"No". El monosílabo de Simeone retumbó en la sala de prensa de la Ciudad Deportiva del Atlético de Madrid a finales de febrero. "¿Estaría dispuesto a intentar que Fernando Torres continuase una temporada más en el Atlético de Madrid?", le preguntaron al técnico argentino. El 'Cholo' soltó en público lo que ya llevaba tiempo pensando en privado.
Al final de la presente temporada se cerrará una unión tan llena de amor como vacía de contenido. Fernando Torres abandonará el club de su vida, tendrá su homenaje, será recordado cada partido en la placa del Metropolitano, pero nunca jamás podrá decir que fue clave en un gran éxito del Atlético de Madrid. Torres, a falta de la presente Europa League que es más castigo que premio, se va sin ganar un solo título con un club que sin él levantó siete trofeos en los mejores años de su historia.
En tiempos en los que el Atlético vive un profundo cambio de vida, con cambio de estadio y escudo y con un presidente que confirma, desgraciadamente, hacía lo que va el fútbol ("el sentimiento se debe perder, esto es un negocio"), Fernando Torres quedó como única figura a la que abrazarse para sentir a tu equipo como tuyo. El problema, a su vez, fue que al delantero solo le quedó el sentimentalismo, porque los nuevos tiempos en el fútbol le atropellaron.
Desde que regresara al Atlético en enero de 2015, en una maniobra para volver a unir al club en tiempos revueltos, la ilusión en el Atlético cambió su significado: de felicidad por ganar títulos a alegría por recibir al hijo pródigo, del que ya era conocido su bajo nivel. No es un secreto que Simeone llevaba ya tiempo desencantado con Torres y todo lo que le rodeaba. Ambos chocaban, tal y como ha quedado demostrado, incluyendo declaraciones de representantes, por su forma de ver el fútbol y el día a día rojiblanco.
Llenar el Vicente Calderón para recibir a Torres, que solo traía amor y muy poco fútbol, fue poner una piedra en el camino del proyecto ganador de Simeone, que se basaba en que los resultados ganaran al sentimiento en una convivencia cívica. La melancolía, se lo dice un nostálgico, es buena hasta cierto punto. Si lo que se recuerda, en un momento de borrachera de títulos, es al jugador que lideró a un Atleti de mitad de tabla en Liga, la autodestrucción es inevitable. Así fue. Ningún título desde entonces.
En la nueva etapa encabezada por Simeone, el personaje más importante y decisivo en la historia del Atlético, el mensaje de pasado que transmitía Torres, y sus fans más fieles, entraba en conflicto con lo que tanto le ha costado construir al 'Cholo': un proyecto ultracompetitivo que compitiera, con un estilo que podrá gustar más o menos, de tú a tú con los colosos de Europa y que enterrara la vieja idea de 'El Pupas'. El Atlético de Simeone no es de la Intertoto y el de aquellos años de medianías deportivas. Es el segundo mejor equipo del continente en los últimos cuatro años.
El aficionado del Atlético es un ser, permítanme la injusta generalización, que tiene miedo a evolucionar. Es injusto consigo mismo, seguramente influenciado por aquellos años en los que Torres metía goles rojiblancos. Ni viajes a Lisboa o Milán, ni una Copa del Rey ganada en el Bernabéu y ni una Liga cerrada en el Camp Nou han logrado que el colchonero acepte que ya es un grande de Europa, que ahora se codea (y supera) a Bayern de Múnich, Chelsea o Barcelona. En el fondo existe el síndrome de inferioridad que en otros años tenía sentido pero que ahora no corresponde.
El gran esfuerzo de Simeone todo este tiempo ha estado en cambiar el chip de una afición a la que le costaba borrar su pasado y tenía miedo de aceptar el nuevo papel en el mundo. Pese a la hazaña de ganar una Liga y llegar a dos finales de Champions (perdidas ambas por pequeñísimos detalles), el aficionado no quiere creer dónde les ha llevado Simeone.
Pese a todo ello, se reivindica la figura de un futbolista que en el Atlético de Madrid apenas aportó. ¿Qué podrá decir el aficionado rojiblanco de Fernando Torres si nos atenemos al fútbol? ¿Un ascenso a Primera? ¿Una clasificación para la Intertoto? ¿Un séptimo, undécimo y duodécimo puesto en Liga? Ese Atlético existió, claro, pero ya está enterrado. Ahora vive un Atlético que ganará más o menos, valiente o cobarde, pero que lucha por todo y se codea, con muchos menos mimbres, con los grandes de Europa.
Hoy el Atlético, acéptenlo y disfrútenlo, ya es un equipo grande, capaz de jugar dos finales de Champions en tres años, de eliminar dos veces al Barcelona o de ir a estadios tan míticos como Stamford Bridge o Allianz Arena y salir de allí por la puerta grande. Y es así gracias a Simeone, tan rojiblanco como Torres, pero que ha sabido no vivir del sentimiento sino de sus resultados.
Fernando Torres es futbolista y como tal hay que juzgarle. En el Liverpool, un excepcional delantero que le valió ser el tercer mejor futbolista del mundo en 2008. Con España, clave en los años dorados de Mundial y Eurocopas. Nadie le quita su papel histórico. Sin embargo, en el Atlético se quedó solo en un símbolo y más ahora, que se ha demostrado que el equipo rojiblanco también podía alcanzar cotas altas y no conformarse con celebrar pases a Europa League.
Les hago una pregunta. ¿Ustedes qué Atlético prefieren? ¿El que juega con Fernando Torres, muy rojiblanco, y no llega ni a Europa League o al que juega con Griezmann y/o Diego Costa, ninguno hincha del club, y gana una Liga y llega a dos finales de Champions? Antes de que me lo digan, ya les contesto yo: no, yo no lo entiendo. Y Simeone, estoy seguro, tampoco.