Björn Borg ganó 11 grand slams. Es el tenista que más veces ha vencido en Roland Garros y Wimbledon de manera consecutiva. Se le considera el padre del tenis moderno, autor de la revolución que lo convirtió en un deporte masivo.

Björn Borg ganó 11 grand slams. Es el tenista que más veces ha vencido en Roland Garros y Wimbledon de manera consecutiva. Se le considera el padre del tenis moderno, autor de la revolución que lo convirtió en un deporte masivo.

Deportes ENTREVISTA

La verdad de Björn Borg: "Djokovic es el mejor de la Historia, pero Nadal y Federer significan más para el tenis"

  • "Me retiré con 26 años porque se me acabó la motivación. Necesitaba romper, cambiar de vida. Evitar la persecución. No me sentía seguro en ninguna parte del mundo" / "Llevo a McEnroe en lo más profundo de mi corazón igual que Nadal ya lleva a Federer en el suyo" / "Es cierto que caminaba por encima de las raquetas. Fui increíblemente supersticioso. Nadal lo ha sido y Alcaraz lo es. Somos así" / "Me hace mucha ilusión haber cambiado el tenis, haberlo llevado a todo el mundo".
  • Más información: Borg-McEnroe, colisión en la cumbre.
Publicada
Actualizada

No hay otro deporte que encapsule la vida como el tenis. Nacemos solos, morimos solos. Aprendemos a amar solos. Aprendemos a levantarnos solos. A caer solos. Cuando abres los ojos, al amanecer, los abres solo. Y cuando los cierras, al anochecer, los cierras solo. Ventaja, iguales, punto de partido, servir, restar. Solos en una toma de decisiones trascendental que se repite cada menos de cinco segundos.

Sentimos que Rafael Nadal es parte de nuestra vida. Nadal somos todos. Le vemos solo y nos recuerda a nosotros, cada uno en su partido. Ventaja, iguales, punto de partido, servir, restar. El reflejo, en este caso, nos hace mirarnos en un héroe antiguo; igual que nos hemos mirado siempre, a lo largo de la Historia, en los héroes romanos y griegos. La vida es todo eso, se puede hacer todo eso. Es la mente. También la vida como juego. ¿La vida es más que un juego?

Mucho antes que Nadal, hubo un hombre que mostró esto al mundo por primera vez. Así, sin exageraciones. Al mundo. Convirtió el tenis en un espectáculo masivo. En una industria millonaria.

Un niño sueco de clase trabajadora que esparcía el secreto del deporte de los señoritos por todos los confines de la tierra. De Björn Borg sólo se puede escribir así, con el tono épico de las cosas trascendentales. A Borg el tenis casi le cuesta la vida mientras nos la daba a nosotros. Porque Borg es como Maradona. También lo hemos visto quienes no habíamos nacido. También es nuestro.

Arthur Ashe lo comparó con Elvis y los Beatles. Ilie Nastase confesó que ellos jugaban al tenis y él jugaba a otra cosa de cariz sobrenatural, difícil de describir. McEnroe insistía cuando le preguntaban: “Es un aura, es… No sé. ¡No sé lo que es!”.

Björn Borg, en pleno apogeo de su tenis.

Björn Borg, en pleno apogeo de su tenis. Norberto Mosteirin El Gráfico

A Borg –nos han dicho los tenistas españoles que le conocen mientras preparábamos la entrevista– no le gusta hablar de sí mismo. No le gusta retrotraerse a aquellos días de las supersticiones, de la tiranía psicológica de ganar para no perder, de la persecución mediática, de su retirada a los 26 años, de una técnica y un método de concentración que le convirtieron en el mejor, de un viaje al final de la noche que casi le cuesta el suicidio. El hombre de hielo, “Iceborg”, y todas esas cosas que le decían. “¡El Dios del sexo!”.

