Antes de que llegara Simeone, clasificarse para Champions era una proeza. Ahora, pasados algo más de cinco años, la antigua ‘hazaña’ se ha convertido en rutina. El Atlético de Madrid, por cuarto año consecutivo, jugará los cuartos de final de la máxima competición europea. Esta vez, cuajando un buen partido en Alemania y conservando la ventaja en el Vicente Calderón. Sin sufrir ni parecerlo, con solvencia y seriedad. Como, por otra parte, lo reconocen por todo el continente. Incluido el Bayer Leverkusen, que por segunda vez en los últimos tiempos ha sido eliminado por los colchoneros [narración y estadísticas: 0-0].
El partido podía ser asequible. De hecho, lo era -por el resultado de la ida (2-4) y por el rival-. Pero la noche, en concreto, no pasaba por ser una más. El ambiente, la temperatura -agradable- y el sonido del Calderón eran de día grande. Al fin y al cabo, en juego estaba el pase a cuartos. Por eso, quizás, no hubo dudas en el arranque, ni en el intermedio, ni en la despedida. El Atlético saltó al campo y no titubeó. Su objetivo era marcar un gol y mandar la eliminatoria a la hemeroteca. Sin embargo, lo asequible se tornó en complejo. ¿La razón? El Bayer, desahuciado en los últimos meses y con Tayfun como nuevo técnico, supo plantar cara durante toda la primera mitad, más ordenado que en la ida y con las ideas más claras. Incluso, tuvo dos ocasiones para colocarse por delante: un disparo de Volland desde fuera del área y otro de Chicharito desde dentro.
Ocurre que el Atlético sabe manejar los tiempos como pocos equipos en Europa. Y, en este caso, con el reloj de su parte, gestionó el encuentro sin matices. De ahí que armara un muro de hormigón en su área y esperara el momento apropiado para matar la eliminatoria a la contra. Y con esa receta bien aprendida estuvo a punto de inaugurar el marcador. Primero con un disparo de Correa, que entró como un obús desde segunda línea; y después, con un zambombazo de Koke que se marchó muy cerca del palo izquierdo.
El Atlético, cumplidos los primeros 45 minutos, había conseguido su primer objetivo: irse al túnel de vestuarios sin encajar ningún gol. Y, a partir de ahí, siguió en la tónica de la primera parte. Con una diferencia: el Bayer, según avanzaba el reloj, iba perdiendo la esperanza; y el Atlético, en cambio, fue creciendo hasta el punto de poner reiteradamente en problemas a Leno. Lo hizo, de nuevo, Correa, después de irse de hasta tres jugadores; y le siguió Griezmann, que, con una vaselina, hizo temblar a los pocos seguidores alemanes congregados en el Vicente Calderón.
Creó ocasiones el Atlético para ponerse por delante, pero no le importó desaprovecharlas. Y no le importó, precisamente, porque su rival tampoco acertó. Unas veces por incapacidad y otras por el buen hacer de Oblak, que, en la jugada más clara de los alemanes, se encargó de comerles la poca moral que les quedaba con tres paradas consecutivas: la primera a Brandt y la segunda y la tercera a Bellarabi. Y ya está. Hecho eso, el Leverkusen se difuminó en un quiero y no puedo. O lo que es lo mismo, aguantó el tipo durante los 15 minutos hasta que el reloj, finalmente, acabó con una eliminatoria que quedó resuelta en la ida.
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