La decisión del prometedor noruego es un eslabón más en una serie que se emite cada temporada con diferentes protagonistas. Secuelas de relatos con el guion escrito y secuelas de un trastorno convertido en epidemia. De tanto repetirse, el club no encuentra relevos para los que se están haciendo mayores ni suplentes que les concedan reposo. Una anomalía que pone en riesgo el presente y el futuro de un equipo obligado por la exigencia de su historia.
Los veteranos reclaman contratos largos y subidas de sueldo, pero los jóvenes ansían minutos de partido. Un futbolista que que no juega es un escritor atado de manos, un pintor al que le hurtan los pinceles. Un joven que no juega es un preso en busca de su libertad y de quien lo aprecie. Y desde hace tiempo el aprecio de los responsables del Real Madrid está caro, por las nubes.
Que Odegaard se marche no es novedad, ya que ni los canteranos ni la mayoría de los fichajes jóvenes del Real Madrid han sido capaces de conquistar la confianza de Zidane. El francés sigue fiel a los que estaban cuando llegó, y de no ser por la marcha de Cristiano y las pifias de Bale, el equipo sería hoy un calco de lo que fue. El único que se ha ganado un sitio ha sido Mendy, más por demérito de Marcelo, que gozó de incontables oportunidades, mucho más allá de lo razonable y equitativo.
Así que, a despecho de las opiniones que critican la impaciencia de Martin, este humilde cronista encuentra su postura ajustada a la situación que se le presenta. La retahíla de quienes no lograron penetrar en la inquebrantable percepción del taciturno técnico francés es tan larga y relevante que invita a la deserción. Ni jugadores exquisitos como James o Ceballos, aguerridos como Reguilón o completos como Marcos Llorente y - el relegado – Valverde lo lograron. Y Martin Odegaard es el último aspirante que se ha estrellado contra el suave e impenetrable muro de la confianza de Zidane.
Juzguen ustedes, pero cuando un mandamás, encargado, patrón o capataz tienen una diferencia de opinión con un subalterno, lo normal es que el error provenga de quien tiene menos experiencia y una visión interesada y parcial del asunto. Cuando de forma invariable, la relación con los subordinados tiende a la constante, los que están bajo el mando no tienen más opción que acatar la realidad, pues la conducta del susodicho es un hecho consumado.
Y el acatamiento no sólo viene de un análisis del pasado, pues el jugador recibe estímulos a diario sobre el césped. Los suficientes como para saber, entre lo que pasó y lo que siente en piel propia, que su búsqueda de minutos no llegará.