Lo hemos convencido porque siente una especial predilección por Nadal. Unas palabras vertidas en un periódico español son una manera de agradecer “a un muchacho fabuloso” todo lo que ha hecho por el tenis. Empezaremos por ahí, por Nadal, pero acabaremos atravesando las fronteras de un deporte que, como decíamos, encapsula la vida.

La rivalidad con McEnroe, aquel tie break. Su último partido de grand slam, su aventura de avería y redención. Los ratos en el vestuario antes de salir, el “top spin” como técnica inédita. Las emociones ardiendo bajo la máscara de hielo. Nadal, Alcaraz, España y los españoles. Por qué lo dejaste, qué pasó.

La entrevista empieza de una manera accidentada, a punto de estrellarse contra la red.

–¿Seguro que ustedes trabajan en un periódico?

No lo habíamos previsto, pero era un servicio lógico, ajustado a su trayectoria. ¿Cómo iba a abrirse en canal el hombre de hielo con alguien que le escribe desde un correo electrónico que no conoce y que se presenta como periodista?

Recurrimos a Manolo Orantes –uno de sus grandes rivales en el circuito–, que nos echa una mano y confirma a ojos de Borg que esto es de verdad.

–Buenos días, buenos días. Todo OK. Me encanta hablar de Nadal –en la risa de Borg, en el cariño que muestra por lo que nace en España, se atisba la vida tranquila de un hombre que ha encontrado la paz. Luego pondremos las pruebas sobre la mesa.

–¿Qué pensó al escuchar que Nadal se retira?

–Somos buenos amigos. Hemos compartido varios momentos a lo largo de estos años. Es uno de mis jugadores favoritos de entre todos los que ha habido en la Historia del tenis. He sido su entrenador en la Laver Cup. Dirijo, como usted sabe, el equipo europeo. Para mí, su retirada no ha sido una sorpresa. Esas lesiones durante tantos años… Su manera de jugar a pesar de ellas ha sido increíble. En Nadal… Nadal es… Todo lo que sale de él es increíble.

Björn Borg (Estocolmo, 1956) nació en un lugar donde el hockey sobre hielo era el deporte rey. Empezó a jugar al tenis porque su padre, aficionado al ping pong, ganó un torneo y pudo elegir como premio una raqueta. El pequeño Björn, con nueve años, dedicaba todo el tiempo que podía a golpear la pelota contra la pared del garaje. 

Sus inicios nada tienen que ver con los de Rafael Nadal (Manacor, 1986), crecido en un país con larga tradición tenística, inundado de centros de alto rendimiento, entrenadores, encordadores, preparadores. Psicólogos. Pero sí podemos encontrar cierto componente de “vidas paralelas”.

Borg fue número uno del mundo con 21 años; Nadal, con 22. Borg ganó su primer grand slam con 18; Nadal, con 19. Borg imprimía a la pelota la mayor carga liftada que podía; Nadal también. Borg amaba la tierra de París, pero triunfó en Wimbledon. Nadal también. La diferencia abismal es la retirada: Borg desapareció con 26; Nadal lo va a hacer con 38.

–Las personalidades sí son muy distintas. Usted de hielo. Nadal, huracanado, de fuego.

–Nadal exhibe una personalidad fortísima. Además, puedo asegurar que es una buena persona. Esto no siempre coincide. Puede haber jugadores exquisitos en la pista que no lo sean fuera. Nadal ha generado una conexión muy especial con millones de personas en todo el mundo. 

–Lo conoce muy bien.

–He estado en Mallorca. He visto cómo lo quiere la gente que mejor lo conoce a él. Eso es importante para poder asegurar lo que digo.

Borg, capitán del equipo europeo, junto a Rafael Nadal y Roger Federer durante la celebración de la Laver Cup.

Borg, capitán del equipo europeo, junto a Rafael Nadal y Roger Federer durante la celebración de la Laver Cup. Europa Press

Dejarlo para siempre

Era septiembre de 1981. McEnroe ganó a Borg la final del US Open. Borg jamás había ganado en Nueva York. Perdió en cuatro ocasiones. Se quedó sin aquel grand slam. En Australia sólo compitió una vez, como era habitual en los jugadores de aquella generación por problemas de calendario. Entre McEnroe y Connors, sepultaron el sueño americano de Borg.

