Los Granada-Real Madrid siempre me traen el recuerdo de un tipo muy especial: Gyula Alberty Kiszel, alias "Julio Alberty", nació en Debrecen (Hungría) y fue el primer extranjero que fichó el Real Madrid, con solo veintitrés añitos, en 1934. El portero no brilló demasiado en el club blanco y pasada la guerra civil recaló en el Granada en 1941. De su corto paso por el club nazarí pervive una anécdota fascinante que convirtió en un mito al jugador.
El cancerbero húngaro dejó ojiplática a su afición saliendo al campo con una bolsa de naranjas bajo el brazo. En cada ataque del Granada, ni corto ni perezoso, estrujaba una para beberse el jugo. Entre el público de los Cármenes muy pronto empezó a correr la leyenda de que la culpa de la agilidad y los reflejos de su portero estaba en aquellas naranjas y los propios aficionados empezaron a surtir de fruta el área de su equipo formando una fiesta en cada partido.
Hoy en día los tiempos han cambiado y el fútbol también. Este Granada ha completado una temporada de ensueño y por fin ha encontrado la ansiada identidad. Presión, correr, correr y correr. Sin embargo ayer, los nazaríes tardaron casi media hora en darse cuenta de que tres centrocampistas era menos que cinco. El Madrid hizo un rondo durante treinta minutos y parafraseando a Augusto Monterroso, cuando el Granada se despertó, el 2-0 ya estaba ahí. ¡Vive la France! pensó Zizou desde el banquillo después de que Ferland Mendy y Karin Benzema marcaran dos golazos tiñendo de blanco el partido.
Diego Martínez movió ficha y el partido fue otro. El Real Madrid se apagó inexplicablemente y la presión del final del calendario se empezó a notar en los jugadores. Casemiro se volvió un ser terrenal y perdió un balón en el centro del campo. El Granada se metió en el partido y el miedo encogió las piernas. Thibaut salvó el empate en las postrimerías del encuentro y en la segunda jugada Sergio Ramos salvó media liga en la línea de gol. La ambición del capitán es descomunal y empieza a construir un equipo a su imagen y semejanza.
Sus infinitas ganas de ganar me recuerdan una anécdota que tiene por protagonista al gran Joan Capdevila, un tipo particular donde los haya. En 2010, recién acabada la final del mundial de Sudáfrica, Toni Grande, la mano que mecía la cuna de la selección con del Bosque, le dio un abrazo al lateral y le dijo que había hecho el partido de su vida. Joan, a pesar de tener una mochila a la espalda con 32 años, con la presea de oro colgada del cuello, lateral titular de la mejor selección del mundo, en silencio, sin estridencias, con un bastón invisible y sabiéndose en el ocaso de su carrera, respondió: ¡Mi mejor partido está por llegar, míster!.
Un ejemplo de que hay algunos jugadores cuya ambición no conoce límites.