Debe resultar difícil ir caminando por el campus de la Universidad de Ohio State, toparte con él y no quedarte mirándole. Aunque sea sólo por la fascinación que generarán en persona sus 2,13 metros y 124 kilos de planta. A sus 28 años, Greg Oden, mal que le pese, continúa siendo objeto de las miradas ajenas. Puede que le vean simplemente como un estudiante tardío que quiere finalizar la carrera. Igual su cara suena en el entorno universitario porque es uno de los asistentes del entrenador Thad Matta en los Buckeyes, el equipo de baloncesto del centro. O quizá algunos vayan más lejos y sepan lo que pudo ser Oden, una de las estrellas de la canasta de su generación, y lo que acabó siendo: “El mayor fiasco de la historia de la NBA”, en sus propias palabras.
Piensen lo que piensen los demás, a Greg le dará absolutamente igual. Todo se compensa con la emoción de estar de vuelta en Ohio State, probablemente el único lugar del mundo en el que siempre se ha sentido como en casa. Un refugio para escapar de los problemas y para echar la vista atrás hacia sus mejores momentos en las canchas. Aquellos tiempos en los que sus maltrechas rodillas y los 105 partidos disputados de 492 posibles en la NBA no le importaban a nadie. Cuando soñaba con ser el próximo Kareem Abdul-Jabbar, Bill Russell o Wilt Chamberlain. Una época en la que Steve Kerr, hoy entrenador de los todopoderosos Warriors, dijo que Oden era “un jugador de esos de los que sólo hay uno por década”.
Qué lejos quedaban entonces los errores y qué deliciosos eran los aciertos en la carrera de Greg. Y qué pena que todo se torciera para pasar de estrella a estrellado, de realidad a eterna promesa, de marcar una era a ser la incógnita imperecedera. Porque es muy difícil haberse acercado a la NBA reciente sin preguntarse alguna vez qué habría sido de Greg Oden si las circunstancias y el destino le hubiesen permitido triunfar. Si él mismo se hubiese concedido esa voluntad.
Aquellos maravillosos años
Oden ha vivido por y para el baloncesto desde que tenía 9-10 años. Algo influiría mudarse de Nueva York (Buffalo) a Indiana (Terre Haute), donde la canasta es prácticamente una religión. Greg la profesó con fervor desde el principio, ganando tres títulos estatales consecutivos con el instituto Lawrence North. Los premios no tardaron en llegar: mejor jugador del país, mejor jugador del estado, MVP del McDonald's All-American… Él acaparaba toda la atención, por mucho que lo odiase, y no su compañero Mike Conley Jr., hoy jugador mejor pagado de la historia de la NBA.
Greg siempre fue tan celoso de su intimidad que ocultó al mundo el verdadero motivo de su lesión de muñeca poco antes de llegar a la universidad. Él no lo sabía, pero aquella pelea con su propio hermano pequeño, Anthony, justo antes de disputar su último torneo estatal con Lawrence North significó el comienzo de su infortunio. La cabeza empezaba a jugarle malas pasadas. Bien pudo frustrar el único año en la NCAA de Oden debido a la muerte de su mejor amigo, Travis Smith, en un accidente de tráfico.
Pero no lo hizo, dejando para la posteridad los momentos más felices e inolvidables de Greg en las pistas: el tapón sobre un hipotético tiro ganador contrario en el Sweet Sixteen ante Tennessee, el liderazgo necesario para llevar a los suyos a la final universitaria tras superar a Memphis y Georgetown, los 25 puntos y 12 rebotes contra la Florida de Al Horford en la lucha por el título… Entre tanta luz, la sombra de perder aquella Final Four. Compensada, o eso parecía, por las altas expectativas que generaba Oden, elegido número uno del Draft de la NBA en 2007 por delante de Kevin Durant. A todos les brillaban los ojos pensando en lo que podían hacer juntos Brandon Roy, LaMarcus Aldridge y Greg en los Portland Trail Blazers.
Un gafismo legendario
Aquella aparente realidad empezó a tornar en fábula de la lechera cuando la rodilla derecha de Oden precisó de la primera cirugía por microfractura. Año en blanco sin ni siquiera haber debutado con los profesionales. Todavía afectado por la muerte de su amigo Travis, sin ningún veterano que le llevase por el buen camino y con poco que hacer en Portland, Greg se entregó a la bebida.
Tanto como para convertirse en alcohólico ya en el curso 2008-2009, su verdadero año rookie. Empezó la temporada con retraso por una lesión en el pie, pero los 61 partidos que disputó insuflaron algo de optimismo a los Blazers. Sobre todo, los 16,4 puntos, 11,4 rebotes y 1,4 tapones de media que consiguió en cinco partidos excepcionales durante enero de 2009. Aunque un choque con Corey Maggette le provocó otra lesión de rodilla en febrero, pudo volver y jugar sus primeros playoffs. Entonces, ¿por qué Oden bebió para celebrar y para olvidar durante aquella campaña? Por la mala influencia de un primo suyo que trabajaba en las Fuerzas Aéreas estadounidenses, compañero de casa y juergas en Portland.