Se contaba que al sueco le molestaban las luces de neón de aquellas pistas. Era la metáfora perfecta para el “hombre de hielo”, reacio a lo que suponía calor, ruido, júbilo. Perdió con McEnroe en cuatro sets. También había perdido con McEnroe hacía dos meses la final de Wimbledon.

Se le ve en la película que relata su rivalidad diciendo: “Da igual que haya ganado cuatro veces. Me recordarán por perder la quinta”. Ganó cinco, pero perdió la sexta. Y el US Open fue la puntilla. Perdió, se metió en el coche donde lo esperaba su mujer y huyó. No se quedó a la entrega de premios.

Hay una escena clave en la película que narra su rivalidad con McEnroe. Su primera esposa, Mariana Simionescu, le pregunta al entrenador de Borg: “¿Cuándo dejamos de divertirnos?”. Habían dejado de divertirse. Vivían presos de la obsesión por ganar, de la obsesión por no perder.

El poder perverso del éxito y la nostalgia. ¿Se puede ser feliz o sólo podemos haber sido felices?, se preguntaba Manuel Jabois después de ver la peli. ¿Qué rastro deja eso en nosotros? ¿Qué rastro oscuro dejó en Borg como para sacarlo de la mayor aparente mezcla de éxito y felicidad a los 26 años?

–Supongo que a Nadal, igual que a usted entonces, habrán intentado convencerle para que siguiera. ¿Cómo se gestiona un momento así? 

–Estoy seguro de que Nadal quería seguir jugando. Quería continuar, pero su cuerpo le iba mandando señales: “No puedo, no puedo”. Retirarse es muy difícil para una personalidad como la suya, tan determinada. Me parece muy bonito que Nadal quiera acabar representando a su país.

Borg también fue un tenista patriota. Representó a Suecia con 15 años y ganó la Davis en varias ocasiones. Le hacía una ilusión especial. Tuvo –más vidas paralelas– los mismos problemas que Nadal en su arranque. Un mal asesoramiento que empuja a buscar un domicilio para pagar menos impuestos. Nadal rectificó y devolvió unas sociedades desde Euskadi hasta Baleares. Borg se reconcilió con su país y es un héroe nacional.

Borg, durante la primera etapa de su carrera.

Borg, durante la primera etapa de su carrera. Rob Bogaerts Aefo

Cuando el mundo cambió

Arthur Ashe, mito afroamericano del tenis, fue quien comparó a Borg con Elvis por su influencia mundial. A Borg le cuesta hablar de sí mismo, está más cómodo haciéndolo sobre Nadal.

–¿Cuál es el legado que deja Nadal para su país y para el tenis? 

–El legado de Nadal es uno de los más grandes que un deportista haya dejado jamás. Ha aportado mucha popularidad al tenis. Aunque Djokovic tiene más títulos, Nadal y Federer han significado más para el tenis. Lo han llevado a otra dimensión. No pierdan de vista la conexión de Nadal con los niños. Ahí es donde se reafirma su condición de héroe.

–¿Cómo se gestiona esa responsabilidad? Hábleme también de usted. Fue el primero de esa estirpe. 

–Bueno, es verdad –se parte de risa. Se lo juramos, lectores, Borg partiéndose de risa–. Es difícil, no les voy a engañar. Tuve esa responsabilidad en mi tiempo. ¿Saben? Una de las cosas de las que más orgulloso me siento es de haber llevado el tenis a otro nivel. Dejó de ser algo clásico, en blanco y negro, y fue envuelto en un “rock style”. No era deporte, era mucho más.

El aura, ese no sé qué. El pelo rubio, largo. La cinta. La forma de vestir. El sueco logró 11 grand slams, muy por detrás de los 24 de Djokovic, los 22 de Nadal, los 20 de Federer o los 14 de Sampras. Pero todos ellos admiran a Borg, lo consideran el padre del tenis moderno y coinciden en destacar esa brisa indefinible que iba levantando por donde pasaba.

