Esta mañana en Compiégne, la localidad 65 kilómetros al norte de París en la cual inicia la mítica ruta hacia el velódromo de Roubaix, el hijo de Matthew Hayman (1978, Camperdown) acudía disfrazado de elefante al autobús de Orica-GreenEdge. Iba a despedir a su padre, que afrontaba por 15ª vez el tercer Monumento del ciclismo con una misión clara: ayudar a su compañero Keukeleire a frisar el top10 que él mismo horadó un par de veces a principio de década.



Hayman no estaba para mucho más. A finales de febrero se había roto el radio en la primera clásica de adoquines de la temporada, Omloop Het Nieuwsblad, y no había vuelto a ponerse un dorsal hasta el pasado fin de semana, cuando retomó la competición sin algarabía el GP Miguel Indurain y la Vuelta a La Rioja. Parecía un día más en la oficina y terminó con una victoria que dejó tan ojiplático a Hayman, que vagó en ‘shock’ durante un minuto antes de empezar a recibir felicitaciones, como al resto del mundo del ciclismo, estupefacto tras vivir una París-Roubaix delirante con una resolución tan agónica como increíble.



Incendio en el Infierno



A la París-Roubaix la llaman “el Infierno del Norte” y no suena extraño porque, en efecto, se disputa en el norte (de Francia) y es un infierno (por dura). No obstante, el apelativo no nació por el deporte sino por la Segunda Guerra Mundial, que arrasó la ruta de una carrera que, antes del conflicto, ya tenía casi medio siglo de historia.



Historia se respira en cada uno de los adoquines de los 27 tramos empedrados que dotan a esta carrera de un aura única y deciden su suerte. La dosis extra de esta edición venía provista por el hecho de que era la última participación de uno de los ciclistas de la década, Fabian Cancellara (Trek), en esta carrera que le encumbró privilegiándole con tres victorias en un emocionante y gentil duelo con Tom Boonen (Etixx-Quick Step), otro héroe que pedalea hacia su ocaso y anota cuatro en su palmarés. Tras ellos se adivina una generación menos caballerosa, más rockera, encabezada por Peter Sagan (Tinkoff), vigente campeón del mundo y ganador el pasado domingo en el Tour de Flandes



Sea por esta activación especial, por el hecho de que era la primera vez que París-Roubaix se retransmitía íntegramente en directo por televisión o por el relativo éxito que tuvieron los escapados en Flandes, la fuga hoy tardó un siglo en formarse. Esto endureció y enervó la carrera, que llegó a vivir incluso abanicos en su primer tercio. Finalmente, en el grupo de aventureros se colaron ciclistas del pedigrí de Sylvain Chavanel (Direct Energie), Yaroslav Popovych (Trek; era su última aparición como profesional), el ganador Hayman ó Imanol Erviti (Movistar), que repitió la táctica que ya le granjeó un top10 en De Ronde.



Llegaron los tramos de pavé y, con ellos, las caídas. El pelotón se fracturó antes del mítico Bosque de Arenberg dejando un grupo destacado con Tom Boonen, Sep Vanmarcke e Ian Stannard bien acompañados por sus equipos (Etixx-Quick Step, LottoNL-Jumbo y Sky, respectivamente). Detrás perseguían Cancellara y Sagan, a quienes el infortunio había amputado varios gregarios clave. Su caza desesperada fue guillotinada por una inesperada caída del suizo que Sagan evitó con una tremenda exhibición de habilidad.



Resolución doliente



Sin el motor de ‘Espartaco’, la partida de Sagan estaba perdida: el triunfo se lo jugarían por delante. La avanzadilla se compactó con la escapada. Las superioridades numéricas fueron aniquiladas por los kilómetros, los adoquines y las caídas y la Roubaix se dirimió como corresponde a las grandes clásicas: cinco hombres, uno contra uno.



A Boonen, Vanmarcke y Stannard, favoritos de pleno derecho, se unieron Edvald Boasson Hagen (Dimension Data), excelente ciclista noruego con vitola de eterna promesa, y Hayman. Los 20 kilómetros finales fueron de agonía. En el Carrefour de l’Arbre, último tramo empedrado de campanillas, Vanmarcke lanzó un ataque parecía bueno hasta que Stannard lo abortó con una exhibición de fuerza bruta en un leve repecho.



A partir de ahí, ataques y contraataques, dimes y diretes. Boonen estaba ante la oportunidad de convertirse en el récordman absoluto de la carrera consiguiendo su quinto triunfo (ahora comparte el honor con ‘El Gitano’ Roger De Vlaeminck) y atacó cuando sólo faltaban un par de kilómetros para llegar al mítico velódromo de Roubaix, meta de la carrera. Hayman le neutralizó e incluso le remachó en un presagio de lo que se viviría minutos después, cuando ninguno de sus rivales pudo superarle en la última recta.



Así culminó el gran día de Matthew Hayman, un jornalero de la ruta, veterano con 17 temporadas como profesional en las piernas, respetado en el pelotón por el rol de capitán que desempeña en el conjunto ‘aussie’ Orica-GreenEdge. Conoce y venera la historia del ciclismo hasta el punto de que, en rueda de prensa, admitió que le hubiera gustado ver a Boonen ganar y batir su récord. “Le respeto: es el rey de Roubaix”. El belga, por su parte, se mostró contrariado. “No sé si volveré a esta carrera”, dijo en referencia a su inminente retirada, que se rumoreó hubiera sido instantánea de haber triunfado hoy. “Prefiero no tomar la decisión en caliente, con tantas emociones en mente”.



Emociones. Cancellara recorrió el velódromo envuelto por una cerrada ovación y protagonizó una última anécdota sufriendo una absurda caída sin consecuencias mientras ondeaba una bandera suiza. Emociones, también, para Imanol Erviti, que acabó noveno y se convirtió en el primer ciclista español de la historia en conseguir acabar en el top10 de Flandes y Roubaix en el mismo año, rubricando así una campaña de clásicas del norte tan plausible como inesperada.

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