Lograr la mejor anotación de tu carrera en la NBA durante el primer partido de la temporada y contra los Golden State Warriors, vigentes subcampeones, debe ser brutal. Si además lo consigues poniéndole un tapón al mismísimo Stephen Curry, con un gran mate para cerrar el encuentro y saliendo desde el banquillo, el subidón aún es mayor. Le pasó a Jonathon Simmons, escolta de segundo año de los San Antonio Spurs, el pasado 25 de octubre. Sus 20 puntos significaron mucho más que un triunfo colectivo (129-100). Fueron una victoria personal para este jugador de 27 años, que hace tres tuvo que vaciar el bolsillo para poder tener una oportunidad en la liga de desarrollo, su lanzadera hacia el éxito. De la nada al todo en un ascenso tan trepidante como para que algunos definan a Simmons como “la historia más grande del baloncesto”.
Todo empezó un 14 de septiembre de 1989 en Houston. Primero de cuatro hermanos (dos chicos y dos chicas), Jonathon creció en uno de los peores barrios de la ciudad, Fifth Ward. Siempre fue un estudiante reacio, saltándose clases para estar en casa o quedar con los amigos. Su instituto, Smiley High, tampoco era el mejor sitio para formarse. Los estudios y las agencias educativas lo dejaban claro con sus definiciones del centro: “Factoría de abandonos escolares”, “académicamente inaceptable”. Entre las siete clases que Simmons solía tener cada día, una le robó el corazón: la de baloncesto.
En algo tenía que volcar la fuerza de superación inculcada por su madre, LaTonya: la mujer que desde hace casi 20 años se levanta antes del amanecer y termina su jornada al anochecer en el aeropuerto, recogiendo los billetes en la puerta de embarque de United Airlines. Sin tiempo ni dinero para unas vacaciones, muchas veces acababa llevando a cenar a sus hijos a McDonald's. Era uno de los pocos caprichos que se podía permitir la familia. Con sobrevivir, ya bastaba. Una pieza clave en el mundo de Jonathon se fue en 2006, cuando su abuela materna murió de un ataque al corazón. Definitivamente, la vida iba a ponerle a prueba desde el principio.
Aun así, el mayor de los Simmons nunca se rindió. Pegó el estirón ese verano, se convirtió en el jugador más valioso de su instituto y pasó por dos equipos para juniors (Paris y Midland) mientras mejoraba sus notas para poder ir a la universidad. Acabó en casa, en Houston, promediando 14.7 puntos y cinco rebotes en su única temporada con los Cougars. Estaba tan harto de los problemas que quiso crecer muy deprisa, sin escuchar a sus entrenadores y a los scouts: iba a saltarse el último año universitario para intentar aterrizar de inmediato en la NBA.
Pero la felicidad que no le acompañó durante su breve etapa en la NCAA tampoco lo hizo en un Draft de 2012 donde no fue elegido por ningún equipo. Bajón para él y para las por entonces tres hijas (ahora cuatro) a las que tenía que alimentar con tan sólo 22 años. Las mejores oportunidades pasaban de largo ante Jonathon, así que optó por jugar unos meses en los Sugar Land Legends de la semiprofesional y hoy desaparecida American Basketball League.
Destacó en la pista (36.5 puntos de media en 16 partidos), pero aquella decisión tan sólo le provocó aún más dudas. Simmons se sentía invisible a ojos del mundo baloncestístico y nadie le había hablado de otras posibilidades, como la D-League o jugar en el extranjero. ¿Debía seguir luchando por ser alguien en las canchas o buscar un trabajo en condiciones? Como Jonathon cortaba el pelo a sus amigos alguna que otra vez, y con maestría, su madre le sugirió que intentase conseguir la licencia de barbero. Incluso llegó a plantearse entrar en una escuela de barbería.
Gracias, D-League
Antes de ese hipotético cambio de rumbo, el escolta decidió intentarlo con el baloncesto por última vez en verano de 2013. Los Austin Spurs, filial de San Antonio en la liga de desarrollo de la NBA, organizaron una prueba para reclutar jugadores a la que asistió Simmons. Los 150 dólares que pagó para poder participar resultaron el dinero mejor invertido de su vida. Tanto gustó que fue invitado a un nuevo test, esta vez de una semana de duración, y acabó fichado. El primer sorprendido fue Jonathon, que ya había probado sin éxito con los Spurs genuinos el año anterior.
