A Michael Phelps no se le apoda el tiburón de Baltimore por casualidad. El nadador estadounidense siempre ha mostrado una gran admiración por este animal. Y, en especial, por el tiburón blanco, de un rendimiento tan excelso en las aguas como el del deportista olímpico más laureado de la historia (28 medallas, 23 de oro). ¡Hasta llevó un bañador que intentaba imitar la textura de la piel de este escualo en Río 2016! De ahí que Phelps no dudase en aceptar una propuesta cuanto menos innovadora de Discovery Channel: medir su talento acuático y el de su reencarnación animal en una carrera retransmitida a posteriori en televisión. Con la identidad del ganador del reto oculta hasta este domingo, cuando el gran desafío será emitido.
Las comparaciones entre Phelps y el tiburón blanco han estado a la orden del día desde hace semanas: nueve kilómetros por hora como tope de velocidad para el nadador (19 con aletas) frente a los 40, 56 e incluso 64 del pez; la envergadura de 2,04 del norteamericano contrapuesta al 85% de masa muscular de su contrincante animal (los humanos tenemos sólo un 35-45%); el calentamiento que el tiburón de Baltimore sí necesita y el que no debe realizar el tiburón genuino…
Difícil que las apuestas, por una vez, no estuviesen en contra del mejor nadador de todos los tiempos. También por la costumbre de competir en aguas de temperaturas bastante más cálidas que los 13 grados que se encontró en Cape Town, Sudáfrica. Y por lo complicado que resulta que los tiburones naden en línea recta. Tan obvio resulta el favoritismo del ídolo animal de Phelps que este fue provisto de unas aletas para intentar nadar en igualdad de condiciones.
¿Qué ha ocurrido en otras ocasiones en las que deportistas y animales se han medido entre sí? Aquí repasamos varios experimentos que habrían hecho las delicias (o no) de Félix Rodríguez de la Fuente.
Jesse Owens y los caballos
A pesar de ser el dominador absoluto de los Juegos Olímpicos de Berlín 1936 (cuatro oros), el atleta natural de Oakville (Alabama) lo tuvo crudo para ganarse la vida a su regreso de Alemania. Tanto como para dedicarse a correr contra caballos en carreras de exhibición para poder comer. ¿Quién ganaba? Owens (también llegó a competir contra perros, coches, locomotoras, motos…).
La verdad es que le ayudaba bastante el hecho de que sus rivales equinos solían asustarse con el sonido de la pistola que indicaba el comienzo de la prueba. Eso le daba una ventaja fundamental al corredor, que aun así no ganaba de forma holgada: empezaba 36 metros por delante para sprintar durante casi 100. Si Owens y los caballos hubiesen competido en distancias mayores, el animal habría ganado sin oposición.
El rugby y el guepardo
Bryan Habana, campeón del mundo con Sudáfrica en 2007, decidió medir su velocidad, una de las más despampanantes del balón ovalado, contra la del animal más veloz del planeta. Meses antes de alzar la Copa Webb Ellis con su país, el jugador de los Springboks se midió a Cetane, un guepardo hembra de dos años y medio. Podía alcanzar una velocidad máxima de 112 kilómetros por hora, así que Habana contó con una ventaja de 30 metros de salida.
Para motivar al guepardo, se lanzó una pierna de cordero atada a una cuerda con la esperanza de que la persiguiese. Y así fue. Cerca de la línea de meta, cuando Habana casi cantaba victoria, Cetane le rebasó como una centella. Hubo revancha, con victoria contundente del animal. “Creo que me alegré cuando vi que el guepardo me adelantaba, porque entonces supe que ella no me estaba mirando el trasero”, declaró el deportista sudafricano.
Las peleas entre hombres y osos
A mediados del siglo XIX, se popularizó que algunos valientes probasen fortuna peleando contra osos domesticados que previamente habían sufrido varias perrerías: dientes arrancados, tendones de las patas cortados, guantes colocados en las garras… Hubo algunos triunfadores humanos, con pulgares perdidos por el camino. Sin embargo, los osos vencieron casi siempre, provocando incluso muertes en el acto. Otros de sus adversarios fueron noqueados, y gracias. Quizá por eso este tipo de peleas pasaron a ser clandestinas durante unos cuantos años.
El combate más famoso entre un hombre y un oso tuvo lugar ya en pleno siglo XX. Corría 1949 cuando el boxeador Gus Waldorf decidió medirse a uno de estos animales dentro de una jaula. Él también perdió. Otro púgil, Tony Galento, fue todavía más lejos: además de enfrentarse a un oso en cierta ocasión, también peleó contra canguros y hasta con un pulpo muerto. Surrealista.
Fernando Alonso y el polo
En noviembre de 2016, el doble campeón mundial español de Fórmula Uno disputó una carrera de 140 metros contra uno de los mejores jugadores argentinos de polo, Facundo Pieres. Se celebró en Argentina, justo antes del Gran Premio de Brasil. Alonso condujo un Bugatti de los años 30 y Pieres, como en su deporte, un caballo.
Al principio, el polista y su montura se adelantaron, pero el piloto asturiano, tras conseguir acelerar con su coche clásico, acabó superándoles por unos palmos en la meta. Todo formó parte de un evento promocional de la marca de champán Chandon y la escudería McLaren-Honda.