El fútbol, muchas veces, se decide por pequeños detalles. Y para llegar a ellos se ha tenido que sufrir un buen correctivo, una derrota en el corto plano dolorosa pero a la larga muy beneficiosa. Aunque parezca mentira, perder un derbi ante tu eterno rival también tiene lectura positiva.
El 27 de febrero de 2016 el Real Madrid perdió en el Santiago Bernabéu ante el Atlético de Madrid en Liga (0-1), pero ganó a un jugador clave, fundamental e imprescindible en lo que vino después: dos Champions League, dos Supercopas de Europa, una Liga, un Mundial de Clubes... y todo lo que queda por llegar. Ese día, además de la 'rajada' de Cristiano contra sus compañeros, nació un mito: Carlos Henrique Casemiro.
Zidane, que todavía no llegaba a los dos meses en el banquillo blanco, se había lanzado a la lucha contra Simeone con James, Kroos, Modric, Isco, Benzema y Cristiano, un equipo excesivamente ofensivo y con poco rendimiento en defensa. El desastre táctico y las numerosas goteras que dejó ese sábado su equipo le hizo al francés enfrentarse a la realidad: necesitaba un albañil que arreglara todo aquello. Y lo encontró. Lo tenía a su lado, en el banquillo. A partir desde ese día nunca más le volvería a dejar fuera.
El actual Real Madrid tan exitoso y brillante no se entendería sin la figura de Casemiro, autor de otro gol, con nuevo recital en el campo, en la Supercopa de Europa (2-1 al Manchester United). Es verdad que Cristiano Ronaldo es la absoluta estrella y que sin sus goles los blancos no hubieran ganado la pasada Champions. También que Sergio Ramos es un líder imprescindible, que Carvajal y Marcelo son los laterales perfectos para el actual sistema de juego o que Modric y Kroos son dos colosos en el centro del campo.
Todo ello ha hecho del Madrid el mejor equipo del mundo, pero el complemento que introdujo Zidane al ver que le faltaba orden y cohesión hizo la perfección. Zizou fue uno en el banquillo sin Casemiro en el once y otro con el brasileño entre los titulares. Y el equipo, también. Todos aprendieron que no solo debe haber estrellas o calidad individual. Un pivote de este tipo es esencial en un equipo que en ataque tiene a la BBC, poco propensa a defender.
En la Supercopa de Europa, en el minuto 7 ya había robado un balón peligroso en ataque al United. Y lo hizo de forma limpia, lejos de esa idea de pivote defensivo que solo se basa en hacer faltas. Casemiro es un jugador fuerte, que vive al límite de la amarilla en cada partido, pero muy lejos de la agresividad. Es el stopper del equipo, el que tiene que corregir errores de los de delante y el que apoya en la salida del balón de su equipo. Al fin y al cabo, vivir con la presión de la tarjeta no es un inconveniente, ese es su papel.
Si ya en los primeros minutos había demostrado que atrás era un seguro de vida, poco tardó también en avisar de que arriba sería un peligro. Un disparo en la frontal del área que se le fue alto fue el preludio de lo que llegaría después: un remate al larguero (el primero de los dos que tuvo el Madrid, en la segunda parte Bale tendría el mismo final a un remate) tras un exquisito testarazo y el gol en el minuto 24 que adelantaba a los blancos en Skopje. Un tanto mitad de él, mitad de Carvajal, que le brindó uno de sus habituales pases con el que Casemiro se tiró en el segundo palo, rematando cruzado.
No hacía este gol otra cosa que confirmar el crecimiento del brasileño en la faceta ofensiva. No es esa su gran virtud, pero con el tiempo ha ido mejorando. Así lo dice su historial: marcó al Nápoles en octavos de Champions, también al Barça en el Clásico de Liga y finalmente su gol más decisivo, el de la final de Cardiff con el partido empatado. Su tanto en Macedonia es el segundo, y consecutivo, en una final europea.
Ver a Casemiro hoy es recordar al Makelele de principios de siglo que tan buen rendimiento le dio a aquel Madrid de Del Bosque que se desintegró con la ausencia del francés. Con Zidane en ese equipo, el actual entrenador bien podrá haber puesto a su etapa de jugador como espejo en el que aprender en los banquillos.
Dice la historia que esa posición, la de Casemiro y Makelele, ha acabado siendo imprescindible en el Madrid. Será un puesto no muy vistoso, jugadores lejos de elogios y Balones de Oro, pero fundamental en los éxitos. Con un jugador de este tipo el Madrid ganó todas sus Champions League, y sin esa figura se acabó hundiendo, como la última temporada desastrosa de los blancos, 2014/15, cuando Carlo Ancelotti, sin una explicación futbolística, defenestró a Casemiro y le mandó al Oporto, del que tuvieron que recomprarlo un año después. Dos años antes Mourinho le había abierto las puertas de Valdebebas.
Mejor jugador del mundo en su posición, Casemiro estará infravalorado para gran parte del público, ese que pide espectáculo y filigranas, pero su papel cada vez se ve (y resulta) más necesario, y la consideración y el respeto de su técnico lo tiene sin fisuras.
Zidane es mejor técnico porque aprendió que un equipo no solo podía basarse en perfiles como el suyo de futbolista y que jugadores como Casemiro (este año con Marcos Llorente de escudero para descansar) son vitales. Eso también es ser gran técnico. A Casemiro se lo debe.
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