Y no sólo era el aura; también los resultados. Todavía hoy nadie ha conseguido ganar tres veces Roland Garros y Wimbledon el mismo año. Triunfar en la tierra batida y pocas semanas después sobre el césped resulta muy complicado, todavía más en aquellos años donde la tierra era más lenta y el césped más rápido.

Björn Borg está considerado como uno de los deportistas más atractivos de la Historia.

Björn Borg está considerado como uno de los deportistas más atractivos de la Historia. Cornel Mocanu

–Muchos pensamos que usted podría haber ganado más. ¿Usted lo piensa también? ¿Se arrepiente de esa retirada tan temprana?

–Sí, he pensado mucho en eso… No le voy a engañar. Todavía hoy me paran por la calle para decírmelo. Me retiré muy joven y en un gran momento de forma [Nadal, Federer y Djokovic lo van a hacer con casi cuarenta; él con 26]. Pero creo que tomé la decisión correcta en el momento adecuado. No tengo remordimientos.

Ahí está la verdad de Borg. En su retirada. Fue, siguiendo la expresión acuñada por Enzensberger, un “héroe de la retirada”. Se marchó cuando, teniendo sus objetivos al alcance de la mano, prefirió renunciar a ellos porque conseguirlos iba a resultar todavía peor. Estuvo a punto de morir, pero se salvó. Y la salvación estuvo en su retirada. Esto es sola una sensación, una tesis, le pediremos a él que nos lo explique.

No nos atrevemos, de momento, a intentar viajar a ese lugar. Por qué cogió el coche tras perder con McEnroe, por qué se fue, por qué desapareció, por qué entró en una debacle de locura y desenfreno, por qué casi muere en el intento. Pero eso sólo fue la consecuencia. Antes hubo un camino que lo condujo allí, que empezó en la pista, y no fuera de ella.

Dormir con el aire acondicionado a tope para bajar las pulsaciones del corazón, caminar sobre un montón de raquetas para testar cuál era la más tensa. El compromiso rígido con el frío. No mostrar ningún sentimiento en público. “¡Ni un puto sentimiento!”, le dice su entrenador en la peli. ¿Cuándo dejamos de divertirnos?

Björn Borg, en una imagen reciente. Tiene 68 años.

Björn Borg, en una imagen reciente. Tiene 68 años.

La explosión de las raquetas

Cuentan quienes viajaban con Borg que, de tanto en cuando, se escuchaba algo así como el disparo de un rifle. Un ruido seco, contundente. Había explotado el cordaje de una raqueta. Las tensaba a 36 kilos, algo impensable para los demás tenistas, que rondaban los 25. En el aeropuerto, en el coche. De repente, ¡bum!

–Una cosa… ¿Es verdad, como aparece en la peli, que usted caminaba por encima de las raquetas? 

–Sí, es cierto. Lo mío con las raquetas fue…

Fue así: Borg firmó con la marca belga Donnay. Necesitaba unas raquetas que aguantaran esa tensión, lo que tratándose de madera era muy complicado. Un carpintero también belga, un tal Thiry, de la confianza de Borg y de Donnay, era el único que podía fabricar el instrumento.

Borg probaba treinta y siete maderas distintas del bosque de Couvin. A partir de ahí, encargaba al metódico Thiry que le fabricara alrededor de cuatrocientas. Dos series de cuatrocientas cada año. Eso dice la Wikipedia. El sueco llegó a romper sesenta cordajes en un solo Roland Garros, a lo que había que sumar las que explotaban por sí solas.

Las cuerdas. El encargado en este caso era un sueco, de apellido Laftman. A través de una amistad con la aerolínea de su país, Borg lograba enviarle cuando lo necesitaba partidas de cientos de raquetas para que las pusiera a punto. Cuentan que una vez le hizo llegar 1.500 de una tacada. 