El curso 2009-2010 iba a ser el de su confirmación como estrella. Dejó el alcohol, empezó a comer más sano y se puso en forma, dicen que la mejor de su vida. Pero los 11,7 puntos, 8,8 rebotes y 2,4 tapones que promedió en los 20 primeros partidos de la temporada se fueron al garete en diciembre, lesionándose en esta ocasión la rodilla izquierda. El karma seguía sin estar de su parte: fuera el resto de la temporada y las tres siguientes por completo, sesiones con psicólogos que no llevaban a ninguna parte, dos cirugías más dadas sus microfracturas, rehabilitaciones y regresos prematuros que terminaban en recaídas, fotos suyas desnudo frente a un espejo que acababan difundiéndose por Internet…
Ni el perro de Oden se libró del mal fario de su amo. Ciego y tras cuatro años junto a Greg, murió al caer al vacío desde el noveno piso de un hotel de Los Ángeles, al arrastrarse por la barandilla del balcón de su habitación. Los días del primo juerguista tampoco terminaron nada bien: murió a las seis semanas de que se le diagnosticase un cáncer. Mientras Kevin Durant empezaba a ser uno de los mejores jugadores del mundo, Greg cada vez se parecía más a Sam Bowie: aquel interior blanco lastrado por el físico también en Portland y elegido antes que un tal Michael Jordan en el Draft de 1984. Y hasta él tuvo más suerte que Oden, ya que disputó 511 partidos en temporada regular.
Guión agridulce hasta el final
La situación no mejoró mucho tras ser cortado por los Blazers en marzo de 2012, pero al menos Greg pudo volver a jugar casi cuatro años después. Lo hizo en los Miami Heat durante el curso 2013-2014, junto a LeBron James, Dwyane Wade y Chris Bosh. Oden sólo disputó 23 partidos de Regular Season (2,9 puntos, 2,3 rebotes y 0,6 tapones en menos de 10 minutos por partido). Apenas estuvo en cancha cinco minutos durante la serie por la supremacía de la Conferencia Este contra los Indiana Pacers y tres en las finales perdidas frente a los San Antonio Spurs. Aun así, fue el primer jugador de los Heat en levantar el trofeo que les acreditaba como campeones del Este. Hacía tanto que no se sentía el rey del mundo que aquello tuvo que saberle a gloria.
Como para no saborearlo con la que le esperaba fuera de las canchas. Oden no se había librado del todo del alcohol, que le jugó otra mala pasada en agosto de 2014. Una noche, de vuelta en su casa de Lawrence acompañado por dos amigas y algo pasado de vueltas, tuvo una fuerte discusión con una de ellas, exnovia suya. Otra vez, jugarreta de su cabecita loca: el baloncestista golpeó a la chica hasta tres veces en la cara, con una nariz rota, heridas en la frente y un ojo hinchado como secuelas.
Por mucho que Greg se asustase en cuanto vio sangre en su sofá y se mostrase cooperativo con la policía, hubo consecuencias: fue arrestado y declarado culpable de cargos menores por violencia doméstica y por violencia causante de lesiones físicas. También fue multado con 200 dólares y obligado a completar 26 semanas de cursos de asesoramiento sobre violencia doméstica y clases de alcohólicos anónimos, bajo libertad condicional durante 909 días.
El calvario de Oden continuó en 2015 al no encontrar un hueco en la NBA tras realizar sesiones de trabajo con los Memphis Grizzlies, los Charlotte Hornets y los Dallas Mavericks. China acabó siendo su destino ese agosto, promediando 13 puntos, 12,6 rebotes y 2 tapones en 25 minutos durante 25 partidos en los Jiangsu Dragons. Sin embargo, aquella aventura tampoco acabó bien del todo, pues fue cortado el pasado febrero, justo antes de finalizar la temporada y sin pagarle ya el club ese último mes.
Desde entonces, y con el sueño de volver a ser profesional ya difuminado (“Ojalá, pero se ha terminado”, dijo en señal de retirada en octubre), Oden ha intentado levantarse una vez más. Aunque cómodo en su nuevo trabajo en los banquillos y en su faceta de padre primerizo, sigue castigándose por su pasado en las canchas. Sabe que todo podía haber sido distinto también si él hubiese hecho mejor las cosas.
Y, por mucho que su némesis Durant califique de “tontería” el hecho de que Oden se denomine a sí mismo “pufo”, Greg no va a cambiar de opinión. El baloncesto le ha quitado muchas cosas en esta vida, más que las que le ha dado, pero seguirá buscando respuestas en él. Al fin y al cabo, es su ángel y demonio particular desde que tiene uso de razón.
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