En Berlín, en el barrio de Charlottenburg, el Estadio Olímpico bosteza entre el susurro de turistas y curiosos. Es verano y la temporada futbolística ha acabado. No hay goles ni cánticos ni banderas. El Hertha y la Bundesliga se han ido de vacaciones. El silencio, en horas de cierre, contrasta con el bullicio de otros tiempos. Y el ruido, ante la ausencia de visitas, queda engullido por una construcción monumental, imponente y antiquísima. Entre sus muros, miles de historias coronadas por unos anillos olímpicos que levitan entre dos columnas de solemnidad. Datan de los Juegos de 1936, aquellos en los que Jesse Owens desafió a Hitler. Esos en los que el atleta norteamericano, espoleado por el sonido del viento, ganó cuatro oros y voló sobre una pista de atletismo que puede quedar sepultada en los próximos años (así lo contempla el plan de reforma llevado a cabo por el ayuntamiento y el club de la capital).



El alcalde socialista Michael Müller, que gobierna en coalición con otros dos partidos de izquierdas, y el Hertha de Berlín -equipo de la ciudad- llegaron a un acuerdo para convertir el Olímpico en un estadio que favorezca el espectáculo puramente futbolístico: sin pista de atletismo y con las gradas más pegadas al césped, al estilo inglés. Una decisión controvertida. El plan de reforma -que de momento sigue su curso- se ha encontrado con la oposición de muchos ciudadanos y grupos relacionados con el deporte, como la Federación Alemana de Atletismo, la Asociación de Berlín o el director de la maratón de la ciudad. Todos buscan la salvación de un lugar sagrado.



Sepultar la pista para siempre atentaría contra el recuerdo de Jesse Owens; contra el legado de Usain Bolt, que consiguió allí batir dos de sus récords (hizo los 100 metros en 9.58 y los 200 en 19.19); contra las otras 23 plusmarcas mundiales establecidas; y contra el simbolismo de un templo del deporte. Pero no sólo eso. Convertir en cenizas el tartán del Olímpico tendría consecuencias para Berlín: se quedaría sin estadio para organizar el Mundial de atletismo -el único que puede hacerlo en Alemania-, dejaría de ser la ciudad con el meeting más antiguo del mundo junto a Zúrich y firmaría su defunción con la organización del Europeo de 2018.



Años de relatos memorables que permanecerán en el recuerdo -en cualquiera de los casos-, pero que no sumarán nuevos capítulos a la basta historia del Olímpico -siempre que se lleve a cabo el plan de reforma-. Nada nuevo para un estadio fallido en sus primeros días, cuando fue proyectado como sede de unos Juegos que jamás se celebraron (los de 1916, a causa de la Primera Guerra Mundial), y que finalmente escaló hacia el cielo en 1936, con el partido Nazi en el poder y Jesse Owens ‘confabulando’ para echar por tierra el ‘cuento’ de la raza aria. Un lugar, también, que estuvo ocupado por las tropas rusas y posteriormente por las británicas.

Estadio Olímpico de Berlín. EFE



Muchas historias para un olímpico que, ya convertido en casa del Hertha (club fundador de la Bundesliga), ha ganado todas sus batallas. Incluida aquella que, en los 90, estuvo a punto de derivar en su demolición. Entonces, la ciudad se dividió entre aquellos que pedían echarlo abajo -por representar la peor época de la historia de Alemania- y los que abogaban por mantenerlo en pie para preservar su memoria. El debate, finalmente, lo ganaron los segundos.



El Olímpico sobrevivió a las dudas y se modernizó con el paso de los años. En 2006, de cara al Mundial de Alemania, acogió seis partidos: cuatro de la fase de grupos, unos cuartos y la final entre Italia y Francia (el partido en que Zidane fue expulsado por un cabezazo). Ese mismo año, además, también se pintó la pista de atletismo de azul (con los colores del Hertha) y en 2015, el Barcelona se proclamó campeón de Europa bajo el cielo de Berlín. Y, mientras tanto, Madonna, Michael Jackson, los Rolling, U2 o Bruce Springsteen secaron sus gargantas en el campo sobre el que Bolt voló camino de esos dos récords mundiales.



Todas esas razones son las que esgrimen los críticos. “La pista de atletismo es tan sagrada como la puerta de Brandenburgo”, señala el director de la maratón de Berlín, Horst Milde. Y Gerhard Janetzky, presidente de la Federación Alemana de Atletismo, lo secunda: “Esto puede significar el fin del atletismo aquí para siempre”. ¿Y qué proponen? Llevar a cabo un referéndum. ¿El problema? Desde el ayuntamiento no se lo han planteado. Todo lo contrario. Para Michael Müller sería un drama que los ciudadanos echaran abajo el plan y que el Hertha, que paga el alquiler del Olímpico, optará por construir su propio estadio -esta posibilidad existe-. ¿La razón? El consistorio, en ese caso, tendría que invertir dinero en conservarlo. Y, claro, ante eso…



El proyecto sigue adelante. Con promesas (como esa que dice que se habilitará el estadio para que se puedan seguir celebrando competiciones de atletismo), pero con una oposición que de momento no se lo cree. En juego, el porvenir de un tartán que, sin ser azul, tiene grabadas las huellas del tiempo que dejó Jesse Owens; y también los tacos que, ya en azul, convirtieron en leyenda las zancadas de Usain Bolt. En fin, dichosa y dolorosa memoria; lástima que sea el único paraíso del que nadie puede ser expulsado. Ni siquiera tras un plan de reforma.

Estadio Olímpico de Berlín. EFE

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