–Lo suyo con las raquetas fue… ¿Cómo fue? 

–Todo eso que ustedes dicen, todo eso que ustedes apuntan, todo lo que puedan leer… Es cierto. La raqueta debía ser perfecta. ¿Saben? Esa es la mayor belleza del tenis: la conexión entre la mano y la raqueta. El tenis es un deporte de sensaciones. Es muy importante notar bien la raqueta en la mano cuando saltas a la pista y empiezas a pelotear. El tacto, el grip, las cuerdas.

–Eso tendría un sentido, pero usted era muy supersticioso.

–¡Increíblemente supersticioso!

–Entiendo que hacía de la superstición un método de concentración. Lo vemos también en Nadal. La forma de colocar las raquetas, las toallas, los botellines. 

–Empecé con las supersticiones desde el principio. Me concentraban. Los jugadores de tenis, en general, somos muy supersticiosos. No sólo con eso que ustedes han mencionado. Hay muchas más cosas que el público no ve. Cosas que sólo pueden entenderse si se ha estado en esos vestuarios. Fue así y continúa siéndolo. Soy el capitán del equipo europeo en la Laver. He visto las supersticiones de Nadal y veo ahora las de Alcaraz.

¿Cuándo empezamos a divertirnos? ¿Cuándo dejamos de hacerlo? El tenis, esa tensión que atenaza; esa concentración que obliga a robotizar el cerebro, a separar cabeza y corazón. Borg, igual que Federer, mostró problemas de carácter en sus inicios, llegó a ser apartado de las pistas. Cuando regresó, la cubierta de hielo le llevó a la concentración absoluta. Pero, ¿cuáles fueron las consecuencias?

Cogemos aire, viajamos por otros sitios antes de acercarnos de nuevo ahí.

Borg, apenas un lustro después de retirarse. Año 1987.

Borg, apenas un lustro después de retirarse. Año 1987. Roland Gerrits Anefo

Borg y España

–Señor Borg, usted creció en un país sin tradición tenística. No tuvo las facilidades que tienen los grandes talentos españoles desde muy pequeños. ¿Cómo recuerda aquellos primeros días? El frío, el hielo, el hockey y, de repente, una raqueta. 

–España es uno de mis países favoritos en el mundo. Se lo digo de veras. Me gustan los españoles. Su cultura y su comida. Los conozco bien. He jugado varias veces en España y contra los españoles. Tanto en individuales como en Copa Davis. Cuando era niño, en Suecia, crecí viendo los partidos de los grandes jugadores españoles. Andrés Gimeno, Manolo Santana, Manolo Orantes… Santana llevó a lo más alto esa tradición que luego recibió Nadal y que ahora disfruta Alcaraz.

–¿Qué le parece el fenómeno Alcaraz? ¿Cometemos los periodistas españoles un error al compararlo continuamente con Nadal?

–Alcaraz es un chaval fantástico, además de que juega un tenis increíble. Entiendo su pregunta, pero es lógico que surja esa comparación. Su trayectoria nos empuja ahí. Ya ha hecho grandes cosas. Estoy seguro de que ganará más grand slams. Me gusta su estilo, su técnica. Espero que dure. Voy a ver sus partidos hasta el día en que me muera –suelta una carcajada. 

–¿Quién es para usted el mejor tenista de la Historia?

–El mejor de la Historia es Djokovic por su número de grand slams, por su número de títulos, pero los dos jugadores que más han significado para este deporte, en mi opinión, son Nadal y Federer. 

–¿Y quién es su tenista favorito?

–Nadal.

–¿Por qué? 

–La comparación es muy difícil porque han pasado muchos años y este deporte ha cambiado mucho, pero creo que se puede establecer un paralelismo entre mi manera de jugar y la suya. El fondo de la pista, el trabajo en cada punto, la concentración. 

Un revés para enseñarles a todos 

Cuando Borg golpeaba la pelota contra la pared de su garaje, hacía por instinto algo que no hacían los jugadores a los que veía en la tele. Igual que con el stick del hockey, golpeaba el revés con las dos manos. Además, le imprimía un fuerte “top spin”.

