Hay dos formas de decir adiós voluntariamente a las parejas, a las personas o a los trabajos. Uno puede hablar de lo bueno o quedarse con lo malo. En ambos casos, está en su derecho. Sin embargo, ¿de qué sirve sacar la pelusa de debajo de la alfombra cuando todo se termina? Probablemente, de nada. Eso forma parte del pasado. Es decir, no se puede cambiar. Por eso, la gente elige la primera fórmula y se marcha envuelta en un aura de nostalgia y agradecimiento. Como es el caso de Iniesta, que este viernes podría haber hecho muchas cosas. Por ejemplo, echarle en cara a Bartomeu su falta de apoyo la pasada temporada (cuando no jugaba con Luis Enrique y no le ofrecían la renovación). O quizás el haberle insistido más para que se quedara. Todo eso podría haberlo hecho, pero decidió, entre lágrimas, hacer de su mensaje póstumo en rueda de prensa un retazo de su historia pasada, presente y futura.
De Iniesta, como de Messi, ya se ha dicho todo. Se podría repasar, en su último día, su biografía. Contar aquellas primeras lágrimas en La Masía, su depresión o sus títulos. Eso es lo que dicta el manual. Sin embargo, corresponde saltarse lo biográfico-futbolístico para centrarse en su trascendencia. Porque el manchego no es un deportista, es mucho más. Su legado va más allá de sus pases entre líneas, sus bailes sobre el césped del Camp Nou o sus recitales de música clásica con el balón en los pies. Él, sí, es todo eso. Pero también es mucho más.
Ese aplauso, repetido a menudo, es la prueba de lo que ha conseguido: un consenso nacional respecto a su figura. En un mundo que alimenta el negocio con la rivalidad y la competencia, él ha sabido ser adorado por el rival, por el enemigo, por ese que aspira a arrebatarle la copa. Ese es el legado de un manchego criado –casi en su totalidad– en Cataluña, que no habla de política más allá de lo indispensable y que ha eludido las polémicas en todos sus años como azulgrana. Eso a él no le va. Por eso, su figura no la ha resquebrajado siquiera el conflicto entre Cataluña y el resto de España. Él se ha mantenido al margen.
Ese ha sido su mayor título (más allá de los 31 conseguidos como jugador en el Barcelona y sus cinco con la selección). Su logro ha sido no caerle mal a nadie, enseñar el camino a los próximos niños, a esos que aspiran a ser Iniesta. Ni Cristiano ni Messi, el Rey es español y nació en Fuentealbilla. No, los niños futuros apostarán por Don Andrés. Un tipo que sin hacer ruido sobre el campo lo ha ganado todo y que alejado de él tampoco ha cedido a las presiones. Ha sido él mismo, se ha mostrado como es y ahora se va con el cariño de todos. Pero los aplausos todavía no han dejado de sonar. Al manchego le quedan todavía unos partidos (y su despedida en el Camp Nou) para decir definitivamente adiós.
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