Ya dicen que el mayor conocimiento del mundo está en los libros. Y que saber leer proporciona un poder de dimensiones descomunales. Pero las lecturas no sólo atañen a las obras literarias. También se pueden aplicar a otros aspectos de la vida. En este caso, al baloncesto. Ese deporte en el que tan valiosos son los jugadores que saben cuándo es el momento preciso para dar un paso adelante, cuándo cambiar un partido y, sobre todo, cuándo ganarlo. El nombre y apellidos a tener en cuenta este sábado, en lo que a este respecto se refiere, es Rudy Fernández. Tiro, rebote, defensa... Así desquició al Iberostar Tenerife para que el Real Madrid juegue la final de la Copa del Rey este domingo contra el Barça, con el que se vuelve a medir en este torneo tres años después y en el mismo escenario de su último encuentro [Narración y estadísticas: 59-77].
El Canarias no iba a poner las cosas fáciles. No después de hacer historia con el pase a semifinales. No con medio Gran Canaria Arena volcado con su causa. Y no con varios de sus líderes en cuartos tan entonados como el jueves. El golpe sobre la mesa de los primeros minutos fue magnífico. En ataque, con un arranque formidable de Ponitka y Tobey. Más un segundo cuarto excelso de Fran Vázquez y Beirán. Y en defensa, provocando, por ejemplo, que el Madrid se pasase los tres primeros minutos y medio del encuentro sin anotar una canasta en juego.
A los blancos les costó entrar en calor (en un pabellón ya de por sí gélido en cuanto a temperatura, que quede claro). El triple se les resistió lo suyo (1/11 tras 10 minutos, 5/18 después de 20) y, por momentos, se echó en falta más claridad de ideas. Aunque estas acabaron apareciendo. Un triple de Rudy empezó a señalar el camino. Después, llegó otro de Doncic. Y, más tarde, un mate del esloveno capaz de despertar al equipo más somnoliento. Fue el niño el que metió en vereda a sus compañeros.
Cuando Luka quiso, el Madrid empezó a carburar. Y a dejar de romper aguas una y otra vez por dentro cuando tocaba defender. Carroll también tuvo mucha culpa de que la máxima de nueve puntos canaria se diluyese. Cómo le gustan los segundos cuartos al norteamericano. Y qué bien le siguen sentando las Canarias tantos años después de su paso por Las Palmas. El Madrid ya era el Madrid al llegar al descanso, por lo tanto. Y, aun así, el Tenerife seguía creyendo: se lo permitía el marcador.
El inicio de la segunda mitad tampoco fue propicio para dejar de soñar. Sin apenas puntos, la guerra era más psicológica que otra cosa. Por mucho que el Madrid diese la vuelta al electrónico, había partido. Por algo el “¡Sí se puede!” era la banda sonora de la grada. Animada por Fran Vázquez, que volvía a ser determinante. Las faltas caldeaban el ambiente y los tiros libres se convertían en un elemento imprescindible.
Entre tanto desatino, el Madrid sobrevivía gracias a Campazzo, Doncic y Thompkins. Pero no se quitaba de encima al Tenerife de ninguna manera. White era otro de los jugadores locales que ponía de su parte para evitarlo. Aunque la brújula del duelo señalaba más la dirección del Madrid. Rudy Fernández, entre lanzamientos de personal y canastas, contribuía. Todavía fue más importante atrás, con un rebote y un robo de esos claves para el signo de un partido minutos antes de llegar al último cuarto.
Sin hacer mucho, o sin aparentarlo, el equipo de Laso se plantó en el momento de la verdad acariciando la decena de puntos de renta. Entonces, no perdonó. Superó esa muchas veces bien llamada barrera de los 10 y ya nunca volvió a mirar por el retrovisor. Rudy, otra vez Rudy, terminó con las esperanzas del Tenerife gracias a un triple castigador. +15 para matar el partido y postularse muy seriamente a MVP de esta Copa. Ni siquiera el intento de reacción aurinegra mitigó el daño hecho por el jugador balear, al que tan bien imitaron Doncic y Thompkins como artilleros decisivos. Rudy todavía logró otro robo más con olor a victoria. Va a volver a ser feliz del todo con el baloncesto en Gran Canaria: lo tiene clarísimo.