Cuenta que, cuando aparecieron los primeros entrenadores, los primeros padres de los adversarios, toda esa gente que se arremolinaba alrededor de la pista para ver al niño rubio que ganaba a los demás, le decían que ese estilo era muy raro, que había que corregirlo. 

Pero apareció Lennart Bergelin, un extenista sueco que acabaría siendo su gran entrenador. Supo ver el potencial de aquello y no le corrigió. Al contrario, le ayudó a perfeccionar sus golpes con el estilo que Borg había desarrollado. Iceborg fue el primer gran tenista profesional en viajar con entrenador.

El golpe clave de Borg, el revés liftado a dos manos.

El golpe clave de Borg, el revés liftado a dos manos. Rob Croes Anefo

–Hoy todos juegan como usted, pero entonces nadie jugaba como usted.

–Cogí la raqueta y salió así… Ese top spin tan pronunciado no tenía nada que ver con lo que había. Escuché muchas veces eso de “tienes que cambiar, al tenis no se juega así”. Lo escuchaba, pero en realidad no les escuchaba. Se abrió una frontera con el tenis clásico. “Ese chico sueco, ¿qué está haciendo?”. Pero la siguiente pregunta fue: “Ese chico sueco, ¡cuántos partidos gana!”. Los entrenadores observaron mi técnica y la comenzaron a enseñar. Sí, reconozco que cambié el tenis de alguna manera.

–El tenis cambió mucho más con usted de lo que lo ha hecho con Nadal, Djokovic y Federer.

–Son los tres mejores jugadores de la Historia. La gran diferencia es que ellos golpean la pelota muchísimo más fuerte que nosotros. Y en cuanto a la técnica, son jugadores más completos. 

La verdad de McEnroe 

Björn Borg está convencido de que las grandes rivalidades hacen crecer el tenis más que cualquier otra cosa. El tenis moderno ha tenido dos momentos de explosión: Borg-McEnroe; Nadal-Federer. 

Es interesante navegar por esos intangibles que convierten esas rivalidades en históricas. No es fácil hallar una causa concreta; no resulta sencillo escribir los ingredientes de la rivalidad, pero hay algo que opera en la sombra y que enciende al mundo. ¿Por qué sucedió entre Borg y McEnroe, pero no entre Borg y Connors? También jugaron grandes finales de grand slam. ¿Por qué ha sucedido entre Nadal y Federer, pero no entre Nadal y Djokovic?

–¿Por qué unas veces prende la chispa y otras no? 

–Las rivalidades tienen dos grandes consecuencias. Hacen crecer mucho a los dos jugadores implicados, pero también al tenis como industria, su número de aficionados… Fue importante que me cruzara con McEnroe, ha sido muy importante que Federer se haya cruzado con Nadal.

–Sí, pero ¿por qué sucede? 

–Creo que es un juego de contrastes. ¡Yo crecí en Suecia y John bajo las luces de Nueva York! Éramos dos personalidades muy distintas, dos mentalidades diferentes. Yo muy callado, él muy ruidoso. El contraste hizo clic en la gente. 

–En el momento en que ocurre, ¿es fácil la relación con ese gran rival?

–John y yo somos hoy muy amigos. Lo somos desde hace muchos años. Qué grandes partidos jugamos. Se acordará del Wimbledon de aquel año.

–5 de julio de 1980. Aquel tie break del cuarto set que McEnroe le ganó a usted 18-16. Y después usted se llevó el partido en el quinto. ¿Sabe? Nosotros no habíamos nacido, pero hemos visto el partido entero por internet. Creo que a mucha gente le pasa. Quizá, junto a la final Nadal-Federer de 2008, sea el mejor partido de la Historia. Diga la verdad: qué pensó cuando perdió el tie break y qué pasó cuando ganó el partido.

