“Pintura, grabado o relieve distribuidos en tres hojas, unidas de modo que puedan doblarse las de los lados sobre la del centro”, apunta la RAE en la definición de tríptico. Dada la belleza de su juego estos tres últimos partidos, Luka Doncic bien podría haber protagonizado uno tal que el de “El jardín de las delicias” de El Bosco. Imposible que su juego de pies, capaz de derribar contrarios, no sea digno del Edén. O que su baloncesto no haga las delicias de todo buen aficionado que se precie, cargado de polivalencia y descaro. Menudo infierno el que hizo vivir a los jugadores del Bilbao Basket. Por seguir con el tres, con Gustavo Ayón y Anthony Randolph secundándole. De ahí que la redundancia triplista del Madrid acabase en victoria (Narración y estadísticas: 77-85).
Quizá el encuentro de la perla del Madrid fuese menos brillante de cara a la galería que sus exhibiciones ante el Fuenlabrada y el Zalgiris, e incluso que la del año pasado en el mismo escenario. O puede que ya nos estemos acostumbrando a que el niño maravilla juegue como un hombre. Sea lo que sea, ahí están los números para ratificar otra actuación de sobresaliente: 12 puntos, dos rebotes y cuatro asistencias para un 17 de valoración. Eso sí, los focos fueron compartidos. Gustavo Ayón y Anthony Randolph también se merecieron el título de MVP blanco en Miribilla gracias a su buen desempeño en la zona.
El concurso del mexicano sirvió para compensar el daño que Buba hizo por dentro (y menudo) en el bando local, exceptuando los minutos 'highlight' de Eric ya con todo decidido. Aunque el principal sustento del Bilbao Basket, lo que le permitió soñar hasta el último cuarto con tumbar a Barça y Madrid en casa en una misma temporada, fue el triple. Sobre todo, los de Tabu y los de Bamforth. También cayó uno de Mumbrú, aunque su raza quedó mejor recompensada con un mate 'tomahawk' digno de un guerrero de las canchas como él.
Sin embargo, el fondo de armario del Madrid resultó letal para los hombres de Carles Durán. La rotación de los blancos es tan amplia que el protagonismo se reparte con gusto. Tan pronto brillan Draper, Maciulis, Carroll y Taylor como surge, y vaya aparición, Anthony Randolph. ¿Que no se le había visto en todo el partido? No pasó nada, ya dio el callo cuando lo tenía que dar: a la hora de la verdad. De la nada al todo en unos 10 últimos minutos en los que transitó como un rayo por la cancha. 13 puntos para 18 de valoración y todo en un visto y no visto. Tanto mutó en AVE que, en pleno trance, hasta se llevó por delante a un cámara.
Cuando un equipo apenas echa en falta a jugadores clave como Sergio Llull (aún lesionado) y Rudy Fernández (medio partido convaleciente por un golpe pero recuperado al final), la cosa funciona. La identidad de este Madrid sigue sin perder ni un ápice de frescura: ritmo alto, triples a borbotones, defensa presionante… Hay altibajos, claro, y de esa irregularidad se alimentan el resto de equipos. Fueron esos parciales positivos de los locales, aprovechando las desconexiones visitantes, los que hicieron creer en la remontada en Miribilla.
Esa ilusión acabó esfumándose en cuanto el Madrid cayó en la cuenta de que el bocinazo estaba a la vuelta de la esquina. Puso el modo avión sin remedio y fin de la historia. Sin duda, es harto difícil cerrar un tríptico tan hermoso como el que exhiben los chicos de Laso cuando se ponen. Uno se queda tan embelesado mirándolo, mirándoles, que el resto de la exposición deja de importar. Por culpa de Doncic y de todos los demás.