Las proezas, las epopeyas y las gestas acostumbran a ser irreales, fruto de la imaginación. Pero esta temporada -o más concretamente desde que llegó el Cholo- en el Calderón es rutina que el Atlético convierta su cuento de hadas en algo palpable. Lo hizo contra el Barcelona -el vigente campeón, por si a alguien se le olvida- y repitió contra el Bayern (1-0), con una jugada maradoniana de Saúl que todo buen novelista gustaría de plasmar en sus fantasías. ¿Con renta suficiente para la vuelta? Eso ya se verá. Y poco importa cuando la fiabilidad ha dejado de pertenecer a los alemanes para acampar en el Calderón.
La historia del equipo del Cholo, por cierto, podría ser casualidad. Pero no lo es. Está basada en dos principios que difícilmente se pueden cuantificar: el trabajo y la voluntad. Y con ellos este grupo iría al fin del mundo. Puede, no obstante, que Rummenigge no lo entienda, por aquello que dijo de que el Atlético no era uno de los grandes de Europa. Pues bien, en el Calderón pudo comprobar lo contrario. Incluso, que con esas armas este Atlético puede luchar contra cualquiera de tú a tú.
Comentado lo anterior, el Calderón rugió tal y como se esperaba. Y cantó. Y disfrutó. Y casi le hizo el amor a su equipo con un tifo gigante. Es decir, la afición hizo su papel, sin innovaciones ni sorpresas. Sin embargo, sobre el campo, un tipo de la casa cambió el guión preestablecido. Se saltó todas las reglas. Sin avisar. Cuando algunos todavía andaban quitándole el envoltorio al bocadillo y abriendo la bolsa de pipas. Entonces apareció Saúl en el flanco derecho para reencarnarse en Maradona. El canterano controló la pelota, miró al horizonte, arrancó, dejó a dos jugadores del Bayern a sus espaldas, encaró a Alaba, le guiñó un ojo y la puso pegada al palo.
Cambió el guión el canterano y no pudo pudo hacerlo el Bayern, incapaz durante toda la primera parte de poner en peligro a Oblak o de colocar un disparo entre los tres palos. El conjunto de Pep -fiel a su costumbre- tocó, tocó y tocó, pero sin intención. Controló la pelota y tuvo la posesión. Pero nada más. Todas las ocasiones fueron para el Atlético, que pudo aumentar la renta con un disparo de Griezmann que atajó Neuer. Seguro en su juego, sin cambiar un ápice su plan y con Torres amenazando a la contra. En definitiva, demasiado cómodo para tener al otro lado al Bayern de Múnich.
Pero esa comodidad firmó su fecha de defunción en la segunda mitad. El Bayern, movido por la necesidad, dio un paso hacia delante. Sin perder la cabeza, pero con firmeza. El equipo de Guardiola comenzó a tocar con más colmillo al llegar a la frontal del área y tuvo dos claras para empatar el partido. La primera, un disparo de Alaba desde 40 metros que se estrelló en el larguero, y la segunda, un cabezazo de Javi Martínez que atrapó Oblak.
Pero el Atlético, una vez pasado el mal rato, volvió a intentar darle un vuelco al partido. O, hablando con propiedad, eso hizo Torres, que estuvo a punto de hacer el segundo con un disparo que pegó en el palo. Poco importó que Müller o Ribéry pisaran el césped del Calderón después, el Bayern murió sin poder reaccionar, incapaz de superar el muro rojiblanco. Sin ideas ni fútbol. Con mucha posesión, eso sí. Pero de poco sirve cuando es tan estéril como la que mantuvo el Bayern. La fiabilidad, definitivamente, no es alemana, sino rojiblanca. Y como dijo algún aficionado: 'Rummeingge, chúpate esa'. Y luego ya se verá.
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