–Les voy a decir la verdad. Me sentí tan bien al acabar el partido, fue algo tan increíble, que no recuerdo qué pensé cuando perdí el tie break. Lo olvidé tras el último punto del partido, en ese preciso instante –sonríe.

–Hemos leído que a usted lo que más ansiedad le generaba era el odio a la derrota más que el amor a la victoria.

–Es un tópico, se suele hablar de eso… No lo sé. Lo que sí le digo es que odiamos perder. Lo odiamos de verdad. 

Otra vez nos sobrevuela la misma escena: ¿cuándo dejamos de divertirnos? ¿En qué segundo de nuestra vida el amor por el deporte, el amor por algo, se convierte en una tiranía psicológica? 

La primera esposa de Borg, la misma mujer que pronuncia la frase que sirve a este reportaje como hilo argumental, contó que, cuando el sueco perdía, estaba “tres días sin hablar”. Cuando perdió con McEnroe las dos finales seguidas, desapareció. 

Borg y McEnroe se saludan en la red después de uno de sus primeros partidos.

Borg y McEnroe se saludan en la red después de uno de sus primeros partidos. Rob Croes Anefo

–Estábamos hablando de la rivalidad, de la relación con McEnroe cuando los enfrentamientos se iban sucediendo.

–Es difícil al principio. Los dos queríamos ser el mejor del mundo y los dos no podíamos serlo al mismo tiempo. Una situación difícil de solventar, ¿eh? –sonríe–. Pero creo que lo conseguimos, que lo hicimos bien. Nos hicimos, como les contaba, muy amigos. Cuando nos vemos, hablamos de nuestras familias, de nuestras cosas. Echo de menos a John al otro lado de la pista.

[No acertamos a responder nada porque es un momento emocionante. Borg sigue hablando] 

–John es muy importante para mí. Cuando me retiré, siempre estuvo ahí. Siempre llevaré a John en lo más profundo de mi corazón. Estoy seguro de que Nadal ya lleva a Federer en el suyo. Ya se echan de menos, no hay más que verlos. Su relación es tan buena o mejor que la nuestra. 

El head to head de Borg y McEnroe acabó 7-7. Jamás hubo desempate. En las últimas respuestas, brilla en la superficie del mar un iceberg enorme; el de la historia oscura de Borg. Lo que pasó tras su retirada.

Después de once años de persecución mediática, del acoso de la gente por las calles; después de once años encerrado en las supersticiones, en la obsesión por el triunfo. Después de aquello, Borg era de pronto un joven millonario de 26 años que quería vivir lo que no había podido vivir hasta entonces. 

Se separó y se casó algunas veces. Hubo malas amistades. Hubo drogas. Y hubo lo que en la prensa se calificó como intento de suicido y él siempre ha definido como una intoxicación alimentaria que lo llevó al hospital. En todo ese tiempo, McEnroe estuvo ahí. Incluso frenó a Borg cuando éste quiso vender sus trofeos, suponemos, para salir de una crisis económica. 

Cuando a McEnroe le preguntaron por la frialdad de Borg en la pista, contó que él intentó, muy joven, comportarse de la misma manera: “Pero no me salía”. Llegó un momento en que dejó de intentarlo: “Llegué a la conclusión de que era más sano dejar salir las cosas”.

Es una contradicción moral. Quizá fuera más sano para el jugador, pero menos para el tenis. McEnroe rompía raquetas, insultaba a los árbitros. Dijo la prensa una vez: “Desde Al Capone, no había habido un peor embajador de los Estados Unidos”.

Connors, muy irónico, se ponía de los nervios: “Yo me lo dejaba todo ahí dentro. Borg parecía que estaba dando un paseo de domingo, ¡nunca sonreía!”. ¿Cuándo dejamos de divertirnos? Vamos a intentarlo una última vez.

Borg, tras golpear una derecha en un partido.

Borg, tras golpear una derecha en un partido. Rob Bogaerts Anefo

Ardía por dentro

–Alguna vez dijo usted: “Me veían frío, estaba frío por fuera, pero ardía por dentro”. Háblenos de ese contraste.

