El primer día del torneo, entre candidatos presenciales o a distancia para la Generalitat y algún que otro partido de Copa del Rey, Ricardinho (Fanzeres, Portugal, 1985) se hizo viral casi sin quererlo. Debutó en el Europeo de fútbol sala y se estrenó como acostumbra: con un gol de ensueño. O lo que es lo mismo, llevándose la pelota con una ruleta a lo Zidane y marcando de rabona. No necesitó más. El portugués, en realidad, está acostumbrado a estas cosas. Las hace a menudo con el Inter Movistar y las repite con asiduidad en cada torneo con Portugal. Se ha convertido, de un modo u otro, en un jugador de highlights, en un instructor de magia con botas y sin varita.
Él es el único y último escollo de España en su camino hacia su octavo entorchado continental. La selección de Venancio sigue siendo la favorita. Eso nadie lo duda. Ha ganado siete (1996, 2001, 2005, 2007, 2010, 2012 y 2016) de las 10 ediciones que se han celebrado del torneo (Italia, en dos ocasiones, y Rusia, en otra, son los otros dos equipos que saben lo que es ser campeones de Europa). Por eso, la selección es favorita, máxime después de acabar con Kazajistán en semifinales en la tanda de penaltis, con una parada de Paco Sedano, el mejor portero del mundo a día de hoy, y tres tiros de Miguelín, Ortiz y Ángel ‘Lin’.
Pero, claro, ahí estará Ricardinho para romper con la dictadura hispana. El Dios del fútbol sala, como lo han querido denominar, quiere romper la tradición. Al fin y al cabo, él no sabe lo que son los imposibles. Desde bien pequeñito lo aprendió a base de golpes. A los 10 años, cuando ya jugaba en un equipo de fútbol sala, vio cómo un incendio en la casa de su abuela los dejaba sin nada. Sobrevivió, pero se quedó tocado. “Mi madre, mi hermano y yo tuvimos que escapar por la ventana; aquello me dio ganas de luchar por todo lo que tengo hoy”, reconocía en un documental.
Ricardinho se trasladó a Valbom, un pueblo a escasos kilómetros de Oporto, junto a su familia. No tenían nada, pero recibieron la ayuda de toda la localidad. Tanto él como su familia se adaptaron y rehicieron su vida. Y él, además, encontró dónde jugar al fútbol. En una cancha de cemento que había cerca de su casa, el portugués siguió dándole patadas al balón, soñando con que aquel cuero le diera de vivir en un futuro. Y así fue, aunque antes vio cómo la vida le negaba su oportunidad. Hizo las pruebas con el Oporto para jugar a fútbol once, pero estos lo descartaron. ¿El motivo? Era demasiado pequeñito.
Pero aquello no fue sino un guiño del destino. Poco después, y tras un año y medio jugando en el barrio, Carolina Silva, entrenadora del Gramidense, le invitó a probar en el fútbol sala. Y él aceptó. Porque sí, quizás no tenía altura o un físico portentoso, pero sabía lo que hacer con la pelota y, sobre todo, tenía arrebatos de jugador de primer nivel. Maniobras imposibles, regates inverosímiles… Muchas cosas. Y así empezó a fraguar su propia carrera Ricardinho.
El resto de su vida es de sobra conocido: pasó las pruebas del Miramar, fichó por el Benfica y cumplió su sueño de jugar en el Inter Movistar en la Liga Nacional de Fútbol Sala (LNFS). Este sábado, tratará de seguir conquistando imposibles. Tiene en su mano ser campeón de Europa contra el país que lo ve cada fin de semana deslumbrar en su competición doméstica. En España se le tiene cariño. Pero, eso sí, no tanto como para ponerle la alfombra. El equipo de Venancio se sabe favorito. Tiene el mejor conjunto de todo el campeonato y lo quiere demostrar una vez más. España busca su octavo Europeo. Lo quiere, lo desea y no lo va a regalar. Eso seguro.
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