Las horas previas al partido en los alrededores del Bernabéu no fueron demasiado festivas. Debería ser un encuentro normal, pero se había convertido en una gesta y el tiempo no acompañaba. Las sensaciones no eran triunfalistas. 

"Lo siento mucho por ustedes", bromeaba a primeras horas de la tarde Uwe, vecino de Wolfsburgo y empleado de Volkswagen, que compró las entradas para la vuelta en cuanto salió el sorteo de cuartos de final y este mediodía, en un bar aledaño al Santiago Bernabéu, chapurreaba lo suficiente como para "dar gracias a Dios por vivir una noche histórica" mientras brinda con cervezas de un litro en envase de plástico.

La lluvia (prácticamente constante) y el luto por la muerte de Pedro Felipe, representante ye-yé de aquel Madrid que jugaba con 11 españoles, enfriaron el ambiente en el Santiago Bernabéu, donde a mediodía se veían fundamentalmente cuatro tipos de personas: aficionados alemanes -bastante educados, al menos a las 16.00-, madridistas venidos en autobús de otras provincias (que confíaban mayormente en la remontada), vecinos que caminaban con paraguas y reventas que trataban de no mojarse mientras trataban de 'cazar' espectadores a cinco horas del inicio del partido. Los precios oscilan entre 125 y 300; su impaciencia delataba un descenso abrupto del mismo a las ocho de la tarde (como se comprobó posteriormente).

 

Los ánimos empezaron a caldearse a eso de las cinco. Sin embargo, no todos los aficionados deseaban un triunfo. Alicia González, 57 años, socia del Real Madrid desde que tiene memoria, afirmaba a esa hora que estaba esperando que su equipo pierda. "Quiero que la limpieza empiece desde ya", apostillaba en un concurrido local después de haberse hecho 150 kilómetros para ver al equipo de su vida.

Su postura es minoritaria, pero no es la única que lo piensa. "¡Solo les importa el dinero!", bramaba en respuesta un hombre que está escuchando la conversación al otro lado de la barra. El camarero, al que se le comenzaba a acumular el trabajo, suspiraba mientras servía otro doble con su escudo blanco en la camisa: "Que hagan lo que quieran, pero que nos saquen de este lío". Como en un guión de Berlanga, entraba una gitana vendiendo lotería. El hombre de la esquina volvía a bramar: "¿Que llevas la suerte? La suerte, ¡para el Madrid esta noche!"

La sensación de tensa calma que imperaba en torno al estadio Bernabéu se fue disolviendo con la tarde y desembocó en un acto de comunión blanca fuertemente custodiado por cientos de policías. A las siete, bajo la lluvia, miles de personas abarrotaban la plaza de los Sagrados Corazones para ver pasar al autobús de su equipo entre gritos de ¡"Sí se puede!" y "¡Cómo no te voy a querer, si ganaste la Copa de Europa por décima vez!". El madridismo entró al Bernabéu animado. Su equipo se juega mucho más que evitar el ridículo.

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