Heurtel devuelve al Barça a una final de Copa
Mucho ha llovido desde 2015. El año de la última final de Copa del Rey que disputaron Real Madrid y Barça. Precisamente, en el mismo Gran Canaria Arena donde se volverán a ver las caras este domingo. Bilbao y Valencia Basket acabaron con los catalanes en cuartos y semifinales de 2016 y 2017 respectivamente. Sin embargo, y cuando parecía que el conjunto azulgrana tampoco pelearía por el título este año, ha sucedido: el Barcelona volverá a intentar levantar un trofeo después de muchos meses en los que esas empresas le estuvieron absolutamente vetadas. El Gran Canaria intentó sobreponerse a la maldición del anfitrión copero, pero no hubo manera. Pesic, como antaño, saca brillo al equipo que le han puesto a su disposición en la Ciudad Condal. Uno que, si funciona, tiene el peligro que siempre se le ha presupuesto [Narración y estadísticas: 74-87].
El Barça tuvo un arranque de partido fulgurante. Entraban los triples, gracias a la buena mano de Moerman y Sanders; Ribas les secundaría más tarde. Claver estaba serio tanto en ataque como en defensa. El carácter se hacía notar. Oriola volvía a ponerse el cartel de líder con su actitud. Y al Granca parecía que le faltaban referentes. Sólo Aguilar y Brussino parecían aguantar el tipo ante el vendaval azulgrana.
Pero, de repente, el chip de los hombres de Luis Casimiro cambió por completo. El anfitrión de la Copa estaba de vuelta. Y de qué manera. Primero, Pasecniks hizo de todo en la pintura, como Balvin en cuartos. Después, Eriksson regaló uno de los mejores momentos de lo que va del torneo copero. Gracias a una exhibición mágica desde el triple: cinco aciertos, en los cinco primeros tiros que lanzaba en el partido, casi consecutivos. ¿Consecuencia? El conjunto pío-pío se ponía a gobernar el partido en el segundo cuarto tras haber perdido hasta por 10 puntos no mucho antes.
Xavi Rabaseda también puso de su parte con ese trabajo sucio tan valioso y que apenas se ve. A los locales aún les quedaron fuerzas para dejar el marcador a su favor al descanso. Vaya remontada la suya. Aunque, por desgracia para sus intereses, el Barça no se dejó ir del todo. Fue Heurtel, quién si no, el que comandó las operaciones catalanas. El francés ya está más que especializado en eso de dar un paso al frente cuando peor vienen dadas.
Y, desde luego, el tercer cuarto ya no fue tan de color amarillo. Porque Heurtel había llegado al partido para quedarse. Incluso Tomic apareció tras una primera parte en la que ni estuvo ni se le esperó. Un mate de Hanga nada más arrancar la segunda mitad ya dejó claro que el Barça volvía a adueñarse de las sensaciones y del juego en su semifinal. Sanders, que acertó de nuevo desde el 6,75, fue otro de los hombres que aportó seguridad al equipo de Pesic.
Ni siquiera un aficionado local vestido de bruja (y de oro) que se dedicaba a gritar a pleno pulmón (los nombres de los jugadores azulgranas y lo que pillaba) inquietó lo suficiente al Barça. Ribas también volvió a subirse al carro del acierto exterior y la defensa dejó sin pólvora al ataque insular. Hasta Navarro, otra vez, decidió sacar la muñeca a pasear en momentos clave. Como Claver.
No hubo manera de que el Gran Canaria se reenganchase al partido. Balvin, Oliver, Eriksson, Brussino, Aguilar… Todos ellos lo intentaron, pero remontar dos veces ante un Barça tan sólido era misión imposible. Un mejor comienzo de primera y segunda mitad marcó las diferencias para los de Pesic. Cada vez que sufrieron, prosperaron y salieron del paso. Incluso en los que quizá fueron los tiros libres más insufribles que les tocó solventar en mucho tiempo. Con un triple de Hanga a mediados del último cuarto, todo quedó visto para sentencia: el Barça vuelve a una final de Copa a la que nadie esperaba que accediera.
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