La fe de Doncic y Carroll, merecedora de prórroga, no desarma al Olympiacos
El Real Madrid tuvo el partido perdido y, aun así, sacó fuerzas de flaqueza para forzar un tiempo añadido en el que los griegos tampoco perdieron una compostura que siempre les acompañó (92-83).
8 diciembre, 2017 22:16Hay días en los que, pase lo que pase, las victorias son una utopía. El marcador, el tiempo y el ritmo juegan en tu contra en todo momento. E incluso hasta las prórrogas. Entre tus hombres, poco acierto. Y, aunque el rival tampoco dé un clinic, siempre parece ir varios pasos por delante. En el aire, la sensación inevitable de que la derrota será el resultado. Por activa y por pasiva. Desde luego, el Real Madrid no encontró ni paz ni amistad en Grecia. Las dos mentiras del pabellón del Olympiacos, como casi siempre, pasaron factura negativa. Van seis derrotas en los últimos siete partidos de la Euroliga y los puestos de playoff cada vez se ponen más caros. La competitividad sigue en liza, pero la dictadura de los resultados es cruel y no entiende de arrebatos postreros de fe [Narración y estadísticas: 92-83].
Parece que el triunfo contra Unicaja en el Palacio de los Deportes fue hace un mundo. Desde entonces, el equipo de Laso no se encuentra en Europa. Las bajas no ayudan, desde luego, pero hay compañeros de viaje nada halagüeños para los blancos en las últimas fechas europeas. Uno de ellos es la apatía. Peligroso que esta aparezca, y más en compromisos como el del Olympiacos, durante el que reinó demasiados minutos, a pesar de que el carácter regresase por sus fueros a última hora. Hablamos de uno de los mejores equipos del Viejo Continente, poseedor de la defensa más sobresaliente. El corazón tenía que imperar, debía hacerlo, para ganar en El Pireo. No lo hizo, a pesar del arreón final de carácter, este viernes.
De nuevo, Luka Doncic fue la principal noticia positiva del Madrid. Aun así, ni siquiera la perla eslovena pudo disipar las malas sensaciones de su equipo. Él tiró del carro como ninguno y volvió a ser definición de soledad. Sólo Jaycee Carroll pudo liberarle de tanto protagonismo: por él, el Madrid pudo creer en la remontada, aunque imposible, cinco minutos más. Antes, la garra de Tavares, al igual que la de Thompkins, se evaporó pronto. Rudy apareció demasiado tarde; de Campazzo y Causeur no hubo noticias.
Es lo que tiene remar contra tantas bajas, todas ellas importantes. Se quiera o no, acaban pesando. Al menos se recuperó a Taylor para la causa: uno menos en la enfermería. De la baja al alta pasó Spanoulis, que avisó de la pesadilla que le esperaba al Real Madrid en los primeros compases. Apareció poco, pero de forma muy efectiva. Con su simple presencia, Olympiacos da mucho más miedo. Pero ha aprendido a vivir sin su killer. Vaya si lo ha hecho.
El partido de Milutinov, demoledor en ataque y defensa, lo demuestra. Como el de Printezis, uno de esos tipos que sabe estar en el lugar adecuado en el momento más oportuno. Ni siquiera le tembló el pulso tras fallar dos tiros libres clave al final del último cuarto: se recuperó a lo grande en el tiempo extra. Tampoco deben caer en saco roto el factor microondas personificado en Jamel McLean durante el tercer cuarto o los puntos exteriores de Strelnieks. Y, claro, si otro de tus líderes, Papanikolaou, también es ejemplo de solidez, apaga y vámonos para el Madrid.
Hubo mucha apatía, sí, a la par que entrega a la hora de la verdad. No era fácil subir el Tourmalet una y otra vez, recuperarse de las embestidas del Olympiacos en cuanto los visitantes querían despertar. Y, a pesar de todo, el Madrid estuvo a punto de imponerse a la utopía y ganar en Grecia. Llegó a mandar en pleno añadido, con el sacrificio incondicional de Felipe Reyes como gran highlight entonces. Una pena que el arbitraje (diferencia abismal de tiros libres en una y otra canasta; finiquito al gran final del duelo con varias decisiones cuestionables) y, sobre todo, un conjunto local superior devolviesen al primer plano a la entelequia tras un tramo decisivo para soñar. Ni los 57 puntos del dúo Doncic-Carroll (33 uno, 24 el otro) provocaron que la fe moviese montañas.