Sebas Saiz, Jaime Fernández, Fran Vázquez, Nacho Llovet, Pablo Aguilar, Rodrigo San Miguel, Víctor Arteaga, Alberto Abalde, Oriol Paulí, Edgar Vicedo, Darío Brizuela, Sergi Vidal, Alberto Díaz, Santi Yusta, Sergio Rodríguez, Ilimane Diop, Joan Sastre, Albert Oliver, Xabi López-Arostegui, Jonathan Barreiro, Sergi García, Pere Tomas, Albert Ventura, Carlos Alocén, Javi Vega.
Gracias.
Como no se me ocurría ninguna manera de empezar este escrito me he dedicado simplemente a escribir los nombres de los veintinueve jugadores que nos representaron en las ventanas, nos clasificaron para el Mundial pero finalmente no han estado aquí. Sin ellos nada de esto habría sido posible. Todos recordaremos siempre el honor y el orgullo con el que afrontaron el supuesto marrón que les dejó la FIBA con una liguilla que casi nadie podía ni por supuesto quería jugar. Vosotros sí. Sabíais que era algo temporal. Y nos metisteis aquí. Con vosotros empezó todo.
Gracias de nuevo.
Mierda. Han pasado tres párrafos y sigo sin saber cómo escribir esto, así que optaré por sacar lo que tengo dentro y deshacer ese pincho que tengo en la tripa desde que me levanté esta mañana.
Se me ocurren varios motivos por los que España ha vuelto a ser campeona del mundo trece años después. Y ninguno está relacionado con lo que siempre se nos dijo que éramos: coraje, corazón, cojones, sacrificio, echarle huevos, dejarse la piel. No. Todo eso está muy bien y sigue en nuestro ADN, pero el mérito de esta selección es mucho más complejo: rigor, disciplina, talento, táctica. Y hay algo que todo lo engrana: EL AMOR. El amor que siente este grupo por el baloncesto y el amor que se profesan los unos a los otros.
Son una familia. Son La Familia. Con sus abuelos, aquellos que ahora peinan canas que ganaron la plata del 84; con sus padres, los nacidos en el 80 que nos mantuvieron en el olimpo en las últimas dos décadas; y con sus hijos, estos doce cabrones que nos han representado en China. ¿Y cómo se crea una familia? Con amor. ¿Y cómo crece una familia? Con más amor. ¿Y cómo gana un mundial una familia? Sudando amor.
Los veo y los siento míos. Me da igual lo que haya pasado antes. No me importa lo que hayan hecho con otros equipos. Llega el verano, se enfundan la camiseta de la selección y todos son de los míos. Yo eso lo sé, lo siento. Y sé que ellos también. Que aunque puedan pifiarla en la NBA, tener una temporada irregular, o aunque se enfrenten entre sí a vida o muerte en ACB o Euroliga, saben que llega agosto y son todos parte de una misma familia. Y se dejan llevar. Y el amor fluye. Y los oros no paran de llegar.
Lo que hacen también cada verano es luchar contra viento y marea. Contra el viento de los que silban y se impacientan cuando las cosas no salen en los partidos intrascendentes. Contra la marea de haters que dudan, redudan y vuelven a dudar con las primeras canastas que no entran. Pero ellos siguen a lo suyo, conscientes de cómo se ganan campeonatos: siendo UN EQUIPO. Sin egos, sin prisas, sin menosprecios al rival, sin individualidades. Un equipo, un grupo, un conjunto. Una familia. Y la familia que permanece unida, gana campeonatos unida. Y ya llevamos cinco.
No es casualidad que no haya mencionado específicamente a nadie de esta selección. Porque no hay nadie por encima de nadie. No hay nadie más importante que otros.
Este equipo es mi puta familia. Y los amo con todas mis fuerzas.
Gracias por hacernos felices una vez más. Gloria eterna.