoso “legado olímpico” de Río, ¿estuvo mal concebido o está mal explicado? ¿O las dos cosas?
Tiene su luz y sus sombras. Hay varias instalaciones en desuso porque las están desmontando, no querían muchas fijas. Pero los Juegos han de adaptarse a los tiempos. No sirven las macroinstalaciones de 200 millones de dólares, porque la gente no las acepta. Río hizo cosas muy bien, pero le pilló en una situación política muy complicada. Pese a todo, hizo unos Juegos presentables.
Los Juegos han mejorado mucho el transporte en la ciudad, que era (y en algunas zonas sigue siendo) caótico. ¿Qué se está haciendo mal para que solo se publicite lo malo, o lo inútil, de ese legado?
En este momento, en general, prima lo negativo sobre lo positivo. Es una situación que habrá que cambiar entre todos.
Han pasado 25 años desde Barcelona y el olimpismo internacional vive probablemente su peor momento histórico. ¿De dónde procede la crisis?
Yo pienso que es una crisis de valores... Puedes hacer nueve cosas bien y una mal, pero no te van a recordar por las nueve. Te van a criticar... Río vivó unos Juegos difíciles, muy duros, y pese a todo se hicieron. Nos quedamos con las sombras y no destacamos las luces. Por eso hay que explicar bien las cosas y tener total transparencia. Que la gente entienda que toda inversión tiene retorno positivo, que se genera trabajo... Pero muchas veces no se explica lo suficiente.
Yo no creo que el olimpismo viva su peor momento... Ha habido un problema de ciudades candidatas: hay menos que otras veces. Pero también es cierto que estando París y Los Ángeles tenemos la tranquilidad de que va a haber grandes Juegos. Creo que el movimiento olímpico, como todos los movimientos, por los cambios producidos en la sociedad, ha pasado momentos de dificultad (el caso de Rusia, el dopaje, etc.). Pero Thomas Bach está haciendo una gran labor y se están salvando todos los problemas, y bien. Hay grandes patrocinadores, la venta de derechos ha ido extraordinariamente bien. Creo que al olimpismo le queda aún muchísimo recorrido, y si es capaz de mantenerse (que lo será, sin ninguna duda) en ese espacio de no interferir en la política, sino de mejorar el mundo y el deporte de alta competición, tiene el futuro asegurado.
¿Hasta qué punto afecta la percepción de corrupción a la consideración social del mundo del deporte?
Bach ha hecho cosas muy importantes: la primera es que cualquier persona afectada por un proceso de corrupción automáticamente deja de ser miembro del COI. La transparencia es al segundo: no hace falta que haya sentencia. La otra gran medida afecta al dopaje, y es la revisión de las muestras de hace ocho años. No defiendo a Bach porque sea el presidente del COI (que también), sino que le defiendo con devoción porque está haciendo cosas para limpiar todo aquello que pueda emborronar la imagen del COI.
El matrimonio entre el COI y la Agencia Mundial Antidopaje tampoco pasa por su mejor momento. ¿Dónde se sitúa usted en ese conflicto?
Yo con el COI, desde luego, pero las posturas están ya mucho más cercanas. Hemos de ir de la mano y hacer las cosas bien.
¿La retirada del patrocinio de McDonalds es un símbolo de decadencia?
No... Han entrado Toyota y Bridgestone con muchísima fuerza. En un momento dado un patrocinador histórico puede decir que ya no le interesa, pero cada vez hay más patrocinadores y los derechos televisivos se venden extraordinariamente bien porque hay mucho interés. El movimiento deportivo mundial hace una labor extraordinaria que es recompensada por empresas y medios. Por eso debe quedarse en ese espacio que hablábamos antes.
Le veo muy optimista. ¿No cree que hace falta una reflexión profunda de lo que está sucediendo, por amor al propio movimiento olímpico? Hace 25 años los Juegos eran lo máximo a lo que se podía aspirar. Eso ya no sucede, es casi al contrario.
Yo creo que se está haciendo... No es que sea optimista (que lo soy), es que lo soy con fundamento. Para mí apartar a los implicados es lucha contra la corrupción. El caso del dopaje y la retirada de medallas es lucha contra el dopaje. El mundo no es perfecto, existen imperfecciones, pero hay que intentar mejorar. El COI está haciendo lo que tiene que hacer. Y lo que nosotros dijimos en la candidatura 2020 es lo que ha ocurrido: hasta la llegada de Thomas Bach, el olimpismo iba por un lado, en donde lo que primaba era la macroinstalación, y la sociedad iba por el otro. No hay más. Y cuando ves el planteamiento de París o Los Ángeles, ves que están en esta línea, no la anterior. Y este proceso de adaptación hay que pasarlo. Y aparecerán muchas ciudades... Ya no es necesaria una inversión enorme de 40.000 o 50.000 millones. El movimiento olímpico, en cuestión de grandes eventos, se está adaptando al movimiento social.
¿Brasil, por tanto, ha sido el último ejemplo de una etapa que muere?
De una etapa... Sí. Pero observe qué ha pasado en Tokio desde que se aprobó la norma 2020. El macroproyecto inicial se ha adaptado a la agenda... Las últimas noticias es que se van a retocar instalaciones de los Juegos de 1964... Eso es importantísimo, y en ese sentido el movimiento olímpico ha dado un salto grandioso. Vamos a hacer unos grandes Juegos, sin duda alguna, pero no necesitamos la macroinstalación, que una vez que terminan los Juegos queda inservible para la sociedad. Se ha reducido la inversión en el estadio olímpico, va a disminuir la lámina de agua para remo y piragüismo, y se van a retocar instalaciones de los Juegos de 1964.
Los Juegos Olímpicos son el mayor evento que puede organizar un país, pero no puede hacerlo, tal y como está hoy el mundo, separado de la sociedad. No puede... Y ese fue nuestro lema y fue nuestra historia. Perdimos ante un proyecto extraordinario de un país muy solvente, pero la idea de Madrid 2020 está más vigente que nunca.