El Real Madrid podría formar un quinteto titular más que competitivo con todos aquellos que pueblan su enfermería ahora mismo: Sergio Llull, Jeff Taylor, Anthony Randolph, Ognjen Kuzmic y Gustavo Ayón. Sin embargo, el equipo blanco desprende una competitividad igual o superior a la que contribuirían a generar los ausentes. Toca rechinar los dientes mucho más a menudo y, aun así, las sensaciones apenas son negativas. Eso sí, los errores, aun corregidos, se pagan muy caro en una Euroliga abocada a la igualdad extrema. El Panathinaikos supo volver a un partido que llegó a tener muy cuesta arriba y castigó los minutos más nefastos del duelo para un Madrid que, cuando quiso reencontrarse, se dio de bruces con el más cruel de los bocinazos [Narración y estadísticas: 82-80].
La cuerda floja ya no es ajena al equipo blanco: pasó de mandar por 16 puntos al inicio del tercer cuarto a encontrarse con un marcador sufrido, e ir por detrás en él, tan sólo unos minutos más tarde. El buen trabajo de la primera mitad cayó en saco roto de forma vertiginosa. Se perdió una fluidez ofensiva y defensiva de la que no tardó en adueñarse, presto, el rival. Como en la pista no hay amigos que valgan, KC Rivers sacó la metralleta a pasear (y mandó de paseo a su pasado, por cierto). Y, con él, Chris Singleton. Por no hablar del recital interior de James Gist, crecido más y más a medida que se iba acercando el final del partido. Suyos fueron, por ejemplo, los tiros libres decisivos para el triunfo griego en los últimos instantes.
No quedó más remedio que caer en la cuenta de que Luka Doncic no es perfecto. Cuando nada sale bien, cuando la caraja se instaura en el Madrid, todas las miradas y los balones apuntan en su dirección. Y la presión, a veces, juega malas pasadas en la toma de decisiones. Dio igual que el esloveno realizase su enésimo gran partido del curso, sin bajarse del todoterreno estadístico que conduce de forma permanente: a algunos les pesarán más, incluso mucho más, sus ocho pérdidas de balón. O un par de fallitos en los tiros libres, siempre tan importantes a la hora de la verdad.
¿Dónde quedó el enorme trabajo de los secundarios? En unos 20 primeros minutos en los que, la verdad, no pudieron lucirse más. Algunos intentaron seguir la misma senda exitosa tras el descanso, todo hay que decirlo. Como Felipe Reyes y Trey Thompkins. Excelso momento de forma el del primero: a veces, de verdad, no se notan sus 37. Y un concurso muy digno del segundo: nueve puntos en el segundo cuarto (12 finales, como Reyes) e intensidad reboteadora. Hasta logró hilar dos tapones en una misma jugada, cuando la esperanza de hacerse con la victoria, la que pudo amarrar con un tiro ganador que no quiso entrar, volvía a hacer acto de presencia en las filas del Madrid.
Rudy Fernández también sobresalió. Y se empieza a merecer que esto no sea noticia. De hecho, tuvo en sus manos un robo con sabor ganador que acabó convertido en una falta. Esta vez, tocó ver su faceta más 'sucia', con rebotes y dirección de juego. Pero qué importante fue: así lo atestiguan sus 19 de valoración, techo entre los jugadores madridistas. A última hora, Campazzo también quiso ser importante, pero la batalla de los bases la ganó, claramente, un excelso Calathes.
Cuando el Panathinaikos se quitó de encima la bisoñez de la primera mitad y empezó a jugar, el duelo cambió por completo. Desde luego que el Madrid contribuyó a que se iniciase un partido totalmente nuevo: reengancharse a la segunda parte tan tarde pasó factura sin remedio. Aunque eso no quita para destacar el gran trabajo del equipo de Xavi Pascual para darle la vuelta a un electrónico que bien pudo haber quedado sentenciado.
¿Que Doncic, ya con todo apretadísimo y los nervios a flor de piel, convertía un triple a una pierna? Pappas respondía en la jugada siguiente. ¿Que el Madrid sabía sufrir? Pues los griegos también. De tanto jugar con la tragedia, les pasaron la patata caliente de esta, de forma definitiva, a los visitantes. Aunque el drama del factor cancha favorable en el Viejo Continente (quinta posición de los blancos por ahora) todavía no es, ni mucho menos, para tirar cohetes.
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