Sergio Rodríguez disfruta con las canciones del rapero Tupac y del grupo Coldplay, pero también con las de Juan Luis Guerra. Un famoso tema del artista dominicano habla de la bilirrubina. A niveles normales, este pigmento amarillo que se encuentra en la bilis cumple su función correctamente. Sin embargo, si sus valores se elevan demasiado, puede provocar complicaciones de salud.
Se trata de la misma dicotomía que suscita el juego del Chacho en una cancha de baloncesto. Si su amor por el deporte de la canasta “contamina” la pista, todo tiene sentido. Al contrario, si el talento del canario se convierte en un riesgo inasumible, todo podría desajustarse.
No obstante, hace tiempo que Sergio aprendió a controlar sus impulsos. “No entiendo el baloncesto sin arriesgar, pero la experiencia de muchos partidos y entrenamientos me ha hecho saber qué riesgo asumir o dónde se pueden tomar más”, reconoce a EL ESPAÑOL. Así, el Chacho ha alcanzado el summum de su carrera deportiva durante los dos últimos años.
Pepu Hernández, padre deportivo y fan declarado, fue quien le dio la alternativa profesional: “El baloncesto sin riesgo es aburridísimo y sin Sergio también. Cuando le veía jugar la temporada pasada en el Real Madrid, me parecía el jugador más interesante y divertido de toda la ACB y de la Euroliga. Sólo por él, merecía la pena verla”.
“Es el mejor base que hay en Europa en cuanto a recursos de todo tipo: puede tirar, pasar… En la final de Copa del año pasado, se llevó a toda la defensa en los últimos segundos. Cuando casi no tenía sitio ni tiempo y parecía que iba a lanzar él un tiro forzado, se sacó de la manga un pase a Sergio Llull que nos sorprendió a todos”.
Habla José Luis Llorente, base del Real Madrid durante las décadas de 1980 y 1990. Juan Antonio Corbalán, otra leyenda del club, considera al tinerfeño “un jugador a la yugoslava, que necesita tener mucho tiempo el balón en sus manos y no renuncia a su capacidad anotadora”.
“Es un jugador diferente, por el que mucha gente pagaría una entrada. El suyo es un baloncesto muy poco visto en Europa, de fantasía. En vez de dar un pase sencillo, lo hace sin mirar, y eso el aficionado lo valora mucho más”. Lo dice Carlos Suárez, ex compañero y amigo. “Es difícilmente previsible, siempre tiene la capacidad de inventar algo”, añade Alberto Herreros, director deportivo de la sección de baloncesto del Real Madrid.
En definitiva, Sergio Rodríguez es “el jugador de baloncesto que todos querríamos ser”, en palabras de Quique Peinado, periodista e íntimo amigo suyo. Por eso, este perfil aborda la trayectoria del base canario a través de las conversaciones con 27 personas que le conocen.
Baloncesto las 24 horas del día
Nacido el 12 de junio de 1986 en Santa Cruz de Tenerife, la afición al basket le viene de sus padres, Sergio y Puchi. De hecho, con apenas un año ya tenía una canasta en el jardín. “Otros niños veían la televisión o jugaban con el ordenador, pero Sergio tiraba y jugaba en su canasta cada rato libre que tenía”, cuenta Pepe Luque, su primer entrenador (y técnico de la madre del Chacho años antes). “Parecía que le gustaba más dar una buena asistencia que anotar, y eso lo ha mantenido”, añade.
La calidad del Chacho llevó al colegio La Salle a ganar el Campeonato de Canarias de su categoría. El Centro Siglo XXI de País Vasco, una de las escuelas de jugadores de formación de la Federación Española de Baloncesto, no tardó en descubrirle. Sus técnicos ofrecieron una beca a Sergio cuando tenía 14 años.
“Los padres tenían un poco de recelo sobre su llegada a Siglo XXI. Al final, la presión de Sergio, nuestro renombre y la mentalidad de salir de Canarias para desarrollarse y tener otra visión del mundo les hizo verlo de forma más positiva”, comenta Carlos Sergio, uno de los entrenadores que tuvo Chacho en Getxo.
