Desde que Luis Suárez no está, como escribieron Soliño y Fontaina, Uruguay “es un caso perdido”. Su ausencia, aun con confusas visiones, ha dolido como un tango, pero ya ha pasado lo peor. Para Suárez, que aterrizó en Europa por amor, estos días serán de auténtica pasión, y la pasión arrancará en Brasil. Allí se estropeó todo hace veintiún meses. Allí quedó en standby una generación que venía de un soberbio Mundial de 2010 (donde él brilló junto a Forlán) y de ganar la Copa América 2011 (donde fue nombrado mejor jugador del torneo).
Todo desde el mordisco a Chiellini ha sido muy extraño: Uruguay es incapaz de competir en los grandes torneos y casi todos los goles los cantan los defensas. En partidos de grandes competiciones (Mundial 2014, en octavos, y toda la Copa América 2015): dos solitarios goles, uno de Giménez y otro del Cebolla Rodríguez, en cinco partidos. Los dos tantos a balón parado. Atención: ni un solo gol de jugada en cinco choques vitales. Tristeza absoluta, nostalgia eterna en la delantera celeste, incapaz de ver puerta; ni siquiera de asociarse o intentarlo.
El seleccionador Óscar Washington Tabárez y todos los habitantes de Uruguay eran plenamente conscientes de la tragedia que sería vivir lejos de Suárez, e intentaron pescar un razonable indulto en las corruptas aguas de la FIFA, semanas antes de la Copa América 2015. Se quedaron con las ganas, y se les escapó un torneo que bien podría haber sido de nuevo suyo, ante la impotencia general de un pueblo que vive por y para el fútbol.
Luis Suárez, que soportó estoicamente la inactividad, estiró las piernas en tres de los diez amistosos que ha intercalado Uruguay en los últimos tiempos. Y ha visto por televisión cómo sus compañeros reconducían la situación en las cuatro fechas disputadas hasta el momento en las rocosas eliminatorias Conmebol para el Mundial de Rusia 2018. Pero esta ligera resurrección sin Suárez debe ser entrecomillada y analizada en cuarentena.
Se nutre casi siempre del balón parado, en todas sus variantes, y de la bota derecha del Negro Sánchez en movimientos ensayados. El que fuera extremo del River Plate del Muñeco Gallardo (Campeón de la Copa Libertadores 2015, Recopa Sudamericana 2015 y Copa Sudamericana 2014), y que desde enero lidera al Monterrey (líder de la liga mexicana), fue incluido súbitamente por Tabárez por primera vez en una convocatoria tras la sanción de su delantero estrella.
Los goleadores en los nueve partidos oficiales sin Luis Suárez (uno en el Mundial de Brasil, cuatro en la Copa América y los cuatro que llevamos de eliminatorias) son: Godín (tres goles), al que deberían levantarle un monumento junto al Libertador Artigas, en Plaza de la Independencia, Martín Cáceres (dos), Cavani (¡qué época desperdiciada para convertirse en líder!), Rolán, Abel, Giménez, Álvaro Pereira y el Cebolla. Siete goles de los defensas, tres de los deprimidos delanteros, uno de los centrocampistas. Ni rastro de Stuani en el fondo de las redes, a pesar de haber contado con valiosos minutos.
El 64% de los goles uruguayos sin Suárez han venido desde atrás. Es una definición certera de raza y garra, y también de soledad en el área rival, de eco. Sólo dos pequeñas joyas de la delantera presentaron algo distinto a los hinchas: la vaselina de Rolán y el ángulo inventado por Abel Hernández, ambos ante Colombia en las eliminatorias Conmebol. El resto es desierto.
Sorprende que, ante semejante estado de luto de los artilleros uruguayos, Tabárez haya seguido negándole una sola convocatoria, por ejemplo, a Rodrigo Mora, otra de las estrellas del River Plate campeón. Mora, notable rematador, además de jugar hace jugar, lo cual le vendría de perlas a su selección. Asiste a los compañeros y ha sacado adelante más de uno y más de dos match ball en los benditos campos de Dios en los que se tuvo que partir la cara River para volver a dominar América.
Sorprende también que ante la inactividad de los que juegan siempre, Tabárez, por ejemplo, no haya apostado por la juventud que viene echando la puerta abajo personificada en Gastón Pereiro, que está haciendo una buena mili en Holanda (PSV), y que hubiera generado un plus de ilusión en los aficionados.
No obstante, nada de esto es una casualidad. Cuando Tabárez, preguntado insistentemente en ruedas de prensa acerca de Mora o de alguna otra opción de ataque, respondía que ya contaba con alternativas suficientes para cubrir la ausencia de Suárez y no necesitaba ninguna más, sabía lo que decía. Por algo le llaman Maestro. Ya había elegido el camino del otro fútbol, de la estrategia cortante, de exprimir hasta la cáscara las ventajas que aparecen en el rincón más inesperado. Para eso necesitaba al Negro Sánchez, no a Mora ni a Gastón Pereiro. A estos, que seguían los partidos por la tele, les necesitábamos todos los demás.
La espera, entre córner y córner, ha sido insoportable. Mientras el mejor delantero del mundo cumplía sanción y la delantera de Uruguay arrastraba más melancolía que la vieja Montevideo, se nos gastaba la vida: estallaba el ébola, atentaban en París, se escapaba el Chapo Guzmán, Estados Unidos y Cuba retomaban relaciones, la tierra temblaba de nuevo en Chile, acababa el ébola y llegaba el zika, Uruguay elegía al sucesor de Mujica, detenían al Chapo Guzmán, el Barça inmortalizaba un triplete y un sinfín de historias más.
Uno puede pensar que Soliño y Fontaina escribían sus tangos para el mayor matador latinoamericano de la actualidad: “Capaz de bailarse la Marsellesa, la Marcha Garibaldi y El Trovador”. Capaz, en definitiva, de ganar los partidos que a otros les superan. Un tipo programado para regresar a Brasil y acabar con su amigo Neymar y sus compinches; aprovechando que si hay un equipo que durante estos meses ha estado más desubicado que Uruguay, ése es el combinado de Dunga.
Ha llegado la hora y hay confianza y hay dudas. En los cafetines ahora los uruguayos se preguntan si Suárez llega a tiempo, tras la crucifixión; porque para una selección el reloj corre con la medida temporal canina, y será complicado volver a hacer campeón a una Uruguay que ha envejecido dos años.