–Antes de la final de un grand slam, ya sólo quedan dos jugadores en el vestuario. Están juntos, pero están solos. Miras al otro, lo ves, sí; pero estás solo. Estás metido dentro de una burbuja. Entonces, intentas concentrarte. Sabes que lo has conseguido cuando piensas: “No quiero estar aquí, quiero saltar a la pista, quiero salir a jugar. Estoy en la pista y siento que estoy en casa. La pista es mi casa”.

–La mente, la concentración, era en usted un arma poderosísima. También en Nadal.

–Creo que Rafa también ha tenido que explorar mucho sus emociones. Todos esos años viajando con su tío Toni… Supongo que él le habrá enseñado a gestionar, a volver al hotel y a decir las cosas que no le gustan. En algún sitio tienes que mostrar tus emociones. “No estoy contento con este golpe, no estoy contento con esta parte de mi vida”. Mostrar las emociones en algún lugar es necesario para poder concentrarse.

–Señor Borg…

–Sí.

–Como sabe, hemos hablado con Manolo Orantes antes de empezar esta entrevista. Nos ha dicho que hace años que no hablan y nos ha pedido que le digamos algunas cosas. Lo primero… Lo ha dicho así, tal cual: “Decidle que le quiero mucho, que le echo en falta”.

–Es que Manolo es un buen amigo… ¿Saben? Recuerdo todos los partidos que jugué contra él. ¡Todos! La primera vez que nos enfrentamos me ganó. Luego está aquella final de Roland Garros de 1974. Mi primer grand slam.

–Fue usted terriblemente cruel –Orantes ganó los dos primeros sets 6-2 7-6. Después, Borg le colocó un 6-0 6-1 6-1. 

–Sí, fue un partido cruel para él. Me encantaba jugar contra Manolo, era un desafío –quizá lo cuente, nos explica Manolo, porque Borg era el tenis moderno y Manolo el de antes. Con una velocidad de bola menor, Orantes necesitaba romper los puntos. Volver loco a Borg. Dejadas, globos, cortados. Lo consiguió algunas veces, pero se le escapó Roland Garros. Aquel día comenzó la invencibilidad de Borg en la tierra.

–Él también se acuerda mucho de ese partido.

–Por favor, díganle sin falta que disfruté mucho jugando con él, que fue una gran persona dentro y fuera de la pista. Y que también lo echo de menos.

–Nos ha pedido que le hagamos dos preguntas.

–Adelante. 

–El misterio de su retirada. Le gustaría saber si alguna vez usted consiguió disfrutar del tenis de verdad. Agassi cuenta en sus memorias que él nunca lo hizo. ¿Se divirtió? ¿Cuándo dejó de divertirse?

–Manolo lo entendió bien. Sabía lo que me pasaba, lo veía… Los medios de comunicación están bien, me parece maravillosa la cobertura que dan al tenis. Las ruedas de prensa, las grandes retransmisiones. Pero conmigo todo se multiplicó. Todo el tiempo rodeado, todo el tiempo perseguido. En esos momentos, la gente interpreta que si tienes éxito dentro de la pista, lo tienes que estar teniendo también fuera.

–Y no tiene por qué ser así.

–Eso de fingir que todo va bien, que la vida es maravillosa… Me preguntaban los periodistas: “¿Está usted contento? Debe de estar muy feliz”. Y decía: “Sí, claro que lo estoy”. No iba a decir: “Qué va, estoy muy mal”. Llegó un momento en que no tenía nada de motivación. La gente me abordaba en todas partes. No existían las burbujas de protección que hay ahora sobre los jugadores. Quería una vida fuera del tenis y era imposible conseguirla jugando al tenis. Si hubiera seguido jugando, habría ganado más grand slams. Pero, ¿y qué? No habría tenido otra vida. No me sentía seguro en ninguna parte del mundo. Por eso dejé de jugar.

El tenis. La vida. Borg.