La Roma buscó la épica, el día heroico y la pompa del Olímpico. Ambientó el infierno, desplegó banderas y antorchas. Hizo todo lo que estaba en su mano. Y lo intentó. Sí, nadie podrá reprocharle nada. Al final, las camisetas granates gotearon mojadas y sudorosas entre lágrimas, a un gol de forzar la prórroga. Pero la gloria fue para el Liverpool. Con sufrimiento, sí. Quizás, por momentos, con dudas. Titubeos que no quitan mérito a lo conseguido pese a la derrota. El conjunto de Jürgen Klopp, tras marcar siete goles, estará en la final de la Champions. O lo que es lo mismo: se enfrentará al Madrid en Kiev. Y lo hará después de, una vez más, despertar al continente con el estruendo de su tridente atacante. Con menos intensidad que en días pretéritos. Y qué más da. Fue suficiente para los 'reds' [narración y estadísticas: 4-2].
Sin embargo, los truenos, esta vez –y como decimos–, no retumbaron con la misma intensidad. Salah, en su nuevo papel de estrella de orden mundial, no quitó la sed a los sedientos. Estuvo correcto: defendió más de lo que acostumbra, dribló menos de lo esperado y se fue sin ver puerta. Da igual. En su lugar, compareció otro tipo de maneras parecidas e igual influencia. Sadio Mané, perla africana nacida en Senegal, escuchó el rugido del Olímpico y respondió con un mordisco a los 9 minutos. Congeló al respetable en una cabalgada gestionada por Firmino y culminada por él. La puñalada entró firme y pegada al palo.
Pero la fe, ay, la fe, a pocos kilómetros del Vaticano, no se pone en cuestión. No es posible contra un equipo que falla fuera de casa, pero que ya demostró contra el Barcelona que en su campo es capaz de cualquier cosa. Por eso, lo intentó. Desfallecer, tirar la toalla, caer… todo eso es de perdedores. Y este equipo no lo es. Para nada. Se repuso al gol de Mané a los seis minutos. En un centro, Lovren despejó mal la pelota y se la metió en su propia puerta. Y el error pudo resultar mortal. No lo fue, pero de milagro.
Y no lo fue, entre otras cosas, porque antes de que acabara la primera mitad, Wijnaldum remató de cabeza y puso a los ‘reds’ por delante. O lo que es lo mismo: obligaba a la Roma a meter cuatro para forzar la prórroga. ¿Imposible? En condiciones normales, sí. Pero no para los locales, que saltaron al césped en la segunda mitad como un toro en Sanfermines. Aprovecharon un error de Arnold en la banda derecha para que el Shaarawy se la pusiera a Dzeko y éste resolviera delante de Karius. Empate y todo por delante.
La Roma no cejó en su empeño. Metió al Liverpool en su campo, lo puso a sudar la camiseta y no recortó distancias de no ser por el árbitro. Arnold, que no estaba en su día, golpeó la pelota con la mano. El colegiado no dijo nada y el curso del partido siguió. Y Nainggolan, en el 87, por fin, puso por delante a los locales con un disparo seco. Pero el gol llegó tarde. Eso, y el penalti posterior, convertido también por el belga en el 93. A uno, sólo a uno se quedó el equipo italiano de forzar la prórroga. Da igual. También el Bayern se quedó a uno. Qué se le va a hacer. En la Champions, también se trata de sufrir. Y los que mejor han sabido hacerlo son el Liverpool y el Real Madrid. Ellos estarán en la final, contemplarán la ‘Orejona’, la buscarán con la mirada y tratarán de levantarla. El resto, queda en los libros de historia y no es relevante.
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