Creer o no creer. A tenor de las manifestaciones de los últimos días, éste parece ser el dilema de la afición madridista. Llull es un jugador extraordinario con un rendimiento, por decirlo de una forma prudente, lejos de su mejor versión. Sin embargo, la situación es mucho más lógica de la que se percibe tras ese vistazo superficial característico del apresuramiento de nuestros días.
Me consta que Sergio Llull tuvo el infortunio de reaparecer tras una lesión de cincuenta días sin la oportunidad de entrenar con el equipo. Un periodo demasiado largo y una carencia de práctica colectiva que está lastrando su productividad. El baloncesto es un juego que se mueve entre la mecanización absoluta y los golpes de iniciativa, pero para que ésta surja antes hay que sentar las bases. Y Llull no ha podido hacerlo.
Con el alta médica, viajó a Moscú para jugar contra el CSKA y el Khimki y regresó a la capital para enfrentarse al Baskonia al final de la misma semana. Justo lo contrario de lo que necesita un jugador que acaba de salir de una larga lesión: más entrenamientos para recuperar sensaciones y automatismos y un reencuentro paulatino con el alto nivel. Recordemos el tiempo que tardaron Randolph y Thompkins en acercarse a su rendimiento óptimo tras lesiones prolongadas en temporadas pasadas.
Por su parte, parece claro que Pablo Laso ha decidido darle todos los minutos necesarios para que el jugador recupere su confianza, un gesto que refleja la seguridad que tiene en su pupilo. La que ha tenido siempre, para qué vamos a engañarnos, y la que renovó recientemente de forma pública; al fin y al cabo, un general no abandona a sus oficiales de tantas batallas a las primeras de cambio. Y el técnico sabe que no lo necesita ahora, sino, sobre todo, a final de temporada, cuando el baloncesto pone en juego sus títulos.
Llull es un director de juego aleatorio, lejos de los arquetipos que se manejan en el baloncesto europeo. Siempre se ha comportado como un equilibrista en el filo de la navaja, entre lo sublime y el desastre. Es normal también, que ahora que está desenfocado en su juego, los errores salten a la vista. Tanto brilló antes, tanto refuerza él mismo sus actuaciones negativas. Pero sería injusto reprocharle que fuerce sus tiros, pues fue su seña de identidad, y está en un equipo en el que la mayoría abusa del lanzamiento a destiempo.
Sinceramente, las críticas excesivas y de mal gusto me han parecido fuera de lugar, como también la reacción infantil del criticado en las redes sociales. Cuando un jugador vuelve debería dársele un plazo antes de comenzar a atizarlo, como cuando un político toma posesión de un cargo. Un madridista como el balear, que eligió el Madrid en lugar de la NBA, y que demuestra siempre su compromiso, merece nuestra consideración. Una vez más ha colocado al equipo por encima de su reputación y de su físico, al reaparecer en circunstancias adversas, inapropiadas para su estado.
En definitiva, el debate sobre si volverá a ser lo que fue es un tanto irracional. Llull tuvo una grave lesión y su juego es más inestable de lo que solía, aunque sin duda, sigue siendo un jugador muy apreciado y utilizado por sus entrenadores. Tanto Scariolo como Laso destacan su energía contagiosa, su facilidad anotadora y su arrojo. Fuera lo que fuera, mejor o peor que antes, y atendiendo a la última gran cita vivida, sigue siendo un jugador extraordinario, campeón del mundo con galones. Esto es lo que hay que medir.