Hay ocasiones en las que se cumple esa máxima de que los grandes equipos ganan por inercia. Fíjense en el Real Madrid de baloncesto: desde diciembre alterna grandes partidos (Brose, CSKA) con derrotas merecidas (Estrella Roja, Baskonia, Betis, Darussafaka) y también victorias pidiendo la hora. A este último apartado pertenece un triunfo más que sufrido ante un Maccabi tan peligroso como en sus mejores tiempos, y eso que no son estos precisamente. Otra vez tocó morderse las uñas hasta casi el bocinazo y salvar los muebles en el último cuarto, con más claroscuros que brillantez. Menos mal que no sólo Llull fue increíble cuando el balón empezó a quemar y que Rudy, Ayón y Doncic también acudieron al rescate. Seguro que Jorge Garbajosa tiene a bien cederle el apodo de 'Multiusos' a la perla eslovena, con la venia del gran Montes (Narración y estadísticas: 80-75).
Se sufrió tanto o más que contra el Andorra, pero se ganó. Sin grandes alardes y con más oficio que perfección, de ahí lo de la inercia. De hecho, el partido tuvo un corte mucho más defensivo que ofensivo durante su práctica totalidad. Mucha fealdad a la orden del día, barro por doquier y una ausencia alarmante de espectáculo. Para muestra, el botón de las pérdidas, que lo suyo trajeron por la calle de la amargura tanto al Madrid como al Maccabi en varias fases del encuentro. Y, aunque los locales empezaron ganando la batalla atrás, su carencia de ideas delante, de fe, resultó tan molesta como para activar la peligrosidad del rival.
Al igual que en los últimos partidos comprometidos, costó encontrar el 'flow' en ataque. A los israelitas les pasaba todo lo contrario. Goudelock empezó sobrado, Victor Rudd se fue entonando poco a poco (también protagonista en el rebote) y Quincy Miller se subió al carro anotador en los últimos minutos. Al Maccabi no le frenaron ni las falsas alarmas de lesión del primero y del tercero. Que, por cierto, fue el cuarto de la vergüenza para el Madrid: sensaciones pobres, y mucho, con el rival amenazando la decena de renta hasta que el último periodo empezó a asomar en el horizonte. Cuando aún estaba lejano, sólo Felipe Reyes parecía tener su carácter intacto.
La mejor noticia la trajo a colación el más joven, que sigue sin parecerlo. En otra demostración de polivalencia a prueba de bombas, Luka Doncic trajo la NBA al Palacio de los Deportes en su vertiente estadística. Anotó, reboteó y asistió para rozar el triple-doble y cambiar el chip de sus compañeros. Ya lo tiene en modo 'killer' Rudy Fernández, cada vez más entonado de cara a canasta y magistral en pequeños grandes detalles como el pase. Y, por descontado, a Llull no hay que repetirle dos veces lo de enchufarse en los momentos más comprometidos. ¿Que no aparece en 30 minutos? Da igual, ya lo hace en los 10 últimos minutos, que normalmente son los que más cuentan.
Al final, el Madrid volvió a abrazarse al contragolpe. A última hora, pero lo hizo. Ahí estuvo Ayón para finalizar bajo el aro esas contras que sabe correr (y leer) a la perfección. Hunter también puso una buena dosis de solidez por dentro y algunos de los puntos decisivos corrieron a cargo de Thompkins. Puntazo para el juego interior blanco, que pudo sobreponerse a la superioridad reboteadora de los hombres altos de un Maccabi que no tiró la toalla ni aun reaparecido el Lasismo (otro partido con 10 o más triples, otro final feliz). Fue abrir el tarro de las esencias, aunque bajo mínimos, y lograr la victoria. Trabajada y con altibajos, pero victoria al fin y al cabo.
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