El sábado me senté a ver al Madrid con la misma suspicacia del cronista político en la cosa del PP en Toledo. La “absoluta normalidad” que vio Soraya en la trifulca Montoro-Margallo acabó con ella sentada entre ambos. En la hierba del Bernabéu había que vigilar a Bale y Cristiano, que también habían disputado, aunque por persona interpuesta. El fútbol viene mostrando últimamente más sutileza.
Todo está ya sólo en las repeticiones. El sábado, en las de dos pases casi buenos de Bale que Cristiano no alcanza a rematar. Primero desde la derecha con el exterior de la zurda. Después desde la izquierda con el interior. Si uno se fija mucho, se aprecia que Bale evita aplicar efecto necesario: la rosca no se cierra y Cristiano no llega. ¿Demasiado suspicaz? Después del intermedio, Bale había desaparecido del campo. Y he aquí la explicación de Benítez: buscaba más velocidad (quitando al nuevo Puskas). Hay que desconfiar.
Los futbolistas adornan con un raro aire de clandestinidad cuanto dicen. Como si el último atributo hipster fuera fingirse al otro lado del Telón de Acero, escribiendo cartas para burlar a los lectores de la Stasi. Bocas tapadas, indirectas en Twitter. Que se entienda algo que no se ha dicho. Una tarde de hace tres años Cristiano no celebró dos goles y esa ausencia contenía un drama que se alargó meses. Por si acaso, tras el partido salió a apostillar de manera limitada: “Estoy triste, en el club saben por qué”.
A Messi también se le descontrola el nivel de encriptado. El otro día, después de que le pidieran 22 meses de cárcel por fraude fiscal, se fotografió tirado en un sofá: «Y así estoy yo H........». Un pelotón de exégetas vio ahí un dardo a Hacienda. No era tan sencillo. Horas después tuvo que volver a fotografiarse yacente: «Aprovecho para aclarar que mi mensaje anterior no tiene nada que ver con la derrota de Argentina». Aunque nada tan fuera del alcance como lo de Alves, que mientras negociaba un contrato se bajó los pantalones y publicó la foto. Le renovaron.
El panorama es el de unos tipos que envían selfies cifrados mientras golpean con la nariz el interior de una pecera. Le entran ganas a uno de darles un abrazo. O de prepararles un Trabant para que huyan en un doble fondo.