Algunos aficionados madridistas decían en la tarde del martes que preferían ver a su equipo perder, para que comenzase ya la renovación del equipo. La demostración de coraje y liderazgo de Cristiano Ronaldo ante el Wolfsburgo les habrá producido sensaciones contrapuestas. El ‘crack’ portugués firmó una remontada esencial que protege la estabilidad institucional del club en un partido poco estético, lleno de esfuerzo y carácter, que puso al Wolfsburgo en su sitio sin crear, tampoco, esperanzas irracionales para un equipo blanco que no mantuvo la intensidad los 90 minutos.
El Madrid empezó con una presión agobiante arriba, recuperando inmediatamente la pelota. Los alemanes no dieron tres pases seguidos hasta el minuto 8. Los primeros córners trajeron un semiremate de Ramos al larguero (bombeado, sin mucho peligro) y el Wolfsburgo sentía el famoso miedo escénico de otras épocas, reproducido por un público consciente de la trascendencia de un duelo que jamás debería haberse convertido en una gesta (o intento de).
“Somos los reyes de Europa”, cantaba el estadio para celebrar el derroche de sus jugadores, fieros como nunca en la temporada. Modric aparecía por todas partes, en ataque y en defensa, aunque sería bien sujeto por el eficiente Arnold con el correr de los minutos.
Los blancos jugaban con paciencia en ataque, como habían prometido, y con un Benzema hiperactivo que se movía por todo el frente del ataque. La solvencia defensiva de Luiz Gustavo, prototipo del nuevo futbolista brasileño, impidió que el Madrid abriese el marcador antes. El primer gol llegó por obra de la determinación de Carvajal por la derecha, tras un mal rechace de la defensa germana. Los visitantes se descosieron. Vierinha salvó el segundo un minuto después en boca de gol. En el córner resultante, Ronaldo se adelantó de cabeza en el segundo palo y llevó la felicidad total al estadio, además de reivindicar su rol de ‘crack’ en partidos decisivos.
Centros por alto: peligro
El Wolfsburgo, como su afición, quedó estupefacto y mostró sus carencias como no había hecho en la ida. Draxler tenía mucho menos libertad que en casa y la presión del Madrid cortocircuitaba sus líneas de pase. Sin embargo, el 2-0 calmó un poco a los blancos, como si ya hubiesen hecho sus deberes, a pesar de que el dinamismo de Carvajal seguía entusiasmando a la grada. Había un antídoto para la euforia: recordar que cada centro por alto del Wolfsburgo producía terror...
Los visitantes, imperceptiblemente, se fueron sacudiendo el pánico y comenzaron a tocar. Ni antes eran tan buenos, ni ahora tan malos. Los ataques del Madrid llevaban menos pólvora. A la media hora se rompió Draxler, el alumno de Raúl, y Dieter Hecking metió en campo a Max Kruse, el talentoso pero indisciplinado delantero alemán. Pareció el descabello para los germanos, pero curiosamente completarían un cuarto de hora bastante aceptable hasta el descanso.
El estadio no paraba de cantar, o de silbar, pero los alemanes ya se habían concentrado. Tocaban con oficio y mayor tranquilidad. Y el Madrid parecía desprovisto repentinamente de la garra. Keylor despejó a córner un disparo con veneno en el 33, permitiendo un córner más. Guilavogui perdonó el 2-1 en el 38 y la grada asimiló que la eliminatoria estaba empatada, con el inconveniente de que cualquier tanto alemán valía el doble. El Madrid llevaba unos minutos presionando de manera individual y no colectivamente, desperdiciando gasolina. Se notaba el arranque feroz de partido en sus piernas: el descanso era buena noticia para todos.
Un segundo derroche
El Madrid precisaba de un segundo derroche de fuerzas en el arranque de la segunda mitad para evitar ataques de ansiedad a partir del minuto 70 cada vez que los azules se acercasen al área o tuviesen un saque de esquina. Se movería en el alambre, por culpa de su lamentable partido de ida. El inicio de la reanudación fue un calco de la primera mitad: presión, mordiente, cánticos, Carvajal desmelenado y Marcelo tratando de igualarle en profundidad, la ‘BBC’ generosa en el repliegue defensivo y Casemiro cortando cualquier balón suelto por el centro. Pero duró mucho menos; los alemanes ya se habían asentado y llevaban tapones en los oídos: estaban enfocados en hacer su trabajo y habían perdido el miedo definitivamente. Era un partido de 45 minutos (o 75, con la prórroga) en el que sus goles valían el doble.
Bale, el jugador que mejor ha llegado a esta fase de la temporada (y el mejor en Wolfsburgo), no era determinante en la banda derecha, pero Zidane no le llevaba a su carril natural. El Madrid dominaba, pero ofrecía cierta impresión de desorden. Ramos cabeceó al palo en el 65, buscando un tanto redentor, pero las cosas no iban a ser tan fáciles. El Wolfsburgo buscaba el gol letal sin volverse loco y empezaba a aprovechar los intersticios entre las líneas merengues.
Los locales ya no jugaban tan juntos. La afición empezaba a pensar en un cambio para desnivelar la eliminatoria a base de calidad. El visitante, mediada la segunda parte, parecía tener el depósito algo más lleno, como buen equipo del norte. El lenguaje corporal del Madrid reflejaba cansancio y, por primera vez en el partido, el peso de la responsabilidad. Ronaldo ejercía de líder y pedía más ánimos al público o le enardecía con carreras ejemplarizantes. Quedaban veinte minutos para salvar la temporada y todo un proyecto. Benzema la tuvo en el 71 (balón a las nubes), pero los blancos seguían en el alambre. El partido se jugaba con mayor lentitud; ahora el temor anidaba en el cerebro merengue.
Siempre Modric (y Cristiano)
Y entonces, en el minuto 77, Modric robó un balón en tres cuartos de cancha, recibió una falta a 5 metros de la frontal del área y Keylor, mientras se recuperaba el croata, corrió a decirle algo a Cristiano. El luso modificó su patrón habitual de lanzamiento y golpeó suave, por bajo, al palo izquierdo de Benaglio, que no llegó a tocar. El ‘hat-trick’ de CR7 significó la explosión del estadio y la probable reconciliación (¿por cuánto tiempo?) del madridismo con su sospechada estrella.
Quedaba un cuarto de hora y la euforia era mala compañera. Los alemanes estiraron líneas y el Madrid reaccionó con la paciencia que había prometido, aprovechando para lanzar a Benzema (después Jesé) y Bale al contraataque sin descuidar el orden defensivo. Benaglio detuvo un alarde de Benzema y otro de Bale mientras el Bernabéu empezaba a gritar (casi unánimemente) “¡Cristiano! ¡Cristiano!”. Los minutos se fueron consumiendo sin demasiados sustos y el estadio se dio el lujo incluso de poder ovacionar a Modric, la materia gris del equipo, en el minuto final. Los aficionados se despidieron cantando “¡Así gana el Madrid!” a voz en grito. Qué estará pensando Rafa Benítez en la fría noche de Newcastle.