“El banquillo nacional tiene a un muy buen entrenador y el resto son especulaciones más o menos agradables de oír. No me planteo, hoy por hoy, más reto que ser feliz donde estoy y hacer felices a aquellos con quienes estoy. Siempre dije que sería un honor entrenar a la selección, como deben pensarlo la mayoría de técnicos españoles”. Así respondía Joan Plaza a EL ESPAÑOL en enero de 2016 tras formularle la eterna pregunta: ¿le veremos entrenar a España algún día?
La incógnita no ha sido desvelada en todo este tiempo, pero sí alentada. Ahora, por la victoria del Unicaja en la Eurocup, que supone el regreso del conjunto malagueño a la Euroliga un año después de perder su licencia permanente. Casi 11 años después del último título del equipo, la liga de 2006, Plaza ha logrado que Málaga vuelva a soñar con el baloncesto: ser feliz donde está y hacer felices a aquellos con quienes está. Sus chicos “tienen dos cojones y creen en lo que hacemos”.
Plaza es mucho más que el entrenador capaz de hacer posible una remontada de 13 puntos a nueve minutos de la conclusión de toda una final continental o la exhibición del tercer cuarto del segundo partido. Es el técnico que desmenuza su pizarra en inglés, a gritos, todo corazón, en cada tiempo muerto. También es el jefe trajeado que se desvive tanto por los suyos como para, en pleno fragor de la batalla, salir él mismo toalla en ristre a secar el sudor de la pista. El que se afeita su característica barba y la recupera después a modo de talismán y el que, abrazado a la copa de campeón, entra en un trance tan dulce que “metafóricamente me permite morir en paz”.
El segundo entorchado europeo de la historia de Unicaja (tras la Copa Korac de 2001) ha sido propiciado por una auténtica machada: ganar las tres eliminatorias pertinentes (Bayern de Múnich, Lokomotiv Kuban Krasnodar y Valencia Basket) con factor cancha adverso. Para lograrlo, ha habido que vencer las múltiples dudas que han acompañado al equipo malagueño precisamente desde que se levantase aquella ya lejana ACB y se disputase la Final Four de la Euroliga en 2007.
La travesía por el desierto ha sido larga, y Plaza tampoco se ha librado de las críticas, pero el éxito ha llegado. El barcelonés ha sido el entrenador que ha dotado de estabilidad a un banquillo por el que llegaron a pasar cuatro técnicos en dos años: Aíto García Reneses, Chus Mateo, Luis Casimiro y Jasmin Repesa. Desde su fichaje en verano de 2013, las aguas se han ido calmando poco a poco en Unicaja. Se regresó a la Copa del Rey, a los playoffs de la ACB, a la Supercopa (subcampeonato en 2015) y, ahora, también a la máxima competición europea.
Es el culmen de un proyecto que ha llevado a Plaza a convertirse en el entrenador que más partidos europeos ha dirigido en la historia del club. También a estar presente en el podio histórico de técnicos con más encuentros al frente de Unicaja, donde su camino y el de Sergio Scariolo, actual seleccionador español, se entrelazan. La sombra del italiano es muy alargada en Málaga, pero no cabe duda de que el actual técnico verdiblanco es el más aventajado de sus sucesores en el banquillo local del Martín Carpena. Y no es el único punto en común que registran las carreras de ambos.
La cárcel, un puente aéreo, otra caja y Lituania
Scariolo tuvo que ser profeta en su Italia natal para poder dar el salto al baloncesto español. Incluso lidió con el mismísimo Ejército, dirigiendo a los italianos hasta el triunfo en el Mundial militar de 1985. Lo mismo le sucedió a Plaza, que se fogueó en Barcelona durante unos cuantos años antes de llegar a la élite. Él conoció mejor el mundo de las cárceles, pues llegó a compaginar el baloncesto con un empleo como funcionario de prisiones.
Después de pasar por las categorías inferiores de Betsaida, Sant Adriá y Santísima Trinitat, el Joventut de Badalona se fijó en él como entrenador de cantera. Allí permaneció una década entre el cadete, el júnior, el B y el primer equipo, con un año en el Tarragona (EBA) entre medias. Además de llevarse un campeonato de España sub20 en 2001, Plaza pudo aprender de algunos maestros inmejorables como ayudante: Josep María Izquierdo (ahora segundo de Zeljko Obradovic en el Fenerbahçe), Manel Comas y Aíto.
Era un alumno tan ejemplar que Boza Maljkovic le reclutó para su causa en el Real Madrid allá por 2005. Casualidades de la vida, Scariolo dirigió al equipo entre 1999 y 2002. También quiso el destino que, después de un año desastroso para la sección de baloncesto blanca, el ayudante pasase a ser primer entrenador. Pocos apostaban por cosechar triunfos a los mandos de un debutante, pero la realidad fue otra bien distinta: un subcampeonato copero, una Copa ULEB (actual Eurocup) y una liga en 2007.
No cayó ningún otro título desde ese bautismo de fuego hasta 2009, cuando el ciclo de Plaza en la capital española llegó a su fin. Poco importó: aquella experiencia le marcó para siempre. “Fue simplemente especial y no la olvidaré jamás”, reconoció a este periódico. Dejaba atrás a los Raúl López, Mumbrú, Charles Smith y compañía para llegar a Sevilla y seguir apuntando alto.
Fueron tres temporadas mágicas al frente del Cajasol. En la primera, se alcanzó la Copa y se consiguió un histórico quinto puesto en liga. Sin sentimentalismos que valiesen, el equipo de Plaza forzó un tercer y definitivo partido en cuartos de final de los playoffs ante el Real Madrid. Al curso siguiente, llegó el subcampeonato continental en la Eurocup, con el Unics Kazan como verdugo. Y, en 2012, unas históricas semifinales coperas. Todavía hubo tiempo para alcanzar los playoffs de ese año y caer en cuartos, otra vez contra el Madrid.
¿Cómo no iba a tener adeptos la candidatura de Plaza a futuro seleccionador con un rendimiento así? Difícil olvidar lo que consiguió en la ciudad hispalense con jugadores como Savanovic, Paul Davis, Satoransky, Kirksay, Sastre… La proyección del entrenador catalán era inmensa. Tanto como para emigrar durante una temporada a Lituania, el país donde el baloncesto es más religión que deporte. Del Zalgiris volvió con una liga y una Supercopa. Así le acogió Unicaja, cinco años después de que Scariolo abandonase el club precisamente por otra aventura en el extranjero (Khimki).
El nexo de unión entre ambos no se dio sólo por intentar igualar su legado en Málaga: el entrenador natural de Brescia volvió a entrenar a España en 2015, justo cuando más posibilidades tuvo Plaza de ocupar su puesto. Quizá la culpa fuese de la norma, aún vigente, que impide que un técnico que dirija en la ACB pueda encargarse del equipo nacional. Nunca sabremos qué habría pasado si aquellos rumores incesantes se hubiesen hecho realidad.
De lo que sí somos conscientes es de que, diez años después de su primer título profesional, Joan Plaza sigue tumbando favoritismos que no le pertenecen. El primer entrenador capaz de clasificar a tres equipos distintos para la final de la Eurocup y el tercero en ganar esta competición más de una vez es mejor, más maduro y consolidado. O, al menos, eso espera ante la enésima ratificación de que, si él quiere y el futuro pone de su parte, la selección española todavía está a tiempo de acogerle. Quizá lo que ha hecho su Unicaja, no dejar de creer, sea la clave para confiar en que la oportunidad, tarde o temprano, se presentará.
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