Todo en Estambul ha girado en torno a una palabra, un equipo, un sentimiento, este fin de semana: Fenerbahçe. Se ha palpado en la hostelería. Se ha palpado en las calles, con camisetas del anfitrión de la Final Four de la Euroliga, cánticos y bufandas (también del resto de equipos) por doquier. Se ha palpado en la suerte de peregrinación de la marea amarilla cada día de partido al Sinan Erdem Dome, como si la gente se dirigiese a toda una Meca baloncestística. Y, cómo no, se ha palpado en la cancha. Por la auténtica olla a presión generada por los aficionados locales y, sobre todo, por la actuación y actitud de Zeljko Obradovic y sus chicos durante la totalidad del evento. Sólo así ha sido posible que el baloncesto turco ya tenga su primera Euroliga. Y 'Mister Europa', la novena [Narración y estadísticas: 80-64].
El título no se acercó sobremanera hasta mediados del tercer cuarto, aunque quedó claro que la iniciativa iba a ser turca desde el minuto uno del duelo contra el Olympiacos. Al pabellón no se le podía hacer el feo de no luchar hasta la extenuación por cumplir aquello de que a la tercera (Final Four consecutiva) va la vencida. Jan Vesely golpeó primero, Nikola Kalinic le secundó después (menudo papelón el suyo en los dos partidos decisivos) y Bogdan Bogdanovic, para variar, apareció cuando más se le necesitaba.
Tan bien lo hizo este tridente de estrellas que Ekpe Udoh realizó un nuevo partido inmaculado en lo estadístico… y casi ni se notó, a la postre MVP. Tampoco hay que olvidarse de los minutos de calidad de Luigi Datome y Bobby Dixon, que también aportaron lo suyo para que el Fenerbahçe pudiese imponerse. Algo que no fue nada sencillo hasta bien entrado el partido. Porque el Olympiacos, que volvió a seguir la táctica del conejo que tan bien le funcionó ante el CSKA, tardó mucho, muchísimo, en desfallecer. El equipo de El Pireo presenta tanto coraje en sus filas que la idea de una final decidida en los últimos instantes e incluso en una prórroga sobrevoló el Sinan Erdem Dome durante muchas fases del partido.
No acabó siendo así, pero eso no quita para afirmar rotundamente que la lección de valentía y fe inquebrantable que han dado los griegos estos tres días ha sido memorable: no hay equipo pequeño si uno se considera grande en mente y corazón. Lo que ha hecho el Olympiacos ha sido todavía más ejemplar por el cómo, al basar muchas de sus esperanzas de hacer algo grande durante esta Final Four en los secundarios. En los Mantzaris, Milutinov y Birch de turno, los nombres propios helenos este domingo. Aunque, esta vez sí, el aguante perdió la partida ante la eficacia.
Al fin, se ha impuesto la lógica que llevaba tiempo queriendo imperar, sin éxito, en la canasta europea: los turcos, tras varios años presentando proyectos económico-deportivos muy potentes, debutan en el palmarés de la Euroliga. Una que este año terminó con el CSKA en tercera posición tras derrotar al Real Madrid (70-94), que, al menos, podrá presumir de haber dejado de soñar con la Décima del baloncesto por culpa del campeón. Una vez más, Zeljko lo ha vuelto a hacer. El suyo es el cuento de hadas de nunca acabar: equipo al que llega, equipo al que lleva a la gloria continental. Y así hasta en cinco de los seis clubes a los que ha dirigido en los banquillos (sólo se le escapó el título europeo con la Benneton de Treviso italiana). Ya no hay peso que quitarse de encima sobre lo que haga o deje de hacer Turquía en esto de los aros y la pelota naranja en el futuro. La gesta está hecha.
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