El chico quería ser jugador de baloncesto y haría lo que fuera. A las 06.30, físico. A las 08.00, desayuno, ducha y al colegio. Por las tardes, obligación y devoción. El paraíso para un chaval como Sergio. “Había que echarle de la cancha. En cuanto hacía los deberes, bajaba a jugar, y después entrenábamos. A la hora de cenar, quería seguir jugando”, rememora su entonces técnico.
Las anécdotas de aquella época son inmensas. Una tuvo lugar tras un torneo que el equipo de Chacho disputó y ganó en Bilbao. “Terminamos de jugar a las tres de la tarde y a las seis había partido con el equipo de Primera División. Sergio era cadete (quince años) y se decidió que viniese. Con su edad, fue capaz de jugar con gente de veintiocho-treinta años y hacer un partidazo. Tenía un punto de dominio que no tenían otros”.
Otro día, Sergio le hizo una extraña confesión a su entrenador antes de un partido. En este caso, se trataba de Carmelo Echevarría, codirector de Siglo XXI. “Me dijo que necesitaba comer algo dulce porque si no, no podía jugar. Tuve que mandar a uno de los chicos a comprarle un Toblerone”, cuenta entre risas.
Aquella etapa terminó de forma abrupta cuando el Centro Siglo XXI cerró sus puertas tres temporadas después, para disgusto del base canario. Sin embargo la vida le reservaba una nueva etapa en un club que respiraba tanto baloncesto como Sergio: Estudiantes.
“Nos pareció la mejor opción por tradición y por baloncesto. Además, Pepu Hernández tenía buena fama a la hora de entrenar a jugadores jóvenes”. José Ortiz es el representante de Chacho desde que tenía 14 años. A ninguno de los dos les costó decidirse por el equipo colegial.
En una plantilla con Carlos Suárez o Jan Martín, Sergio Rodríguez fue la estrella del filial. “Se nos pedía defender, rebotear y correr, y en esto era el mejor. Era muy rápido y creativo”, apunta Adrián García, uno de los mejores amigos que dejó el tinerfeño en la cantera estudiantil.
La curiosidad por ver en acción a la perla canaria llevó a los aficionados en masa a los partidos de su equipo. “Después de cada cosa que hacía se oían muchos oh”, recuerda el periodista Quique Peinado. Chacho no tardó en compaginar la dinámica del EBA con el primer equipo, con el que debutó el 13 de junio de 2004.
La mañana del 12, Sergio dormía plácidamente después de quedarse viendo la NBA de madrugada. Por su parte, el Estudiantes necesitaba suplir al lesionado Andrés Miso en el quinto partido de la final de la ACB contra el Barça. Sergio era el elegido, aunque Jota Cuspinera, entonces ayudante de Pepu Hernández y hoy técnico del Fuenlabrada, no conseguía localizarle. Logró dar con él gracias a una vecina. El regalo por su 18 cumpleaños era grandioso, aunque lo mejor estaba por llegar.
Al día siguiente, a 26 segundos del final, eliminados Azofra y Brewer, Sergio era el único base. “Me di cuenta de que iba a salir y empecé a darle rodillazos para que se fuera preparando”, rememora Adrián García. El Chacho no iba a ser una comparsa. Sin tiempo para la remontada, cruzó toda la cancha para anotar la última canasta del partido.
Sergio pondría el broche dorado a aquel verano ganando el Campeonato de Europa Júnior con España en Zaragoza. Fue el Jugador Más Valioso (MVP) del torneo a pesar de que su aventura con el equipo no comenzó del todo bien.
“Jugamos un amistoso contra Turquía en el que perdió 13 balones. Nos ganaron y le dije que su habilidad para dar pases a cualquier lado no iba a producir un buen resultado para el equipo si no era capaz de ser una amenaza ofensiva”. El Chacho acabó haciendo caso a Txus Vidorreta, entonces entrenador de la sub 18 española y que ahora dirige al Tenerife.
