Nuestros mayores nos enseñaron que no es edificante disfrutar con la desgracia ajena. Como norma general, firmo a pie de página. Casi todo lo que nos enseñaron nuestros mayores tiene una validez que trasciende el paso del tiempo.
Nuestros mayores en el madridismo, por su parte, nos enseñaron que los nuestros no definen su estado de ánimo en función de lo que hagan otros. El Madrid no se fija en sus rivales, quedando reservada para ellos (para sus rivales) la grosera opción de regocijarse en el infortunio del rival, que en su caso es el Madrid. El madridismo no se recrea en la hecatombe del adversario. Como regla general, nuevamente, me parece asumible y plausible. El Madrid ha firmado una temporada lamentable, y el descalabro de los de Valverde en Liverpool no la hace un ápice más presentable.
Dicho todo esto, hay razones para hacer una saludable excepción y gozar someramente con la inesperada (o no tanto, si nos atenemos a los precedentes romanos) eliminación del club catalán a manos de los de Klopp.
La cosa es muy sencilla. El Barcelona se ha convertido en un club éticamente reprobable desde cualquier punto de vista, y es aceptable regodearse un poco en la hecatombe de quien tanto deja que desear en el aspecto moral. Digo que "se ha convertido" y creo que digo bien. El Barça no fue siempre así de asqueroso, y a buen seguro que algún día, con la ayuda de Dios, dejará de serlo otra vez. La coyuntura, con todo, es la que es: en lo institucional, constituye el principal instrumento propagandístico del sistema político que pretende llevar (sin ninguna legitimidad) a más de lo mitad de los catalanes al salto al vacío de la independencia, esa idea de mierda y que (esta vez sí) siempre será de mierda. En lo futbolístico, este Barcelona viene definido por la figura de Luis Suárez. ¿Qué persona de bien puede no sonreírse, aunque sea levemente, con el infortunio deportivo de un sujeto como Luis Suárez?
Luis Suárez ha convertido el Barcelona en un pozo de detritus que avergüenza a tanto culé sensato como existe. No lo ha hecho solo sino (qué oportuno es hoy citar a los Beatles) with a little help from his friends, claro está. Tipos como Busquets o Jordi Alba llevan años, lustros abochornando al planeta con fingimientos y piscinazos que producen sonrojo en el alma más artera, tal como sabe todo aquel que use las redes sociales para superar la omertá mediática que esconde sus fechorías. La escuela teatral de Guardiola, que creó una cultura prolongada en el tiempo por sus epígonos, ha encontrado en Suárez un punto de inflexión notable. El uruguayo ha renovado la escuela histriónica de Pep, añadiéndole el ingrediente de la violencia. Gracias a Luisito, el Barça ya no solo finge que le pegan, sino que pega. Rizando el rizo, en asombrosa simbiosis de ambas artes, logra que parezca que le han pegado cuando quien ha pegado es él, como sucedió (partido de ida) en la ominosa agresión de Messi a Fabinho que se saldó increíblemente con falta a favor de los culés y gol de Messi. Un gol que afortunadamente ya no sirve para nada. ¿Hay alguien que pueda lamentarlo? ¿Hay alguien que pueda llorar por la eliminación de este Messi tristemente luisuerizado que imita las añagazas de su compañero de delantera y hasta a buen seguro las ensaya con él? ¿Hay alguien que pueda estar triste por el Armageddon de un equipo que vive de su indiscutible calidad, por supuesto, pero también del favor de los estamentos que reflejan los saldos arbitrales, sin que ello suponga que sus jugadores se priven de amedrentar además a los árbitros en el terreno de juego, rodeándolos permanentemente, acosándolos con el objetivo de condicionarles aún más, como si no vinieran ya condicionados de casa? Eso es el Barça. Resulta harto difícil no sentir alguna satisfacción con su adiós a la final del Wanda.
Muchos antimadriditas no barcelonistas estarán hoy mohínos viendo gozar a los vikingos. Deben superarlo. Deben comprender que hay prioridades que han de prevalecer a su sentimiento antiMadrid. La imagen internacional del aparato mediático del procés ha entrado en coma. Todo aquel cuyo corazón esté con los catalanes no independentistas debería alegrarse. Incluso aquellos catalanes culés no independentistas deben alegrarse si son conscientes de que algunas cosas importan más que otras. La decencia importa mucho. Más que la adscripción futbolística. Debemos ayudar a todos los culés de bien (hay muchísimos, ya digo) a dar el salto y abjurar de su culto blaugrana. Es un buen momento para tomar en consideración la posibilidad de iniciar ese viaje.
En cuanto a los madridistas, sonriamos sin excesos. No caigamos en la ordinariez del ensañamiento. Después, pongámonos serios y miremos al interior de casa, porque hay mucho que arreglar.