Un muchacho abraza por el cuello a Rafa Márquez, en uno de los instantes de éxtasis de la victoria mexicana ante Uruguay en su debut en la Copa América Centenario. Se cierra el ciclo de la vida, se completa el ciclo del agua, se alcanza uno de esos equipos imposibles en los que los que vendrán llegan a tiempo de saludar a los que ya se han ido. Rafa Márquez (37 años) e Hirving Lozano (20 años) están todavía conociéndose, pero llevan buscándose dos décadas. Márquez lo ha ganado todo a nivel de clubes y bastante a nivel de selección; pero nada sería tan gigante en lo que al equipo nacional se refiere como levantar el gran torneo continental en esta edición especial.
“Toda una vida me estaría contigo, no me importa en qué forma ni dónde ni cómo, pero junto a ti”, escribió Osvaldo Farrés y cantaba Machín. Toda una vida que ha bendecido, para los que estamos aquí reunidos, el colombiano Juan Carlos Osorio, con tan sólo ocho partidos al frente del combinado mexicano. El seleccionador lo vio claro a la hora de las convocatorias importantes: el Chucky Lozano tenía que ser la nueva cara del fútbol patrio, tanto en la Copa América como en los Juegos Olímpicos.
Lozano comenzaba a gatear cuando el central ya debutaba en Primera División, pero hay algo que les acerca, al margen del reto de esta Copa América; un nexo de unión de cien mil butacas. El Estadio Azteca les encumbró a los dos, también con diecisiete años de diferencia. Allí, en el coloso del Distrito Federal, debutó Márquez con la selección mexicana en 1997, en un amistoso en el que la tricolor le ganó 3-1 a Ecuador. Allí también debutó con Pachuca el Chucky Lozano en 2014. Entró a falta de seis minutos, tiempo suficiente para resolver el partido contra el América.
En uno de los últimos cartuchos de aquel choque, saliendo al contragolpe, Lozano recibió a la carrera en la mitad de la cancha, apretó a los defensas a una velocidad al alcance sólo de los más traviesos, conduciendo la pelota por la franja derecha con su pie diestro. A cinco metros del área grande, recortó sutilmente al Maza Rodríguez, que hasta entonces sólo había podido recular a regañadientes, y, tras cambiarse el balón de pierna, fusiló con la zurda a Moisés Muñoz desde la cal de la frontal.
La estatua del guardameta local y las lágrimas del recién llegado coparon los telediarios de la semana. Meses después, cuando regresaba al lugar de los hechos para un nuevo partido del exigente campeonato mexicano, Lozano ya estaba lejos: “Nunca se me va a olvidar, pero eso ya pasó, ahora hay que escribir otra historia”.
Es curioso que, a pesar del gran avance de la liga mexicana –de donde surgieron ambos y donde ha vuelto el defensa para su última etapa, en el Atlas– cada vez con mejores jugadores, más capital y mayor espectáculo, tanto Márquez como Lozano tengan en mente con claridad y determinación qué es lo mejor para el futuro: emigrar lo antes posible.
El central exbarcelonista se lo aplicó a él mismo y también lo recomienda para los demás. El precoz extremo lo anda buscando. “Hay que tratar de seguirlo muy de cerca y ojalá que pronto se fijen en él para que pueda ir a Europa”, comentaba el capitán, sobre Lozano, hace unos meses. “Llegar a Primera División, seguir adelante, y tener la posibilidad de ir al extranjero”, se marcaba como objetivos, hace ya dos años y medio, el Chucky, sobre el césped de la ciudad deportiva de Pachuca.
Tanto el experimentado como el inexperto tratan el tema de la fuga al extranjero con llaneza, con la nobleza con la que llevan los mexicanos la temporada de lluvias, cuando haces planes para antes o después de la tormenta. Esta vez, sin embargo, el plan es justamente aprovechar que se han alineado las tormentas y han coincidido en el mismo plantel.
El Chucky Lozano, aseguran en las categorías inferiores de Pachuca, fue formado para conocer y dominar el juego en la banda derecha, con recorrido desde la gestación de la jugada hasta la definición. En el debut de México en esta Copa América Centenario, llevando la contraria, enloqueció a la retaguardia uruguaya por la banda izquierda, aprovechando que maneja las dos piernas, que Osorio le dio media horita y que se había quedado una tarde estupenda. Dirigió las jugadas del segundo y el tercer gol mexicano.
Márquez fue testigo directo, él firmó el segundo tanto tras el empate de Godín. “Siempre pienso que este puede ser mi último partido con la selección”, deja caer el capitán siempre que puede, melancólico, mientras es consciente de que han conseguido juntar un grupo temible. Ahora le toca estoicamente, como a un padre con las tropelías de su bebé, aguantar los enérgicos abrazos de Lozano. Quién se lo iba a decir a Márquez, a sus años.
En las preferencias futbolísticas de Lozano, aquello de lo que mama, se pasa por alto a los defensas, claro, con permiso de Márquez y con todo el respeto del mundo. “El jugador que más me gusta es Cristiano; por su habilidad y sus gambetas. En México mi ídolo es Damián Álvarez”. Todo cuadra, ya que con Álvarez comparte posición y, además, el extremo de Tigres pasó triunfalmente por Pachuca justo cuando el Chucky acababa de llegar a la cantera, en esa edad en la que los posters invaden tu techo y los ídolos te explotan en la cara.
Tras el debut de Lozano con la selección mexicana en las Eliminatorias Concacaf para el Mundial de Rusia 2018, en la victoria mexicana 0-3 en Canadá –el Chucky se encargó del segundo gol–, Márquez, que conoce bien los siguientes pasos, resumía la sensación del vestuario: “Para ser su primer partido [oficial] con la selección, y en las Eliminatorias, lo hizo más que bien, tiene un gran futuro, es un chico que lo viene demostrando ya en la liga mexicana”.
Y vuelve a la punta de la lengua el bolero: “Toda una vida, te estaría mimando, te estaría cuidando”. Bien protegido y muy arropado está, desde ya, el Chucky Lozano: por su club, por la federación y por sus compañeros de selección. Son tan fugaces los tiempos que corren que los amantes del fútbol latinoamericano han pasado de brindar por aquel glorioso debut del Chucky en el Azteca a verle clasificar a su selección para los Juegos Olímpicos y a presenciar su estreno en la Copa América.
Y de esto, inevitablemente, a ver cómo la prensa deportiva rellena páginas y páginas hablando del interés de un grande como el Manchester United. A él, por el momento, todas las ruedas de prensa le pillan a traición, y va saltando de jardín en jardín lleno de ingenuidad y picardía: “Ahorita no me han dicho nada, quiero concentrarme bien en este torneo, dar lo mejor de mí, y ya después de que acabe el torneo hablaré con mi club para ver qué posibilidades hay”.
El interés del United arranca hace un lustro, en un momento que marcó la adolescencia de Lozano: la Manchester United Nike Premier Cup sub15 de 2011, cuando la cantera –fuerzas básicas– de Pachuca maravilló al Reino Unido llevándose el trofeo a casa. “Fue una experiencia muy padre, jugamos la final en Old Trafford, fue muy especial ese partido”. Viene de aquella época su apodo diabólico. De los sustos que metía por la noche en los hoteles a los demás chavales.
Forma parte el Chucky Lozano, junto a Víctor Guzmán y Erik Gutiérrez –que estarán en los Juegos Olímpicos–, de una generación que siempre ha caído simpática, tanto en Pachuca como en las selecciones inferiores, y que ha recibido el cariño de todos. Resulta que ahora, de repente, la muchachada se ha puesto seria y ha ganado el campeonato mexicano.