Era el momento de adquirir jerarquía en el Estu. Sus minutos aumentaron y no tardó en convertirse en el base titular bajo la tutela de Pepu y Azofra. “Nacho y Sergio son dos jugadores que desde muy jóvenes ya demostraron una frescura y un baloncesto muy especial”, recuerda Pepu.
“Pretendía que pensase un poquito más en la cancha y que le diese más importancia a la defensa. También traté de inculcarle que el éxito es una carrera de fondo en la que cuesta más mantenerse que llegar”, añade Azofra. El premio al Jugador Revelación de la liga fue la guinda.
En septiembre llegaría el debut con la selección absoluta en el Eurobasket de Serbia 2005. El Chacho sólo jugó el aciago partido por el bronce contra Francia, pero se convirtió en uno más del grupo. Carlos Jiménez lo describe como “una de las mejores amistades que he labrado: un chico descarado, pero siempre responsable y educado, que se hace querer”. El sueño cumplido de debutar en la élite y de hacerlo a la altura de las circunstancias dejaba paso a uno mucho mayor: la NBA.
Sergio, tras meses de darle vueltas junto a su entorno, dio el paso y se apuntó al Draft. Acabó en Portland Trail Blazers tras ser seleccionado en el puesto 27 de la primera ronda por Phoenix Suns. “Creíamos que íbamos a salir dos o tres puestos antes. Nos avisaron de que le elegían 20 segundos antes de verlo por televisión. Fue una noche larguísima”, recuerda José Ortiz, aunque antes de la aventura americana quedaba un compromiso pendiente: el Mundial de Japón 2006.
Rafa Vecina, entonces ayudante de Pepu, apunta las razones por las que convocaron al Chacho: “Encajaba perfectamente en el tipo de base que buscábamos: alguien que pudiera desatascar el ataque en un momento determinado, creativo, que solucionase cosas y al que no le pesase nada”.
Pieza clave de la segunda unidad, su mejor partido fue el más complicado: las semifinales contra Argentina. Con la albiceleste a la escapada, Pepu encontró una solución que sería decisiva. “Se atrevía al triple, a correr. Creó un desequilibrio importante y dejó una línea para que el resto del equipo jugase a otro ritmo”, recuerda el técnico madrileño. Y así fue.
El tinerfeño anotó 14 puntos fundamentales para la remontada saliendo desde el banquillo. A sus 20 años, Sergio disfrutaría de aquella agónica victoria y de la ya mítica final, ausente Pau Gasol, en la que España se proclamó campeona del mundo en Saitama. Con las emociones aún a flor de piel, el base canario hizo las maletas para embarcarse en el reto de la NBA.
“Always look on the bright side of life”
Grabada a fuego la canción de los Monty Python nada más aterrizar en Portland, Sergio Rodríguez era consciente de la dificultad de hacerse un nombre. Partía como tercer base de los Blazers tras Jarrett Jack y Dan Dickau, así que sus minutos fueron limitados. Su entrenador, Nate McMillan, prefería un director de juego menos arriesgado.
Aunque consiguió dobles figuras en algunos partidos, tan pronto jugaba 30 minutos como sólo aparecía unos segundos o al final del encuentro. Tampoco mejoró la situación la plata en el Eurobasket 2007, tanto por la hiriente derrota contra Rusia como por su escaso protagonismo. Tendrían que pasar cinco largos años hasta que Chacho regresase a la selección.
Las cosas se torcieron aún más en Portland el siguiente curso, aunque su juventud le ayudaba a tomarse la situación con filosofía. "Cuando le llamaba preocupado porque no jugaba, él me respondía con un optimismo siempre especial: "No te preocupes, Pepu, que estoy trabajando en el gimnasio y tirando", recuerda su antiguo entrenador.
Al menos, la llegada de Rudy Fernández levantó un poco su ánimo. 'Spanish Chocolate', como era conocido, cuajó su mejor campaña en Portland, promediando 4.5 puntos y 3.6 asistencias en 15.3 minutos por partido.
