La UEFA, como la FIFA, acostumbra a dar el premio al mejor jugador de las finales a estrellas ya consolidadas, como hizo ayer con Sergio Ramos. El madridismo, sin embargo, sabe que le debe media Champions a un brasileño apocado de 24 años, nada sobrado de técnica, que volvió a cumplir de forma soberbia como mediocentro defensivo en el inmaculado césped de San Siro.
Hace doce años, cuando aquella volea fabulosa de Zinedine Zidane otorgó la 'Novena' a su equipo, a su espalda jugaba un centrocampista muy físico que también cubría su retaguardia en la selección francesa. Se llamaba Claude Makelele y dejó tal huella en sólo tres años como merengue que su apellido se convirtió en una categoría de producto (como los Kleenex): desde entonces se dice "necesitamos un Makelele" cuando el equipo se superpuebla de mediapuntas y precisa de un mediocentro defensivo para equilibrarse y permitir el alegre juego de los creativos.
Equilibrio en cifras
Con permiso de Lucas Vázquez y Keylor Navas, la consolidación de Carlos Henrique Casemiro es la mejor noticia de la plantilla blanca esta campaña. Aparentemente no es un mediocentro para la leyenda, al estilo de Xabi Alonso o Busquets, pero ha demostrado ser un futbolista extraordinariamente generoso que compensa los desajustes defensivos de un equipo repleto de talento ofensivo. Este año en Champions ha sido líder del equipo en cuatro conceptos: entradas, anticipaciones, faltas cometidas y faltas recibidas. Además del reconocimiento de su afición, tendrá otro premio próximamente: defenderá a su selección en junio en la Copa América Centenario.
El partido de Casemiro en Milán fue una coronación de su temporada: recuperó más balones que nadie (15) y supo resguardarse en todo momento del riesgo de la expulsión. Jamás perdió el sitio frente a una línea medular atlética más poblada; fue el mejor hombre sobre el campo, con permiso de Gabi y la primera parte de Bale.
Fichado por José Mourinho el último día del mercado de fichajes invernal de 2013, el brasileño generó dudas desde el comienzo: se le veía como el prototipo de mediocentro trotón y disciplinado, uno de esos futbolistas con perfil secundario que ha proliferado en el fútbol brasileño desde la época de Mauro Silva (sin alcanzar nunca el nivel extraordinario del ex futbolista del Deportivo y campeón del mundo).
El hijo pródigo
Casemiro migró a Oporto un año después para curtirse y regresó a Concha Espina cuando llegó Benítez, el entrenador 'defensivo': una vuelta que muchos madridistas interpretaron como un presagio preocupante de fútbol poco vistoso, sin jamás imaginar que serían la garra y el repliegue las virtudes que conducirían a otro entorchado europeo. En la rueda de prensa anterior a la final, Simeone mencionó a Casemiro seis veces; sus palabras terminarían siendo proféticas. El sabio Modric, ya hace tiempo, dijo que era un futbolista "ejemplo para todos nosotros".
En el último derbi entre ambos equipos (Bernabéu, finales de febrero), el Atleti había vuelto a desnudar al Madrid (0-1) con el trío Modric-Kroos-Isco en la medular, la opción predilecta de Zidane cuando sustituyó a Benítez. El técnico rectificó inmediatamente después (Roma: 0-2) y ya nunca volvió a dejar fuera al brasileño en duelos importantes (salvo en la vuelta de las semifinales contra el City, por acumulación de tarjetas).
Quizá si Benítez hubiese sido fiel a sus ideas, el desastre de aquel 0-4 contra el Barça en noviembre se hubiese evitado. Pero prefirió dar gusto a los demás, como es sabido, y dejarle en el banquillo. Medio año después, se confirma que tenía razón respecto al brasileño. Un consuelo ya insignificante para un técnico al que nadie agradecerá su contribución a la Undécima y la confianza que otorgó a un joven paulista que, a fecha de hoy, es tan imprescindible en el Madrid como lo fue Claude Makelele.