“Fue al entrar en meta, en esos 20 metros después de cruzar la línea en los que vas completamente ciego, en el límite, buscando a alguien de tu equipo con la mirada. De repente, una moto fue a salir de donde estaba aparcada sin darse cuenta de que yo iba a pasar y me comí su rueda delantera. Salí volando. Por fortuna, me pegué un golpe tremendo y nada más”.
Ocurrió en una carrera juvenil española en verano de 2014. Quien cuenta la historia es José Alberto Yebra, un joven que compitió en todas las categorías inferiores del ciclismo con el Club Ciclista de El Ejido y este invierno decidió pinchar la burbuja del aspirante a deportista profesional para centrarse en aprender el oficio de fisioterapeuta. Cuenta su accidente con absoluta normalidad. Sabe de qué va el ciclismo y sabe, también, como es la convivencia del pelotón y los vehículos en carrera.
“Partimos de que su trabajo es muy necesario”, explica. “Las motos, por ejemplo, cortan el tráfico para que pase la carrera; ejercen de enlace para la radio vuelta, la emisora de comunicación interna por la que se informa de las incidencias y la situación de la competición; otras llevan a árbitros, fotógrafos, cámaras… Todas tienen su función, en definitiva. A veces he sentido miedo porque, si la carretera es estrecha y el pelotón grande, arriesgan para rebasarnos en busca del siguiente cruce. Los propios corredores, a veces, no facilitamos su labor. Pero, en definitiva, son imprescindibles”. Y añade: “Otra cosa es que haya muchos aspectos que mejorar para que no se generen tantas situaciones peligrosas…”.
La tragedia
Este domingo, una de esas situaciones peligrosas se convirtió en fatal. Antoine Demoitié (1990, Lieja, Bélgica), un modesto y prometedor ciclista que se estaba labrando un nombre en el Wanty-Groupe Gobert de segunda división, pedaleaba en un grupo de rezagados en el ecuador de la Gante-Wevelgem, prueba de un día belga de categoría World Tour.
De repente, otro corredor sacó una rueda de la calzada y cayó, arrastrando al suelo a otros tres ciclistas entre los cuales estaba Demoitié. Una moto circulaba justo tras ellos y el conductor frenó para no atropellarlos. Logró evitarlo, pero la moto se desplomó sobre Demoitié, quien agonizó varias horas hasta fallecer a la una de la madrugada. Según tuiteó su mejor amigo, el también ciclista Gaëtan Bille, sus órganos salvaron tres vidas.
“Ha sido una tragedia, un accidente con un conductor experto que lleva 20 años actuando en carreras belgas y está tan afectado como nosotros por lo sucedido”, dijo una portavoz del equipo Wanty para evitar la criminalización del motorista. “Había demasiadas motos y circulaban demasiado cerca de nosotros”, relataba por su parte otro ciclista envuelto en la fatídica caída, Jonas Ahlstrand (Cofidis). “En esas condiciones, no hay apenas tiempo para reaccionar o frenar si sucede algo”.
Las cámaras
Junto a Demoitié, al cielo llegó un grito. Fue el pelotón, quejándose amargamente por que la sucesión de accidentes entre vehículos de carrera y ciclistas que se ha vivido en los últimos 12 meses no hubiera propiciado algún tipo de medida que pudiera haber salvado al joven ciclista belga.
El debate está servido, y no es nuevo. Ya se había sostenido en 2011 tras el impactante atropello a Juan Antonio Flecha y Johnny Hoogerland en pleno Tour de Francia por parte de un coche de la televisión gala. Éste se zanjó con la creación de una licencia obligatoria para conducir en las carreras World Tour. Para conseguirla es necesario presenciar un curso que dura varias horas, durante las cuales se ilustra a los alumnos sobre el funcionamiento de una carrera ciclista, y firmar la hoja de asistencia.
La novedad estaba en la gran cantidad de accidentes acaecidos en el último año y en el hecho de que muchos han sido en pruebas World Tour y televisados. La fina línea que convierte un suceso en un acontecimiento es la presencia de cámaras para retransmitirlo. En casos como las motos que embistieron a Peter Sagan en la pasada Vuelta a España, Jakob Fuglsang en el Tour de Francia, Greg van Avermaet en la Clásica de San Sebastián o Stig Broeckx en la Kuurne-Bruselas-Kuurne, hubio luz y taquígrafos para documentar y espolear el debate.
El debate
Los equipos de Sagan y Van Avermaet, Tinkoff y BMC, abrieron fuego el pasado verano. Unos amenazaron con demandar a la Vuelta; otros publicaron varios artículos de opinión firmados por su mánager, Jim Ochowicz, en los cuales se abogaba por reducir el número de ciclistas y vehículos en carrera. La Asociación de Ciclistas Profesionales (CPA), por su parte, dijo que era “urgente” una reunión para detener “el baño de sangre”.
Dicha reunión se produjo este invierno, pero no aportó demasiado. El tema principal era la Reforma 2017 y, según dejó entrever la propia CPA en un comunicado, no se tomó ninguna decisión ni se apuntó idea concreta alguna para mejorar la seguridad de los ciclistas en carrera.
En el ciclismo, los corredores siempre han sido peones a merced de los movimientos de equipos, organizadores, federaciones y otros entes insondables. Recientemente han empezado a unir sus voces y sus fuerzas para implementar medidas en su beneficio.
Esta misma temporada entró en vigor un protocolo para suspender carreras cuando las condiciones meteorológicas desaconsejen su disputa que ha sido puesto en práctica con éxito en Tirreno-Adriático, París-Niza y Clásica de Almería. Otros asuntos, como la peligrosidad de los recorridos, las condiciones labores o la convivencia con los vehículos, aún están por resolver.
A lo largo del día de hoy, muchos ciclistas se expresaron a través de Twitter. “Se necesita un control de motos en carrera ya”, dijo Alberto Contador. “Las motos son necesarias, pero hay que regular su conducta”, escribió Daniel Martin. Otros aportaron ideas. Michael Rogers, por ejemplo, propuso limitar su velocidad cuando estuvieran rebasando ciclistas. La mayoría se inclinaron por pedir una reducción del número de motos presentes en competición. Por su parte, la Unión Ciclista Internacional comunicó que investigará el accidente. “Echaremos de menos a Antoine”, dijo su presidente, Brian Cookson.