No obstante, su problema era Nate McMillan. “Creo que es justo decirle que estoy aquí. He sido profesional, soy buen compañero y he esperado tres años a la promesa de jugar”, expuso Sergio a la prensa local.
McMillan se mostró intransigente. “Si tiene algún problema, que venga a mi despacho y lo hablamos. Que me lo diga a mí, no a la prensa”, declaró. La aventura de Sergio Rodríguez en los Blazers acabó ese mismo verano, cuando recaló en Sacramento Kings.
“McMillan era un entrenador parecido a lo que había sido en la cancha: un base alto, muy fuerte, nada creativo y muy defensivo. Sergio no era el prototipo de jugador para él”, concluye al respecto el representante del canario.
Su última temporada en la NBA fue la mejor estadísticamente hablando, pero no en cuanto a sensaciones. Aun así, Sergio se llevó algo mucho más importante de su último año en USA: un amigo. “Es una grandísima persona fuera de la cancha. Y dentro de ella es un grandísimo jugador”, reconoce Andrés Nocioni, actual compañero de Sergio en el Real Madrid y su principal apoyo en los meses que el tinerfeño pasó en Sacramento.
A mitad de temporada, llegó otro traspaso. Esta vez, a una franquicia legendaria: New York Knicks. Allí, Sergio disputó bastantes minutos e incluso fue titular, pero tampoco logró encontrarse cómodo. En aquellos Knicks “cada uno hacía la guerra por su cuenta y no era fácil jugar”, según su agente.
Así acabarían cuatro años más amargos que dulces, pero que hicieron mejor a Sergio. “Quizá no sería el jugador que es sin el aprendizaje a partir de esos entrenadores duros y situaciones difíciles con las que ha convivido. Siempre las ha superado y ha tenido una sonrisa”, reconoce José Ortiz.
La puerta de la mejor liga del mundo se cerraba… Pero no del todo. “La NBA siempre está detrás de los jugadores buenos o muy buenos. No olvidemos que Sergio ha sido MVP de la Euroliga en la posición de base y saliendo desde el banquillo”, advierte su representante. Ahí quedan 1.217 puntos, 368 rebotes y 839 asistencias en cuatro temporadas, por si algún día desea retomarlos.
Sufrir para después disfrutar
El Real Madrid marcaría el nuevo rumbo de la carrera de Sergio Rodríguez. Aunque el base canario intentó sacar el lado positivo de su aventura estadounidense, algunas voces con autoridad en su nuevo club consideran que ésta influyó negativamente en el Chacho. “La NBA es la mejor liga del mundo, pero no tiene que ser la mejor para todo el mundo. A Sergio casi le destruye”, afirma con rotundidad Juan Antonio Corbalán.
Todo viene a colación del primer año de Sergio en la capital española. A las penurias colectivas del Madrid, con un Barça intratable en todas las competiciones, se unió la figura de Ettore Messina.
El canario y él nunca llegaron a conectar del todo, lo que acabó traduciéndose en un jugador mucho menos desequilibrante. “Quizás Sergio necesita ser él mismo, y Messina intentó amoldarle, en algunos momentos, al estilo de base que a él le gusta. Eso puede ser peligroso”, opina Lolo Sáinz.
“Había perdido toda la frescura que tenía. Alguien como Sergio necesita imperiosamente jugar, entrenar, conocer bien a sus compañeros, para liberar todo el arte que lleva dentro”, añade Corbalán. Tocaba apretar los dientes y volver a asimilar lo antes posible los dimes y diretes del baloncesto europeo. Un hombre clave para el resurgir del tinerfeño llegaría al Real Madrid la temporada siguiente: Pablo Laso.
“Le hice ver cuáles eran sus virtudes y que no quería cambiarlas. A partir de ahí, había que intentar que su crecimiento como jugador no se parase, que no fuera solamente lo que se había visto de él antes de ir a la NBA”, recuerda el técnico vasco. Bajo los mandos de Laso, el Chacho empezaría a recuperar la fe en sí mismo. “Pablo cambió la dinámica del equipo y fue un soplo de aire fresco para todos, aportando mucha confianza”, asevera el propio protagonista.
