En una jornada, la última de la liga regular de la Euroliga, en la que necesitaba una buena dosis de fortuna, el Real Madrid tuvo todo lo contrario: ni un solo resultado favorable en los dos partidos ajenos en los que los blancos también jugaban desde la distancia. Panathinaikos no perdió ante el Milán a domicilio y Olympiacos no ganó al Zalgiris en casa. Por mucho que los italianos llegasen a vencer hasta por 17 puntos, sucumbieron por uno. La misma diferencia que permitió que los lituanos asaltasen El Pireo tras remontar 16 puntos. Así es la máxima competición europea: nadie da su brazo a torcer ni aunque su destino esté marcado de antemano. Ya sin ventaja de campo de cara a los playoffs, ¿qué les quedaba pendiente a Laso y sus hombres ante el Brose Bamberg? Elegir rival. Y, por ganar, tocó el Panathinaikos (106-86).
En un principio, el encuentro de este viernes no tenía ningún interés para los alemanes, sin opciones de playoffs desde hace tiempo. Pero, en cuestión de horas, también pasó a tener una importancia relativa para el Madrid. Grecia, sí o sí, será el escenario más recurrente de la eliminatoria venidera. Los dos primeros partidos de la serie se jugarán allí. También un hipotético quinto y decisivo duelo. Sí, Panathinaikos parece más fuerte que Olympiacos, de capa caída en las últimas fechas, ahora mismo. Aunque, al final, lo que más duele en la capital española es no tener el factor cancha de cara: tocase quien tocase, la empresa ya tenía un punto de dificultad añadido al que pondrá el adversario.
No, el que nos ocupa era un partido de todo menos cómodo. Por el aspecto mental, claro. Triunfar o caer, en el caso del Madrid, iba a traer consigo un quebradero de cabeza: preguntarse cuáles serían las consecuencias del resultado final más adelante. Es decir, si lo hecho estaría bien, mal o regular. En el Palacio, había un enemigo contra el que no se podía luchar de ninguna manera: la imprevisibilidad.
La certeza más absoluta era la habitual cuando se trata de madridismo: defender el escudo a mucha honra. Esa fue la máxima que imperó en un partido jugado al tran-tran y con la intensidad justa. No era un día propicio ni para poner todas las cartas sobre la mesa ni para sacar músculo en exceso. Aunque, con lo justo, el Brose sólo tosió al Madrid cuando los locales quisieron. En cuanto se pisó el acelerador con algo más de ganas, no hubo color.
Quien más motivación destiló en una noche de esas que bien podrían obviarse fue Anthony Randolph. Con 14 puntos en su bolsillo ya en el primer cuarto (los 11 primeros del Madrid), el norteamericano dejó muestras de esa calidad que tanto se le demanda en los partidos grandes: acabó con 23. Más adelante, otros compañeros tuvieron sus momentos de protagonismo: Rudy, Doncic, Ayón, Carroll… Pero quien más regular se mostró fue el hombre de hielo, que, con el témpano de serie, incluso se permitió el lujo de reírse un poco.
Él puso los triples y la defensa. A poco que hizo, el Brose se desmontó por completo. Bastante compitieron los alemanes, que dieron guerra hasta el tercer cuarto: un poquito de Musli por aquí, otro de Wright y Hackett por allá, Rubit acá… Suficiente. Lo de rendirse va poco con esta Euroliga. Y no esperen ver brazos caídos en lo que llega a partir del 17 de abril: CSKA-Khimki, Fenerbahçe-Baskonia, Olympiacos-Zalgiris y Panathinaikos-Real Madrid a cinco partidos (formato 2-2-1). En el horizonte, cuatro billetes para la Final Four de Belgrado. Y el más difícil todavía para los dos españoles: superar el factor cancha adverso para llegar a semifinales.