El Madrid de Benítez va agotando reservas de paciencia. Controló el partido en el Sánchez Pizjuán con mucha claridad durante más de media hora, pero terminó siendo nítidamente superado por un equipo que el miércoles pasado había sido zarandeado en su propia casa por el Manchester City. El Sevilla tomó aire a costa del único equipo imbatido de Europa: los locales llegaron al partido como undécimos clasificados, pero han doblegado ya a los dos mejores equipos de la Liga. Benítez ya no puede acudir a las matemáticas para rechazar las críticas generalizadas a un equipo que ha firmado una semana pésima, pese a vencer de chiripa al PSG, y afronta el parón de selecciones previo al clásico con la intranquilidad derivada del 'caso Benzema', la apatía de Cristiano Ronaldo y la amplia preocupación por el juego poco vistoso que ha definido (junto a la consistencia y la contundencia) sus inicios de temporada.
Comenzó el Madrid con personalidad y posesión, aprovechando la superioridad del trivote Modric-Casemiro-Kroos en el centro del campo y el compromiso de un Bale sorprendentemente fresco en su regreso a la competición: el paupérrimo rendimiento de Cristiano Ronaldo resaltó su esfuerzo en ataque durante el primer periodo. Nacho, el héroe accidental de la Champions, animó el encuentro tempranamente con un zurdazo impresionante desde 25 metros que repelió el poste con violencia y a punto estuvo de desnivelar el choque. El Madrid no generaba mucho peligro, pero tocaba: era mejor a los puntos y sobre todo se sentía superior. En el minuto 21, Ramos remató de chilena a la salida de un córner y marcó un golazo agridulce: cayó sobre su hombro resentido y debió abandonar el que fue su estadio entre pitos y aplausos (causará baja en la selección y quizá contra el Barcelona).
Immobile, que aún genera sospechas en Sevilla, justificó su ficha fajándose sin descanso con Pepe y Ramos (después Varane). Metió un gol en el 35 tras un fallo de Casilla – otro motivo de inseguridad que acecha Concha Espina – y podría haber logrado el 2-1 antes del descanso, ya batido el portero visitante, cuando el Madrid se había replegado en un 4-4-2 clásico y Cristiano Ronaldo guardaba fuerzas para un contraataque letal que nunca llegaría. El Sevilla había estado inconexo y sujeto durante media hora, pero el gol reseteó el partido. Gozaba de una segunda oportunidad tras haber sentido durante unos minutos el terror de ser goleado de nuevo por un equipo que le había ganado 12 de los últimos 14 partidos.
Bale se sintió muy solo en la presión y la asociación: Ronaldo, el jugador más valorado de la plantilla, seguía economizando esfuerzos y obligaba al galés y a Isco a multiplicarse en la primera línea defensiva. El malagueño volvió a defraudar en ataque: el efecto de su sustitución por James Rodríguez minutos después del 2-1 (Banega, tras una estratosférica jugada del excelente Konoplyanka) se haría notar inmediatamente. El colombiano creó en media hora más ocasiones que cualquier otro compañero en toda la noche. Sin embargo, el destino merengue estaba sellado: el equipo nunca había ido por debajo en el marcador y no bastó la calidad del cafetero – que acabó inventándose un buen gol en el 92– para remontar un partido cuya imagen final de impotencia es el peor regusto posible antes del clásico: con Messi lesionado, el Barça llegará al Bernabéu con la posibilidad de ponerse 6 puntos por delante.
El equipo de Benítez no encontró respuestas tácticas ni anímicas en Sevilla: Cristiano pareció una estatua que sólo dispara de lejos, a Casemiro se le vieron por fin algunas limitaciones, Kroos sigue sin ser determinante pese al adelantamiento de su posición. Llorente remató solo, a placer, el 3-1: la pasividad defensiva enfureció a Benítez en el banquillo. Krychowiak se había convertido en una muralla. Las matemáticas ya no justifican la falta de lírica que desprende un proyecto con sospechas de prudencia excesiva que hasta hace una semana, y a pesar de la peste de lesiones, iba líder en España y en Europa. La tregua estadística está terminada: Benítez deberá empezar a justificar el mal juego y la pérdida de 9 puntos en 11 partidos. Como dijo el capitán Ramos a la salida del campo: "Aquí es donde se ganan Ligas y hemos perdido tres puntos. No se han hecho bien las cosas".