Jugar en Grecia es sinónimo de sangre, sudor y lágrimas. De partidos extenuantes hasta los últimos momentos, duros, sin ningún tipo de concesión. De tosquedad y eficiencia, de trabajo sucio, de intangibles. En definitiva, medirse a un equipo heleno en su territorio es toda una batalla sin cuartel. En la que nos ocupa este jueves, el Real Madrid devolvió los golpes al Panathinaikos con bastante dignidad… hasta que el cuerpo dijo 'basta'. Los blancos no cayeron por KO, pero sí se vieron obligados a rendirse. Así les forzó a hacerlo un conjunto local que puso mayor deseo sobre el parqué y acabó viendo premiada su hambre [Narración y estadísticas: 88-82].
El verdugo en última instancia del Madrid fue un viejo conocido, Ioannis Bourousis. Él puso el punto y final al encuentro desde el tiro libre. Sin embargo, el principal culpable de que los asistentes al OAKA se marchasen satisfechos a sus casas fue Chris Singleton. Él fue el gran faro del Panathinaikos, con solvencia tanto en la faceta anotadora como en la defensiva. Tenía el desafío de superar a Anthony Randolph, con quien compartió vestuario en el Lokomotiv Kuban, y acabó ganando la comparativa entre ambos con todo merecimiento.
En Grecia, la cosa fue de ex. Porque también Mike James, antaño triunfador en el Baskonia, jugó un papel destacado en la victoria de los suyos. Qué importantes fueron sus puntos a partir de la segunda parte y en los momentos más candentes del duelo. Tampoco se quedó atrás la aportación ofensiva de otro jugador con pasado en la ACB: James Feldeine. Seguro que su explosividad, con mates y pundonor desde el perímetro, motivó unos cuantos suspiros de nostalgia entre los fans del Breogán y del Fuenlabrada.
Tampoco hay que olvidarse de KC Rivers. Más incisivo en la primera parte, el Panathinaikos también le buscó las cosquillas al Madrid con un enemigo, como quien dice, de la casa. Y, para cerrar el círculo de su lesión en la ida, James Gist no pudo perpetrar mejor venganza contra los blancos. Un poderío como el suyo en la zona realmente da que pensar: ¿no les parece que hay veces en las que los rebotes y los tapones influyen, valen, imponen casi más que una canasta? Y, por acabar con el notable desempeño heleno, la dirección de juego de Nick Calathes, sibilina y asesina al mismo tiempo.
El Madrid siempre desconfía cuando el técnico que se sienta en el banquillo de enfrente es Xavi Pascual. Y bien hecho. La defensa siempre fue el punto fuerte del entrenador catalán: la practicada por sus hombres y la que impide que practiquen los contrarios. A los de Pablo Laso se les escapó el partido, en buena medida, por culpa de las pérdidas y las concesiones.
¿Que aguantaron el tipo hasta el final? Sí, pero las mejores sensaciones de los locales nunca evitaron pensar mal. Es decir, en la derrota. Y, como suele pasar cuando uno es negativo, tocó acertar. Por mucho que el Madrid frenase varias acometidas helenas dignas de escapatoria en el marcador, aunque se recuperase de ciertos momentos de zozobra e incluso mandase en el partido, al final tocó hundirse.
Al menos, queda el ánimo de que hubo poco que reprochar en ataque. Randolph y Hunter sostuvieron a los visitantes por dentro, Doncic y Carroll soltaron el brazo cuando tocaba y Llull asumió la responsabilidad digna de su jerarquía. También Ayón y un Rudy cada vez más importante en el trabajo que no se ve (y menos en el visible/ofensivo, todo hay que decirlo) intentaron dar el callo. Sin embargo, la defensa griega y la ausencia de ésta en las filas madridistas cuando más falta hacía pesaron más a la hora de la verdad. Habrá que asegurar el factor cancha en los playoffs venideros en otro momento. Aun perdiendo los cuatro partidos restantes de fase regular, podría conseguirse. Tal es la tranquilidad que se ha ganado este Madrid.