No estamos acostumbrados a que suceda algo así, pero el Real Madrid perdió su cuarto partido consecutivo. Además, desperdició una ocasión de demostrar que puede ganar el Anadolu Efes, el líder y, por lo visto el viernes, el mejor equipo de Europa. Los blancos tienen un problema esencial en el que andan enredados. Su incapacidad para mantener un ritmo de juego sólido y estable.
Es cierto que este Real Madrid ha sido reconocido en los últimos tiempos como un equipo de arreones. Minutos en los que se volvía sublime y arrasaba a sus rivales sin remisión. Este viernes, comenzó así, con cadencia frenética y acompasada, dominando la batalla de los bases -Campazzo a Larkin- y de los pívots -Tavares a Pleiss-. Un 14-5 que auguraba el regreso a los grandes días, porque el base blanco aplicaba la sensatez que le convierte en el mejor director de Europa. Pero pronto la perdió, y ni siquiera apareció cuando su equipo más la necesitaba, cuando tuvieron el partido en sus manos.
Sería injusto atribuir la incumbencia exclusiva del orden y la calma a los bases, Campazzo y Llull. Sin embargo, aún en el baloncesto moderno, se encuentra entre sus principales obligaciones. Este equipo camina con frecuencia en la frontera de la genialidad con la dispersión. Son jugadores con mucho talento y Laso prefiere regalarles libre albedrío que embridarlos, una postura inapelable hasta hoy.
Pero, precisamente estos días, se hallan en una situación desacostumbrada que requiere templar la ansiedad más que azuzarla, para que el deseo de recuperar las sensaciones perdidas no los arroje al terreno de la precipitación. El viernes, quizá con excepción del equilibrado Causeur, todos abandonaron la lógica del baloncesto.
Sería injusto no reconocer que el Anadolu Efes se mostró como un equipo experimentado y solvente. No ganaba en Madrid desde 2005, pero las tornas han cambiado mucho desde entonces. Cuenta con una plantilla equilibrada y un entrenador, Ergin Ataman, que nos ofreció al término del partido la mayor sonrisa que este cronista recuerda en una cancha de baloncesto, más propia de la intimidad y el vino de la celebración posterior. Desprendía felicidad, porque no sólo ratificaba su liderato, sino su superioridad sobre el mejor equipo del decenio.
El equipo turco cuenta con el jugador más brillante de la Euroliga, Shane Larkin, que fue una pesadilla para la defensa madridista, aunque no la causa de la derrota. En mi humilde versión, el Real Madrid tuvo el partido en su mano y lo desperdició, ya que cuando elabora la jugada es mortal y cuando se precipita es vulgar. El viernes, se mostró acelerado y ambulante, acuciado por el anhelo de sepultar las derrotas en su cerebro.
Tampoco me preocuparía demasiado, porque las soluciones están cerca y a la vista. Si por algo se ha distinguido el Real Madrid de Laso ha sido por su regularidad. A la excelencia conseguida en rachas extraordinarias, quizás el mayor mérito de estos años ha consistido en mantenerse entre los mejores de forma permanente. Y a la vuelta de la esquina están la confianza que tuvo y se fue, la calma que proporcionan las victorias y la frescura de una plantilla menoscabada por las lesiones.