Aquella campaña, el Madrid ganó la Copa del Rey ante el Barça y forzó un quinto partido en la final de la ACB contra el conjunto azulgrana. No hubo título liguero, pero sí una soberbia actuación de Sergio Rodríguez durante la final, especialmente en el segundo y el tercer partido.
El ‘Chachismo’ renacía tras otro año con más sombras que luces. Tanto es así que la selección española volvió a llamar a su puerta. Sergio abrió encantado, colgándose la plata en los Juegos Olímpicos de Londres.
No obstante, aún hubo un nuevo episodio que pudo hacer titubear a Sergio. El Madrid fichó al norteamericano Dontaye Draper, que competiría con él por el puesto de segundo base. La confianza en el jugador volvía a ponerse en entredicho, pero él respondió al desafío con madurez.
Su importancia en el esquema de juego de Laso fue creciendo paulatinamente, a la vez que lo hacía la barba que pasaría a ser su principal seña de identidad. Se convirtió en el sexto hombre más determinante de Europa y en uno de los mejores bases del mundo.
Las claves del ‘Chachismo’
“No se valora lo suficiente que Sergio Rodríguez, en poco más de 20 minutos por partido, siempre tiene un gran impacto en el juego”, afirma Mariano de Pablos, entrenador suyo en Estudiantes. El ‘13’ del Real Madrid ya era un gran jugador, pero, ¿qué le ha llevado a convertirse en toda una estrella del baloncesto europeo?
Sin duda, la imprevisibilidad ha sido la gran aliada de Sergio. “La inspiración le llega cuando está trabajando. En cuanto juega y se pone las pilas, no sabes por dónde te va a salir. Hace el baloncesto muy bonito y a la vez muy fácil. Encima, asume responsabilidades y decide”, opina Carmelo Cabrera, también canario y el jugador con el que más se le ha comparado.
Pablo Martínez Arroyo, antiguo base de Estudiantes, cree que el juego del tinerfeño se asemeja a “tener un mando a distancia con el que dijeses 'ahora deberíamos hacer esto', y Sergio lo hace”.
Nacho Azofra señala la polivalencia como otra virtud muy importante del jugador. “Sergio tiene muchas armas: derecha, izquierda, tiro, penetración, asistencias, campo a campo, estático, uno contra uno, bloqueo directo…”.
“Jugar con alguien como Sergio es muy fácil. Es capaz de atraer a la defensa e inventarse un pase mágico para que tú sólo tengas que meterla desde una posición cercana al aro”, considera Albert Fontet, uno de tantos interiores que se han aprovechado de sus asistencias.
No obstante, ha habido dos aspectos capitales en la evolución de Sergio. El primero ha sido la mejoría en sus porcentajes desde el triple. “Eso le hace muy complicado de defender. Te la puede meter desde fuera y desde dentro. Antes optaba más por penetrar, la defensa le flotaba y le costaba más jugar”, apunta Carlos Sergio, su técnico en Siglo XXI.
Jota Cuspinera aporta el segundo punto: la progresión defensiva. “Por su inteligencia, se protege bien. Sergio ha sabido dosificar mucho los momentos en los que está bien en defensa, algo que a veces no es esperado durante el partido”.
Pero Sergio no se conforma con lo logrado hasta ahora. Asume desde el principio que “no sólo se trata de divertirse con las cosas fáciles. También hay dificultades, cosas que cuestan, que hay que mejorar y practicar”. Esa humildad, complementada con generosidad, también le ha llevado a alcanzar su máximo nivel de juego.
“Es lo suficientemente maduro para buscar a la gente que está más caliente en pista en cada momento, sin renunciar a su capacidad de anotación”, comenta Cuspinera. Corbalán añade que “todos los jugadores saben que cuando Sergio hace algo, ve a todo el equipo”.