Tras un primer curso aceptable en la D-League (casi 10 puntos por encuentro), llegó un segundo arrebatador: 15.2 puntos, 4.3 rebotes y 3.7 asistencias de media. La capacidad de sacrificio del jugador de Houston dio sus frutos con una gran mejoría desde el triple (de 28.4 a 39.8% de acierto). También con una intensidad atrás que le llevó a ser elegido en el tercer mejor equipo defensivo de la liga.
Así, Simmons conquistó a todos sus entrenadores en Austin, sobre todo al exjugador Earl Watson. Tan cercana fue su relación que el técnico compró comida a Jonathon en alguna ocasión e incluso le ayudó a hacerse con unos zapatos, ya que el escolta no tenía ningunos. Tal era su escasez de dinero.
Todo volvería a cambiar de forma radical para él en julio de 2015. Durante un viaje en autobús a Orlando para disputar un partido veraniego con los Brooklyn Nets en los que probaba suerte entonces, llegó 'La Llamada'. Su agente le confirmaba que, por fin, la NBA quería contar con él: San Antonio le ofrecía un puesto en el equipo. El destino quiso que la liga de verano que acabó disputando Jonathon fuese la de Las Vegas, ganada por los Spurs con él como MVP (23 puntos en la final).
De la noche a la mañana, pasó a firmar autógrafos para casi 500 personas y a compartir vestuario con Tim Duncan, Manu Ginóbili, Tony Parker, Kawhi Leonard, LaMarcus Aldridge y más tarde también Pau Gasol. Si antes las pasaba canutas para llegar a fin de mes, ahora Simmons firmaba dos temporadas por 1.4 millones de dólares (sólo 525.000 garantizados). Como dijo mamá LaTonya, las preocupaciones desaparecían para el novato de 26 años. Uno al que la grada de Milwaukee llegó a cantarle al unísono “¿Quién eres tú?” antes de sufrir una de las mejores actuaciones de su primera temporada.
Aquellos 18 puntos contra los Bucks el pasado enero confirmaron lo que Gregg Popovich, su entrenador, repetía a todo aquel que quería escucharle: “Jonathon es bastante audaz. Él simplemente se sumerge en el partido y compite. Tiene grandes habilidades físicas, aprende rápido y es un buen trabajador. Puede estar bastantes años en la NBA si presta atención y la mantiene”. El veterano Rasual Butler fue su protector y guía para asentar la cabeza en el año rookie: “Simmons tiene el coraje y el corazón para ir tras sus sueños. Eligió el camino más duro y le respeto por eso”.
En efecto, fue un debut ilusionante: 6.2 puntos, 1.9 rebotes y 1.2 asistencias de media en 14.8 minutos durante la temporada regular; 3.7-1.3-0.7 en 8.7 minutos en playoffs. Ahora, el '17' de los Spurs continúa ganándose cada vez un hueco más importante en la rotación de su equipo, dando un salto estadístico ante las lesiones en el perímetro. Sus 7.1 puntos, 3.1 rebotes y 2.1 asistencias en 22.1 minutos en pista le dan licencia para que su nombre suene con fuerza entre la savia nueva de la franquicia.
Todos confían en Jonathon porque sus sueños de gloria han acabado traspasando la ficción para ser reales. En su antiguo instituto, ahora fusionado con otro centro y llamado North Forest, un entrenador que ni siquiera le dirigió siempre le da el antiguo dorsal 22 de Simmons al mejor jugador del equipo. Su madre no sabe si pellizcarse o no: “Aún no me lo creo. Esta es una de esas historias que ves en las películas, pero no la de alguien en particular. Veo la televisión y el que sale en la pantalla es mi hijo”. Antes, durante y después de cada salto inicial, ese momento en el que la mente de Simmons le confiesa “las ganas que tengo de jugar casi perfecto, sobre todo en defensa” y su corazón “simplemente que me divierta haciendo algo que amo hacer”.