Cristiano Ronaldo ha declarado que quiere ganar 7 Balones de Oro y tener 7 hijos. También dijo en su momento que quiere jugar en el Madrid hasta los 41 años para luego retirarse. Hay personas con un ego tan grande que son capaces de tomar a broma su propia arrogancia, como si a través del humor dieran la vuelta a su vanidad como un calcetín, humanizándose de paso.
Un humilde, en cambio, no es capaz de cachondearse de su humildad, cuánto menos si es un falso humilde. Hay un punto de espadachín jocoso en Cristiano, como esos héroes del cine mudo que con un simple giro de muñeca dejaban en paños menores al rival. Luego venía un primer plano de su sonrisa restallante y una bravuconada que leíamos en el siguiente cartel.
Sucede que en enero de 2015, en la ceremonia de entrega del que por entonces era su tercer Balón de Oro, dijo Cristiano que pensaba alcanzar a Messi, objetivo que en aquel momento se antojaba muy complicado. Muchos quizá pensaron que volvía a ejercer de Douglas Fairbanks y se trataba de un nuevo estrago de su florete burlón. Resulta que hablaba en serio y a las pruebas nos remitimos. A ver si lo de los 7 Balones de Oro y los 7 hijos, y lo de jugar hasta los 41 años, no va a ser también una solemne declaración de muy serias intenciones envuelta en boutade. Nunca se sabe con él.
El narciso alcanza su máximo nivel de seducción cuando, entre bromas y veras, te hace dudar sobre la sinceridad de sus ambiciones. No todo seductor puede hacerlo, claro, pues ha de haber credibilidad en sus faroles. Los faroles pueden no serlo, al fin y al cabo, cuando se ha demostrado que no hay imposibles para un arrogante que lo es por muy buenas razones.
Si alguien, hace 15 años, le hubiera contado a un madridista que iba a tener en su equipo a un delantero capaz de superar la media de un gol por partido durante 8 temporadas, le habría parecido una promesa frívola. Si alguien, cuando Messi ganaba por 4-1 a Cristiano en Balones de Oro, hubiera profetizado que el portugués acabaría empatando, habría sido tomado por vacilón.
No es lo mismo hablar de Cristiano entonces que ahora, cuando ya ha hecho gala de sus devaneos con la omnipotencia. Ni es lo mismo hablar de Cristiano cuando uno es uno que cuando uno es el propio Cristiano, acostumbrado ya a soltar sobradas ante las que el planeta no sabe si reírse o temblar.
Cristiano, sí, acaba de empatar a Messi en Balones de Oro y el debate está servido respecto a si esto implica que le ha alcanzado en excelencia o no. La realidad es que le ha superado hace tiempo. Le superó en el mismo día en que decidió no tomar nota de que Messi es insuperable. Es pura paradoja. Cristiano es mejor que Messi porque Messi es mejor que Cristiano.
Redondeemos la contradicción: Cristiano es mejor que Messi porque Messi es mejor que Cristiano pero el de Madeira siempre se ha negado a creerlo. Dicen que el portugués es como un niño grande, que es un sujeto pueril, y es verdad: los niños se distinguen de los adultos en su incapacidad para resignarse, y no hay nada más lejano a Cristiano que la resignación. Por la misma regla de tres, nada hay más cercano a Cristiano que ese Real Madrid al cual volvió a declarar ayer amor eterno. El Madrid tampoco sabe ser segundo, y se enfurruña como un mocoso cuando levanta la vista y encuentra a alguien por encima.
Le criticaban por ello, y se choteaban de quien sería el gran choteador, cuando exteriorizaba su frustración con mohines y aspavientos por un mal pase de un compañero o un fallido remate propio. Muchos sabíamos, sin embargo, que en esa actitud infantil estaba la clave de todo.
Florentino Pérez le ha nombrado, en pronunciamiento que se entiende ex cathedra, heredero de Di Stéfano. El argentino no tenía en cambio trazas de espadachín ni falta que le hacían, pero otros puntos de coincidencia son abrumadores. No sólo coinciden en ser portentos futbolísticos, sino también en una profunda incapacidad para asumir otra cosa que no sea la cumbre del podio. Los tres: D. Alfredo, Cristiano y el Madrid.