Habían pasado bastantes minutos del pitido final, pero Unai Emery parecía aislado de lo que había pasado. El técnico vasco mostraba una calma casi sospechosa, todo lo contrario a lo que había vivido durante los 90 minutos en el partido ante el Barcelona, donde raro era el segundo en el que permanecía quieto: carrera por aquí, carrera por allá, gritos desde la banda, celebración de cada gol con todo el banquillo...
Emery, para que lo entiendan, bien podría ser Simeone en el campo y Zidane fuera de el. En el banquillo aporta una tensión que hasta cansa a los jugadores. "Nos das dolor de cabeza. Gritas muy fuerte, déjanos jugar. Deja de gritar de esa manera", le dijo en el último partido liguero Ben Arfa a Juan Carlos Carcedo, segundo entrenador del extécnico del Sevilla. Ese nerviosismo que transmite contrastaba con el discurso ante los medios.
"Faltan 90 minutos en Barcelona y vamos a continuar con respeto y con trabajo en la misma línea del partido de ida. Van a ser largos, lo sé yo y el PSG. Desde la prudencia, la contención, respeto por la vuelta y por el rival", comentaba Emery. Su discurso, excesivamente cauto, no le hace justicia. El 4-0 es prácticamente suyo entero. Es el resultado a un trabajo que viene de muy atrás y en el que fue básica la paciencia. Unai ha sobrevivido a la silla eléctrica de un PSG siempre al borde de un ataque de nervios. Y no lo tuvo fácil.
Un matrimonio de conveniencia
El fichaje del entrenador español por parte de los millonarios dueños del club francés el pasado verano se hizo principalmente por una razón: la Champions. El PSG, 'cansado' de ganar la liga francesa (cuatro consecutivas, la última conseguida a falta de ocho jornadas para el final), necesitaba a alguien que le diera un impuso en Europa. Esos cuatro años en los que gobernó en Francia había caído en cuartos de final de la Champions, ronda más alta a la que han llegado. Primero lo intentaron con Ancelotti y después con Laurent Blanc. Ninguno fue capaz. Hasta que apareció la idea de Emery.
El vasco buscaba un equipo con mucha más proyección para crecer, uno de los 'gordos' de Europa, y el PSG quería un entrenador con carácter ganador en eliminatorias. Uno necesitaba al otro y el otro al uno con el objetivo de que el cuadro francés fuera otro en el doble partido. La elección, al fin y al cabo, era la más lógica. Emery llevaba tres años sin caer en Europa, periodo en el que ganó las tres Europa League con el Sevilla. Fiable en eliminatorias, superó todas desde 2014. En su primer año remontó un 0-2 del Betis y un 1-0 del Oporto en los partidos de ida; salió ileso de un durísimo partido en San Petersburgo en cuartos de la edición de 2015; y tuvo la suerte de cara en su tercer año, ganando en penaltis al Athletic en el Pizjuán. Fuera cual fuera el guión de la eliminatoria, Emery salía ganando.
Ese gen competitivo fue el que enamoró al PSG. Era lo que necesitaba. Pero no era hasta ahora, en febrero, cuando podría saber si el Emery de España podía extrapolarse a Francia. Era su primera eliminatoria y tuvo la mala suerte, también ayudado por ser segundo en su grupo de Champions, donde quedó por detrás del Arsenal, de enfrentarse al Barcelona. Pocos podían creer en el pase ante el Barcelona de los Messi, Suárez e Iniesta, es que alumbraba al fútbol y reflejaba la perfección en este deporte.
Dos eran las razones para el pesimismo. La primera, su historial. Si de algo se conocía en el fútbol español a Emery era de su fiabilidad en eliminatorias, pero también de su poco éxito en duelos ante Barcelona. Una victoria en 23 partidos antes los culés (2-1 en Liga en su última temporada con el Sevilla) era su triste bagaje, lleno de derrotas, hasta 16. La segunda, su pésimo inicio en París. Era tanta la obsesión por la Champions que de la liga se olvidó. De perder solo dos partidos la pasada campaña, uno ellos ya con el torneo ganado, a perder esos mismos dos partidos en siete jornadas. De sacar más de 30 puntos al segundo a estar a tres puntos del líder (Mónaco) y segundos gracias al bajón en las últimas semanas del Niza. Ni a monegascos ni nicenses, sus rivales por el título, ha logrado ganar. Era normal que tuviera más críticas que halagos.
Paciencia ante las críticas
"No entiendo su gestión humana", comentaba el exjugador Eric Rabesandratana (más de 100 partidos con el PSG) tras el empate de diciembre ante el Ludogorets, resultado que les condenaba a la segunda plaza de grupo. Diez días después, tras perder ante el Guingamp, el 70% de la afición votaba a favor de su adiós en una encuesta de France Football. "No entiendo todo este entusiasmo alrededor de Unai Emery", llegó a decir Paul Le Guen, el entrenador con más partidos dirigidos al PSG en los últimos 30 años.
Pocos meses después nadie levanta la voz. No lo hace ni el propio Emery. "Mi lugar en el PSG no ha cambiado por esta victoria. La satisfacción del entrenador es muy efímera", se limitaba a decir. Pero él sabe que esta gesta es suya. Por aguantar y creer en una idea. Presión alta, en varios momentos sin descanso, contras bien planificadas, aluvión de ocasiones, una preparación del partido acorde al momento de la temporada... El PSG fue reconocible y aniquiló a un Barcelona que precisamente le faltó eso, personalidad. Emery puso a su equipo donde le pidieron. Su PSG estaba listo, física y mentalmente, en el momento decisivo. Y lo ha conseguido sin necesidad de tirar la liga, que la tiene difícil pero no imposible. Eso sí, le queda lo más difícil. ¿De qué sirve eliminar al Barcelona si el PSG vuelve a caer en cuartos?
El Emery que ahora irrumpe en el transatlántico de París es aquel que pasó de jugador a entrenador en 15 días. Aquel que ascendió al Lorca a 2ª, el que casi obra el milagro de meter en 1ª al humilde club murciano. A Primera sí llevó al Almería y le mantuvo con facilidad. Después sobrevivió a las marchas de las estrellas en Valencia e hizo siempre al equipo che el tercero de España, aunque siga retumbando el "Unai vete ya". Al Sevilla, tres veces campeón de Europa.
Entrenador de 2ªB y de 1ª, de 2ª y de Champions, Emery es de esos a los que el fútbol ha curtido. Cuesta encontrar un borrón en su trayectoria. Su baño táctico al Barça no hace otra cosa que coronarle de cara al exterior. Fue su mejor partido. Ahora Europa ya sabe quien es Emery. El de las eliminatorias férreas, discurso cauto y movimientos inquietos.
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