Escribí hace no demasiado, aunque parezca un mundo, una carta abierta a Luka Doncic rogándole que se quedara un añito más en el Real Madrid. Le pedí, casi entre lágrimas, que no se marchara o que nos hiciera campeones de Europa. Y eligió. Y voló. Y me hizo volar. Y yo volé de él. Lo siento por la trambólica referencia pero es que Luka no está simplemente jugando en la NBA. Luka Doncic está volando. Y nos está haciendo volar.
Se presentó hace trece meses en la NBA con una cartera cargada de buen baloncesto, sanos valores, competitividad y un afán irremediable por ser el mejor del mundo. Siempre hubo escépticos, porque siempre los hay. No triunfará. Hará buenos números, pero nunca será importante. No llegará a ser All Star. ¿MVP? Imposible. Tendrá que ganar un anillo si quiere ser alguien de verdad. Se habla mucho de él porque es del Real Madrid, si no de qué.
Estas mamandurrias, entre otras, han sido dichas y escritas desde hace años en nuestros foros. Miles de iluminatis sin miedo al ridículo mostrando, una vez más, la chancla que tienen por boca. Y ahora, noviembre de 2019, resulta que en esa cartera de la que os hablaba un tal Lebron James se ha dado cuenta de que pone HIJO DE PUTA PELIGROSO.
Un tipo de los que trascienden lo deportivo y empiezan a hacerte tilín en lo emocional. De los que te provocan ganas de trasnoche o mañanas de highlights. Como, hablando en términos de mi contemporaneidad, lo fueron Jordan en los noventa o Kobe y Shaq en los dosmil, las dos últimas épocas en las que seguí bien de cerca la liga norteamericana. Se respira ahora en el ambiente que Luka Doncic puede no ya destacar en la NBA sino marcar una época. Eso destilan, sin género de duda, sus números, solo comparables con los del señor del párrafo anterior que le llamó bad motherfucker. Casi nada.
Pero también, y los que me conocéis ya sabéis de lo que voy a hablar, los sentimientos, las emociones. Luka es un chico que te hace vibrar, que te hace sentir. Que te emociona, que te hace saltar. Un tipo que te motiva y te reconcilia con un baloncesto que creías ya muy lejano a ti. Tira, penetra, rebotea, asiste, se pelea, se enfada, lucha por cada canasta. Sus treinta y tantos minutos de cada partido son para gozar de cada posesión. Sabes que algo va a pasar. Algo inteligente va a suceder. Y yo quiero estar al otro lado de la pantalla para vivirlo, que no me lo cuenten.
No podemos hacer otra cosa que bancarlo a muerte. Sentirlo nuestro, sin serlo. Sentirlo español, sin tener el pasaporte. Luka es un jugador que está por encima de toda ideología pero que, sin pretenderlo, arrasa con todo tipo de sombra xenófoba sobre el aficionado español: amamos a las personas por encima de sus carnets de identidad. Luka Doncic es esloveno. Y también un poco español. Luka Doncic es muchas cosas. Puede ser Samuel L. Jackson y recitarte Ezequiel 25-17 para después pegarte un tiro en la cabeza, pero también puede ser Harvey Keitel, que si está a veinte minutos de un sitio, llega en diez.
Aún con todo, sigue teniendo solo veinte años y toda una carrera por delante. Así que caballeros, tranquilícense, no empecemos a chuparnos las pollas todavía.