Por último, Pepu Hernández resume lo anterior en una sola frase: “Lo más interesante de Sergio es que no ha perdido nunca la frescura juvenil y que ha ido metiendo en su mochila cada vez más cosas de técnica individual y de táctica colectiva”.
El mejor Sergio conjugado con el mejor Madrid
Todos estos aspectos han dado como resultado al mejor Sergio Rodríguez y, a su vez, al Real Madrid más victorioso de la historia. Los títulos que faltaban fueron llegando poco a poco, con la Euroliga resistiéndose especialmente.
Olympiakos y Maccabi frustraron el noveno trofeo continental blanco en dos ocasiones consecutivas. La segunda tuvo lugar en 2014, posiblemente el mejor año de la carrera del Chacho.
"Sergio da lecciones como aprendidas, coge el ritmo, se suelta y hace su mejor baloncesto. Ya era su momento", apunta José Ortiz. El MVP de la Euroliga fue la recompensa a una temporada en la que el Madrid jugó, en todo momento, a lo que dictó el canario.
Sin embargo, no acabó aquel curso con buen sabor de boca. "Los reconocimientos individuales son un halago y vienen bien para seguir esforzándote al máximo, pero terminar una competición con un título es lo más bonito que hay en el deporte”, reconoce.
El hambre de victoria del Chacho quedó saciado durante la pasada temporada, con el Madrid alzándose campeón de los cinco títulos en liza. Una vez más, quedó demostrado que el actual equipo blanco no se puede entender sin él. Tampoco sin el resto del núcleo duro, copado por jugadores españoles.
"Lo que tenemos ahora mismo en el Madrid con compañeros, entrenadores, entorno y club es muy difícil de conseguir. Hay que valorar que muchas veces te pasas años sin poder competir ni por el 10% de lo que tienes aquí", afirma el tinerfeño. "Son de lo mejor de sus generaciones en el sitio idóneo, en el momento adecuado y en la mejor etapa de sus carreras", añade José Ortiz.
El broche de lujo para tan mágica temporada llegó con el oro junto a la selección española en el EuroBasket. Sergio cerraba el podio de sus mejores momentos con España triunfando en el campeonato y siendo elegido el mejor base del torneo. “Cuando pasa tiempo y te cuesta más ganar las cosas, quizá le das más mérito y te enorgullece más”, valora el jugador.
Y, a pesar de todo lo conseguido, Sergio continúa siendo aquel chavalín que abandonó las Islas Canarias con la sonrisa por bandera. “Compartir equipo y vestuario con el Chacho es maravilloso. El buen ambiente reina con todos los compañeros y él es un tío alegre, que siempre está haciendo bromas”, comenta Sergio Llull, su compañero en el puesto de base en el Real Madrid.
“Es uno de los tíos más encantadores de toda la ACB. Llega Navidad y propone a los americanos del equipo que pasen las fiestas con él para que no estén solos y se sientan como en casa”, revela Jota Cuspinera.
El propio Sergio corrobora esa preocupación constante por quienes le rodean: “Al final lo que te va a hacer tener un balance bueno en la vida es tu entorno. Mi mujer, mi hija, mis padres, mi hermano y mis amigos son lo más importante". Con permiso de un baloncesto que nunca dejará de acompañarle.
“Yo no le concibo sin un balón. Siempre ha intentado comprar casas en las que no viviese nadie debajo, porque lo bota allí donde está y no quiere molestar. Si no hubiese tenido el nivel para estar arriba, jugaría en el parque todos los días”, sentencia Jota Cuspinera.
Definitivamente, Sergio Rodríguez lleva el baloncesto en la sangre. Su pasión por este deporte le ha hecho más fuerte a lo largo de sus 29 años de existencia. Con más o con menos riesgo, la bilirrubina de nuestro deporte de la canasta seguirá dispuesta a ponerle espectáculo a la vida. Aquella que todos, incluido el Chacho, debemos intentar aprovechar al máximo siempre. Como si fuera nuestro último partido. Como si fuera nuestro último momento.